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El callejón de las almas perdidas

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El embaucador no es sólo un charlatán y hablador, también es alguien que aprovecha conocimiento, astucia e intelecto para engañar, con habilidad para persuadir, manipular y convencer a través de trampas, mentiras, falsedades y otras invenciones disfrazadas. El problema es que esta persona es tan convincente en su maña que es difícil detectar su naturaleza embustera, ya que la esconde entre carisma y bromas, una actitud pícara, la inclinación por desobedecer sutilmente las reglas y la que parece una inocente burla casi presuntuosa.

¿Se puede engañar a alguien tan habituado a engatusar a otros? ¿Se puede vivir una vida totalmente libre de mentiras? De aquí parte la película El callejón de las almas perdidas (EUA-México-Canadá, 2021), dirigida por Guillermo del Toro, quien coescribe junto a Kim Morgan, basándose en la novela homónima de 1946 de William Lindsay Gresham. La cinta está protagonizada por Bradley Cooper, Cate Blanchett, Rooney Mara, Toni Collette, Willem Dafoe, Richard Jenkins, Ron Perlman, Mary Steenburgen y David Strathairn. Obtuvo cuatro nominaciones al premio Oscar: mejor película, fotografía, diseño de vestuario y diseño de producción.

La historia se centra en Stanton Carlisle, un vagabundo que en 1939 encuentra empleo como cargador en un circo. Para los empleados, el carnaval es un medio de vida cuyo espectáculo es una forma de entretenimiento inofensivo para su público, uno, cabe señalar, que se aprovecha de la inocencia, ingenuidad y hasta ignorancia del espectador, pero también del morbo y la curiosidad, público que acepta el artificio de los trucos, algunos divertidos, otros imaginativos, pero varios también marcados por un tinte morboso que se sostiene en la explotación de la miseria humana. “La gente pagaría buen dinero sólo para sentirse mejor. Para menospreciar”, señala Clem, el dueño de la feria.

A raíz de esto y entendiendo la dinámica del ‘juego’, Stanton convierte una oportunidad de supervivencia en una oportunidad de manipulación y, por tanto, lo convierte a él en un vividor, alguien que sobrevive a expensas de los demás, tomando de ellos lo que necesita o le conviene. Haciéndose amigo de una pareja de adivinadores del circo ambulante, Zeena y Pete, Stanton aprende algunos trucos de espejismo y farsa al comenzar a participar en su acto de clarividencia; entonces se da cuenta que puede usar estas artimañas como trampas para sacar provecho de la gente, ya no sólo entretenerla, convenciéndoles persuasivamente, y luego aplicando este principio a estafas más elaboradas y por ende más lucrativas, por medio de una mentira que vuelve manipulación, modificando una actuación que pareciera una ilusión, algo casi mágico y sobrenatural, hacia algo mucho más ambicioso y vil, para engañar y estafar a partir de la sensibilidad de sus presas.

Motivado por la codicia y su propio ego, convencido de que tiene el derecho, o la libertad, de aprovechar la mala fortuna de los demás para usar la situación en su beneficio, atraído por la facilidad con la que es posible satisfacer sus ambiciones embaucando a los demás, ya sea sosteniéndose en las debilidades y temores de otros o desplegando un encanto carismático, comportándose como si supiera todas las respuestas, incluso cuando no es así, Stanton no se conforma, ambiciona riqueza y reconocimiento, pero no porque quiera superarse como persona o pulir su oficio, sino porque descubre en él un medio fácil, sin mayor esfuerzo de su parte, para conseguir lo que quiere. Finalmente, si consigue hacerse con el truco de clarividencia de Zeena y Pete, es porque mata al segundo y se adueña de los secretos de su acto, o espectáculo. Esa es la realidad que la historia refleja, el engaño y la mentira disfrazados como entretenimiento y en el proceso siendo socialmente aceptados y validados.

A Stanton lo mueve la avaricia y su actuar demuestra la corrupción que hay tanto dentro de sí como en el mundo mismo, en el que engañar y mentir son una forma de avanzar y escalar dentro de la estructura, en donde las apariencias y falsedades son constantes, una vía para sobresalir y lograr objetivos, en donde quien no miente está a merced de aquellos que lo han perfeccionado y quien no se aprovecha de otros queda enterrado por quienes sí lo hacen. Aparentemente solidario e inocente, sereno y pasivo, la careta de Stanton es parte de la estrategia de persuasión y convencimiento con que baja la guardia de los demás, distraídos por su encanto y supuesta humildad pero ignorantes de la forma como se aprovecha de ellos, que es en sí la base de cualquier buen truco de magia, la distracción. Pero Stanton como personaje también comprueba algo claro, un ciclo vicioso de corrupción y deshonestidad en las dinámicas y relaciones sociales, además de miseria, maldad, crueldad y perversidad humana como parte propia de su ser.

Recién se integra al circo, Clem le explica la dura verdad detrás de un acto conocido como ‘espectáculo geek’, en el que un hombre se come una gallina viva frente al público. Clem señala que la clave es llevar a este sujeto hasta el trastorno, encerrándolo, humillándolo y obligándole a perder su dignidad y humanidad. El dueño insiste que el mejor candidato para el acto es aquel solitario y adicto, preferentemente al alcohol, a quien se le ofrece un empleo temporal, luego se le amenaza con el despido para que se comprometa con el papel, con actuar como alguien fuera de sus cabales, enloquecido, para luego empujarlo, aprovechando su adicción y la destrucción de su entereza, a que así suceda. Es una maniobra vil pero que parte de un par de realidades muy presentes en cualquier sociedad, incluida la actual: tanto el morbo sensacionalista como forma de espectáculo, como la explotación del ser humano como modo de vida. Es también, en corto, lo que Stanton aprende a hacer, presionar poco a poco a las personas hasta absorber de ellos todo lo que pueda usar a su favor, sea dinero, conocimiento, vitalidad, presencia, información, sentimientos o demás afectos.

Lo preocupante más allá de la película es que haya tantos ejemplos de escenarios similares en la vida cotidiana, situaciones que tienen un parecido quizá no literal pero sí simbólico, con relación a cómo se saca provecho de los demás haciéndoles pensar que sus elecciones pueden llevarlos hasta sus metas, cuando esas elecciones son sólo espejismos, marcados por los intereses de quien mueve los hilos. Situaciones en las que las personas son llevadas a perderlo todo, sean sus creencias, valores, dinero, oportunidades y hasta dignidad, manipulados o arrinconados por otros que han sabido forzar las cosas con deshonestidad. Manipulación ideológica, religiosa, política, sentimental, como parte integrante del proceso de enajenación que sostiene y reproduce formas de vida basadas en el egoísmo extremo, base de la explotación económica, explotación que también la película muestra que se presenta en el área de servicios, no sólo en la industria productiva.

Sería fácil relacionarlo por ejemplo con las casas de apuestas, pero también con otros sistemas de organización asociados con dinámicas de poder, desde el sistema legal al policiaco, la privatización de ciertos servicios y hasta el mercado ilegal en el área de la salud o el modo operativo de algunas compañías de seguros. ¿Cuántos escenarios no hay de la vida real en los que todo está diseñado para ‘drenar’ al individuo, quitarle sin darle nada a cambio o bajo la promesa de que recibirá algo equitativo a su favor, imponiendo bajo falsas promesas y eventualmente dejando a la gente sin nada, bajo la excusa de que la pérdida corre por sus malas decisiones, no por las circunstancias reales de las mañas del sistema? El que hace la ley hace la trampa, nos recuerda un dicho popular.

La vida es un circo y en este circo siempre habrá gente más astuta, vil, hábil, competitiva, narcisista, embustera y gandalla, capaz de sacar ventaja de aquel que ya se ha aprovechado de los demás. Que es con lo que Stanton eventualmente se topa al conocer a la psiquiatra Lilith Ritter, alguien que inicialmente acierta al desconfiar de sus espectáculo de clarividencia y, al deducir el engaño, hace un pacto de ayuda mutua con él, confesándole los secretos privados de sus clientes para que el otro los utilice en unas sesiones privadas, supuestamente espiritistas, que ofrece a la alta sociedad.

La idea parece sencilla, Stanton se beneficiará de la información confidencial provista por Ritter para convencer a sus clientes de que tiene contacto ‘con el más allá’. Es una farsa bien elaborada y la ganancia traducida en dinero deberá ser dividida entre ambos. La satisfacción que ganan no es sólo el dinero, sino saberse más astutos que los demás, aprovechándose de los débiles quienes parecen creer que merecen lo que les sucede. Por cada abusador hay un afectado, por cada ganador hay un perdedor. El error de Stanton es creer que en un mundo en el que ha comprobado, porque él lo pone en práctica, que la mentira es una verdad a medias y al mismo tiempo la excusa más común a la que las personas son proclives para justificar sus acciones, es pensar que Ritter es una aliada que será justa, verdadera y leal, o por lo menos que no podrá engañarlo.

Ella se muestra sumisa y fascinada con el ingenio del otro, pero en el fondo esconde sus verdaderas intenciones: estafar al estafador; con esto se demuestra que es exactamente igual a Stanton, alguien hábil para manipular y ganar a partir de la pérdida de los demás. Si un engaño persiste es porque la gente quiere ver lo que quiere ver y creer lo que quiere creer, al grado que la verdad es lo de menos, al menos mientras su verdad sea la única verdad. La gente quiere ser especial, quiere ser única, así que aceptarán la palabra de cualquiera que alimente su ego. Eso es exactamente lo que hace el embaucador o embustero, decirles a las personas lo que quieren escuchar o hacerles ver lo que quieren ver. “Las personas están desesperadas por decirte quiénes son. Desesperadas por ser vistas”, dice en su momento Pete.

Incluso Stanton cae víctima de esta realidad, pues anhelando tanto validez como reconocimiento, se olvida que vive detrás de un disfraz y completamente adentrado en una dinámica relacional marcada por los espejismos. ¿Cuál de sus relaciones es ‘verdadera’? Ni siquiera con Molly, a quien conoce en el circo, de quien dice estar enamorado y a quien convence de irse con él para montar un nuevo espectáculo, donde se evidencia que si la invitó es porque necesita más una asistente (el acto no funciona con un solo hombre) que una pareja. Pero en un mundo de mentiras y engaños, ¿qué es verdad?, ¿qué es confiable?, ¿cómo darnos cuenta si se ha caído en el autoengaño?

Las mentiras son peligrosas no sólo porque no son verdades, sino porque, al hacerse pasar como tales, convencen a las personas de una falsedad que ya no llegan a cuestionar. Las consecuencias de esto pueden ser muchas, algunas más peligrosas que otras. Ritter siempre lo tiene claro, sabe que los espejismos no son de fiar y por eso sale más airosa que su contraparte, que Stanton, alguien que se ha olvidado de esta realidad una vez que se ha perdido en su propia vanidad, avaricia y soberbia, perdiendo de vista que las mentiras que profesa son eso, imposibilidades, porque no se basan en algo concreto. Son, sin embargo, las personas a las que engañan las más afectadas, toda vez que creyendo ciegamente las mentiras promovidas por Stanton e indirectamente por Ritten, actúan irracionalmente en función de algo que no existe. Así que el mayor problema con las mentiras no es que no sean verdades, sino que la gente firmemente crea que sí lo son. 

“Cuando alguien se cree sus propias mentiras empieza a creer que tiene el poder. Se le nubla la visión. Porque ahora cree que todo es verdad”, reflexiona Pete y ese es el eje medular de lo que habla la película, del enfermizo entretenimiento que se ha construido alrededor de la desgracia humana y la explotación de todo lo que le rodea, incluyendo la humillación; del sensacionalismo y la tan grande necesidad del humano de aferrarse a algo, que la falsedad y la mentira se han vuelto un engaño común; del proclive crecimiento de creer una mentira como el camino a la felicidad y cómo esto ha derivado en una charlatanería casi cínica, que se hace evidente ante la propagación de pseudociencias que incluyen a la astrología, la parapsicología, la numerología, los mentalistas, los psíquicos y demás, llegando incluso a áreas de la ciencia en donde la llamada posverdad (fenómeno relativo a circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las emociones y las creencias) se consolida en el imaginario popular y en la políticas públicas; pero sobre todo, de cómo todo esto ha derivado en la sobrevaloración y sobreexplotación de la mentira misma, llámese desinformación, ilusión, verdad a medias, ignorancia o engaño, hasta que la estafa se vuelve algo común, necesario, inevitable y, eventualmente, ‘mejor’ (más real, más convincente y más deseado) que la verdad misma.

Ficha técnica: El callejón de las almas perdidas - Nightmare Alley

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