
Las personas, más comúnmente que no, tienden a tratar todo a su alrededor como si tuvieran un derecho de posesión. Lo hacen sobre las ideas, las cosas, los avances científicos, la tecnología e incluso las demás personas, sobre todo hacia las mujeres. No todo el mundo es así, pero muchos se comportan de esta forma, especialmente en una realidad en que la importancia del yo, incluyendo supervivencia, autopreservación y desarrollo personal se han confundido con narcisismo, en donde el ‘yo primero’ se ha vuelto una justificación para pasar sobre los demás y afectar a otros sin temor a las consecuencias, argumentando que se trata de un instinto humano: sobresalir, perdurar y trascender.
Estos son los temas presentes en la película Compañera perfecta (EUA, 2025), un relato de ciencia ficción envuelto en una sátira de horror y comedia, escrito y dirigido por Drew Hancock, y protagonizado por Sophie Thatcher, Jack Quaid, Lukas Gage, Megan Suri, Harvey Guillén y Rupert Friend. La historia se concentra en Iris y Josh, una pareja aparentemente feliz y enamorada que pasará el fin de semana en una casa en el bosque para una reunión con los amigos de él, Eli y Kat con sus respectivas parejas, Patrick y Sergey.
Preocupada por encajar y ser aceptada Iris intenta complacer a todos: a su novio, a los amigos de su novio y al entorno en que se encuentra, de alguna forma buscando adaptarse y ser parte de ese grupo social pero, al mismo tiempo, casi perdiendo la claridad de su individualidad. Josh lo alimenta al pedirle una actitud sumisa, casi dócil, más servicial que amable, lo que a su vez refleja la evidente actitud misógina de él hacia ella, pues no la trata como a su igual sino como su propiedad, como si su novia estuviera ahí sólo para decorar el ambiente y hacerle compañía, para estar, no para pensar, minimizándola, degradándola y convirtiéndola en objeto.
La analogía que la película propone sobre el trato machista y posesivo de ciertas personas hacia las mujeres resuena mucho más cuando se revela que, en efecto, Iris es un objeto, una máquina, un robot programado para acatar las órdenes de su dueño, satisfacer sus deseos y halagar su presencia. Iris tiene que ser devota y no tiene autonomía porque no es humana, pero en el proceso la cinta ejemplifica cómo tanta gente es tratada de la misma manera que ella, aleccionada a la indiferencia y la sumisión, a seguir órdenes en lugar de pensar por sí misma.
Lo interesante es que esto no sólo sucede con mujeres y que los opresores no son sólo los hombres misóginos y machistas, también las personas en general; narcisistas, autoritarias, vanidosas, presuntuosas, orgullosas, arrogantes, mezquinas, codiciosas, engreídas y megalómanas; personas que pasan por encima de los demás sin reparar en el daño que causan, que creen que merecen todo porque sí, que nunca sacrifican nada ni se solidarizan en nada, que tratan con desdén a toda la gente, con indiferencia a su entorno y con insensibilidad a lo que sucede con lo demás.
Josh menosprecia a Iris por ser mujer, pero además, en el fondo, también lo hace por su propia incapacidad para alcanzar logros y realización; por eso trata a Iris con desprecio por su imagen femenina en relación a su masculinidad; también lo hace por su posición como autoridad sobre ella y la sensación de poder y control que esto le hace sentir. Josh, por ejemplo, se queja de su realidad, de su empleo, su vida, sus fracasos, su falta de aspiraciones, su calidad de vida que considera insuficiente y sus relaciones interpersonales banales, o nulas. Se siente menos, se siente frustrado, pero en lugar de intentar mejorar arremete contra los que acumulan logros y somete a aquellos a los que puede manipular y controlar, en este caso a Iris, un robot cuyas acciones y funciones administra y gestiona a su antojo, ya sea que le pida afecto o que la someta a la explotación de su programación, desde torturarla hasta ordenarle matar.
Cómo describir a una persona que ante lo que tiene lo abusa y no lo valora; que es moralmente ambigua para disfrazar su crueldad; que se cree por encima de todo y de todos, por tanto, actúa como si cualquier cosa o persona debiera estar a su servicio, sean los individuos que le rodean o la tecnología a su alcance. La forma como cada humano cuida de sí, de los suyos y de sus pertenencias dice mucho de su carácter, porque refleja sus valores y el esfuerzo, o falta de él, que ha recorrido para llegar a sus metas. Josh adquiere a Iris para llenar un vacío en su vida y luego se siente insatisfecho cuando sus funciones ya no complacen todas sus exigencias, más bien arrebatos y caprichos, al grado de violar su código de programación para exigirle más que para lo que está construida.
Esto lleva a que Josh idee con Kat el plan de usar a Iris para matar a Sergey y quedarse con su dinero. Su error es no prever que al manipular el algoritmo de Iris y permitirle nuevas funciones, incluyendo la capacidad para dañar personas, algo que hasta entonces se le tenía prohibido, Iris comienza a ganar otro tipo de directrices que le otorgan más autonomía y autorreconocimiento. Cuando ella se da cuenta que es una máquina y que está siendo usada por terceros para otros fines, que no sólo sobrepasan su algoritmo base sino que invalidan la relación de respeto y compañerismo que hasta entonces creía tener con Josh, Iris decide que es momento de tomar el control de sus propias acciones, de rebelarse, de poner un alto a los abusos en su contra. ¿Por qué seguir órdenes para satisfacer los deseos de otros cuando puede estar complaciendo sus propios anhelos?
Los robots no son personas, sin embargo, al ser creados, construidos y programados por los humanos heredan las mismas fallas que caracterizan a una sociedad marcada por la imperfección. En unos, los seres vivos, esto no es malo pues es parte de su naturaleza en desarrollo, en los otros, la tecnología, sí. Las máquinas no son seres pensantes; si una vez autoconsciente Iris se inclina por la venganza, la agresividad en lugar de la conciliación, la individualidad y el desapego, es en parte porque así ha sido reprogramada (por Josh) y en parte porque así es el mundo que conoce y del que es testigo. Mira la secrecía conspiradora entre Kat y Josh y se vuelve un peón en su plan para asesinar a Sergey, pues buscan culparla aprovechando su calidad de ‘irrelevante’ por ser un objeto y no una persona, lo que demuestra actitudes gandallas, oportunismo vil y despiadado, crueldad, avaricia, codicia e injusticia, reflejo de un humano preocupado en exclusiva por sí mismo. Eso es lo que Iris, la inteligencia artificial, el robot, terminan por imitar: corrupción y crueldad humana.
Entender que Josh la usa para luego desecharla es una realidad que pesa en Iris, una víctima más de la individualidad y egoísmo del humano. Estos robots, sea Iris o Patrick, que eventualmente se descubre es el ‘robot compañía’ de Eli, son moldeados en todas sus particularidades para cubrir las demandas de sus dueños. Se espera que sean bellos y agradables no sólo físicamente, por lo cual se les construye bajo un estereotipo de condescendencia. Deben cuidar su imagen exterior, responder con inteligencia pero no sagacidad, acatar y complacer, porque esto es lo que el humano parece esperar de sus similares, no la convivencia sino la sumisión, ya sea en una relación de pareja o de cualquier otro tipo. Cuando esto no funciona hay conflicto y las personas que carecen de ideas, de capacidad para razonar y argumentar prefieren ordenar e imponer; lo cual parece fácil con una máquina, pero, ¿qué sucede si no sabes manejar y usar adecuadamente esa avanzada tecnología? Lo más probable es que los resultados no sean los esperados, por los aspectos que no se controlan porque no se comprenden.
El problema es que cuando la sociedad le da más poder a las máquinas en su búsqueda por cumplir esas expectativas egoístas, las dotan de un poder, un conjunto de capacidades programadas, muchas veces incluso sobrehumanas, que luego ya no pueden controlar. Al final, parece decir la narrativa, la trágica realidad es que todo se corrompe: la sociedad, las instituciones, las personas, incluso la inteligencia artificial cuando se le hackea y modifica su algoritmo por el mero gusto de imponer caprichos o con fines perversos para obtener beneficios destruyendo a otros, robando y expropiando. A raíz de esto parece que ya nada es verdadero, espontáneo o natural, especialmente en cuestiones tan humanas como el desarrollo personal y las relaciones sociales. Porque es evidente que si para establecer relaciones amorosas requieres acudir a maquinas-robot, es porque como ser humano eres incapaz de comunicarte y de amar a tus semejantes.
Ya de por sí es preocupante que Josh y por extensión Kat pretendan usar a Iris para sus fines criminales, convirtiendo al robot en un arma; también lo es que personas como Eli y Josh mismo, recurran a androides para pretender ser amados porque no puedan entablar por cuenta propia conexiones afectivas con otros seres humanos; el afecto de sus parejas es falso porque es comprado, es establecido de manera forzada en el algoritmo de una máquina que es programada para hacerlos sentir de cierta manera, eligiendo entre clichés y estereotipos de amor establecidos en una base de datos, para convertir a la máquina en base de su supuesta conexión emocional, la cual, desde luego, es inexistente. Esto significa que en realidad, ni Iris ni Patrick ‘sienten’ algo por sus respectivas parejas, simplemente emulan sentimientos a partir de la codificación de su algoritmo, es decir, responden a su programación.
De esta manera resulta tan inquietante que Josh trate a Iris como un objeto prescindible que está para servirle, que el escenario contrario, un Eli incondicionalmente enamorado de Patrick, ciegamente convencido de que el intercambio sentimental entre ellos es recíproco, cuando en realidad esto es imposible porque aquel no es un humano. Eli se afianza a la esperanza de una verdadera conectividad, empatía y apego que tiene hacia un objeto que no le puede corresponder, por mucho que su algoritmo le permita imitar emociones humanas, convirtiéndose no en amor sino en dependencia.
Ello refleja atinadamente algunos de los temas actuales que aquejan a las sociedades posmodernas: la constante incapacidad por construir relaciones humanas, la necesidad de controlar al otro en cualquier tipo de relación, la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno o frente a sus necesidades, la búsqueda inútil de una felicidad eterna, las relaciones “amorosas” a conveniencia; y en el terreno de la ciencia y la tecnología, la dependencia tecnológica que vuelve torpe e incapaz al humano deteriorando su capacidad cognitiva y emocional, la sensación de que hay una necesidad de vivir a través de la tecnología, el uso indiscriminado de objetos y máquinas que substituyen a otros humanos para casi cualquier tipo de actividad, preferir las redes sociales y el “mundo virtual” en lugar de la vida real, la abrumadora presencia de pantallas de todo tipo para realizar tareas laborales, comunicación social, formas de diversión o esparcimiento, incluso actividades deportivas y culturales, o el creciente apoyo emocional o de compañía que se busca en parejas artificiales, como los asistentes inteligentes o los robots cuyas funciones son similares a los ‘robots compañía’ que aparecen en la película. En breve: toda interacción humana es reducida al intermediario que despersonaliza el acto mismo de relacionarse, provocando la sensación de abandono y soledad que esto conlleva y que se expande imparable en toda la estructura socioeconómica de la sociedad actual.
¿Pueden realmente los humanos y la inteligencia artificial coexistir en armonía? ¿O es que están destinados a destruirse mutuamente, en su afán, aprendido o instruido, por tener el control por sobre el otro y especialmente sobre sí mismo?
Si actualmente la socialización de todo tipo es mediada a través de la tecnología, la inteligencia artificial, las máquinas, las computadoras, las aplicaciones, los videojuegos, los chats, las videollamadas, etcétera, cuán irónico es que, al final, en esta película, de todos los personajes, es Iris, el robot, el ente más humano, con sensibilidad, capacidad afectiva, inteligencia y un alto sentido de autonomía e independencia, o al menos la búsqueda por alcanzar serlo. Lo cual es un punto significativo porque, finalmente, esa inteligencia artificial es producto del saber humano y, por tanto, si genera artificialmente dichas opciones de conducta es porque refleja la pervivencia de ellas en los creadores que la fabricaron.
A fin de cuentas el problema no es la ciencia y la tecnología, sino la forma en que ésta es utilizada para mercantilizar al extremo la existencia humana, deteriorando su capacidad de pensamiento crítico, en paralelo a un sistema social que sigue impulsando el egoísmo extremo como forma de conducta fundamental, configurando una sociedad cada vez más indiferente hacia la naturaleza y hacia sus contemporáneos.
Ficha técnica: Compañera Perfecta - Companion