
La ética personal se sostiene en el saber y la habilidad del individuo para discernir entre el bien y el mal, o entre lo correcto e incorrecto, a partir de un juicio moral tanto de la realidad o su entorno como de sus acciones personales. Tener consciencia se refiere a la facultad para reconocer reflexivamente nuestra existencia y la de los demás, implica comprensión de las circunstancias y del momento histórico; sólo entonces el ser humano puede darse cuenta de cómo sus actos también afectan a otros y cómo su presencia está ligada a las relaciones e interacciones que tiene dentro de su sociedad.
Qué pasa entonces cuando alguien antepone su bienestar sabiendo que hacerlo afectará directamente a otros; o en todo caso, qué tan lejos llegaría una persona por asegurar su bienestar incluso si es a pesar de la desdicha de alguien más. Esta es la pregunta clave de la película Jurado No. 2 (EUA, 2024), escrita por Jonathan Abrams, dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Nicholas Hoult, Toni Collette, J. K. Simmons, Chris Messina, Zoey Deutch, Gabriel Basso, Cedric Yarbrough y Kiefer Sutherland.
La historia se centra en un juicio legal en el que un joven llamado James Sythe es acusado de asesinar a su novia, Kendall Carter, luego de un altercado público, una discusión, en un bar. Justin Kemp, un alcohólico en recuperación cuya esposa está a punto de dar a luz, un embarazo de riesgo ya que anteriormente perdieron a un par de bebés por abortos espontáneos, es llamado a cumplir su deber social como jurado, recordando que en Estados Unidos donde se desarrolla la historia, los civiles tienen la responsabilidad de fungir esta función en procesos legales si se les requiere y son seleccionados a participar.
Inicialmente muchos de los 12 elegidos para el caso en cuestión parecen más interesados en cumplir lo más rápido posible con el proceso que en velar por la auténtica objetividad de la situación; es decir, califican como problemático e inconveniente el tiempo, atención y compromiso que se les exige y por eso otorgan lo mínimo de su parte, a partir del mínimo interés que tienen en el rol que ejercen dentro del sistema en el que viven, así que anhelan terminar con la obligación y regresar a su rutina, por encima de entender y atender las dimensiones de lo que se trata, un juicio en el que hay una joven muerta y un acusado que asegura ser inocente y que enfrenta potencialmente cadena perpetua en prisión.
Todos estos personajes son a su vez reflejo de una verdad actual preocupante pero creciente: ciudadanos desinteresados por las leyes y por la justicia, por formar parte activa de un orden que decide sobre ellos, ya que pone en práctica las normas y las ejerce; o por lo menos por entender que están frente a un gobierno sistemático y organizacional que por más que confíe en los valores y responsabilidades morales de sus ciudadanos, en especial para con su semejantes, la estructura social en el fondo recae sobre los intereses políticos, mediáticos y económicos de las esferas de poder al frente del colectivo. Un sistema legal, en esencia, no sólo fallido sino también quebrantado, en el que muchos no creen y otros no quieren participar, en el que el orden y la administración son tan tediosos que las personas preferirían no tener nada que ver con ellos, ni involucrarse, a pesar de que les incumbe porque es la sociedad en la que viven, y si lo hacen, llega a ser sin más compromiso, seriedad o responsabilidad, llevando a preguntar si su rol realmente importa, si se valora o trasciende, o en todo caso, si es posible que realmente se ejerza una justicia ‘justa’ e íntegra.
Esto es particularmente importante una vez que se expone que la abogada Faith Killebrew, que representa a la fallecida y busca un castigo que cree está más que asegurado para el supuesto culpable, está en plena campaña política para fiscal de distrito. Entonces sus prioridades se vuelven difusas; ¿le interesa más hacer justicia o ganar el caso a toda costa?, porque esto podría beneficiar su imagen y por ende su futuro profesional, al repercutir directamente en las próximas votaciones. ¿Es el caso o el juicio en cuestión sólo un estandarte político que está siendo explotado? Finalmente la campaña de Killebrew se concentra sobremanera en temas como la violencia doméstica, que es de lo que acusa y sostiene como eje de su alegato en contra de Sythe.
Si Faith gana el juicio podría tener asegurada la elección, pero si lo pierde podría ser percibida como ineficiente e incapaz, convirtiendo a la abogada en el centro de atención y dejando en segundo plano a Kendall y a Sythe, incluyendo las particularidades de un sistema legal que idealmente regula, coordina y administra las normas de convivencia, pero que en la práctica parece regirse por los intereses a veces comerciales, a veces sensacionalistas, a veces incluso ambiciosos de terceros. En este escenario, qué motiva a Killebrew a ganar: ¿sus aspiraciones políticas o el deber y responsabilidad que asume como miembro del sistema de leyes y normas de su sociedad? Si su objetivo es conseguir el favor de los votantes, ¿quiere dar con la verdad o acomoda la verdad para aterrizar en algo que sea favorable para ella?
Apenas iniciado el juicio y en cuanto ambos abogados dan sus versiones de los hechos, Justin se da cuenta de un detalle que cambia por completo la perspectiva de las cosas: él podría estar implicado en lo sucedido casi inadvertidamente, una vez que un año atrás, cuando sucedió el supuesto asesinato, él estaba en el bar donde los involucrados fueron vistos discutiendo y luego, más tarde golpeó con su automóvil, algo, él creyó que un venado, en el puente donde Kendall fue encontrada sin vida al día siguiente.
Sabiéndose potencialmente culpable de la muerte de la víctima y con ello esclareciendo al menos para sí mismo que el acusado es inocente (aunque liberándose del remordimiento de conciencia al repetirse a sí mismo que sin forma de comprobarlo, quizá él sí atropelló a un venado y Sythe sí mato a su novia), Justin se plantea si confesar la verdad o callar. El punto es que no se trata simplemente de ‘hacer lo correcto’, sino de sopesar también las implicaciones subsecuentes o derivadas al respecto, no siempre ligadas de la forma más ética a ‘la verdad’.
Ingenuamente Justin razona que confesar revelaría ante los demás algo de lo que está convencido, se habría tratado de un desafortunado accidente sin malas intenciones, y cree que con ello tanto limpiaría su conciencia como ayudaría a un inocente, anhelando que el resto del mundo lo vea con una empatía tan solidaria que casi tilde en la simpleza idónea. Justin siente que recibió una segunda oportunidad cuando dejó su adicción al alcohol y que se ha esforzado lo suficiente para que valga la pena su esfuerzo por la redención; ahora asume que está en la misma posición, una nueva oportunidad, pero no forzosamente para salvar a un inocente ajeno, sino primordialmente para salvarse él, que se ve a sí mismo como otra víctima de las circunstancias, un inocente atrapado en las vicisitudes, la mala fortuna y la corrupción del sistema. Lo que eventualmente decide ignorar a conveniencia es que Sythe está exactamente en esa misma posición.
Tras consultar con un amigo abogado, su padrino además dentro de ‘Alcohólicos Anónimos’, Justin descubre que el precio de la verdad no tiene sólo que ver con su brújula ética, o con hacer lo correcto, sino con un sistema legal lleno de recovecos, burocracia y conveniencias políticas, en el que confesar lo sucedido tiene más bien que ver con la venganza y el castigo. Y al saber las consecuencias reales que podrían traerle sus acciones, duda.
Los cargos en su contra serían severos y potencialmente podría ir de por vida a prisión, le explican, no porque éste sea el castigo que merece, en un sentido ético de la justicia, sino porque eso es lo que exigirá de Killebrew la opinión sensacionalista que rodea el caso. No se trataría pues de una sentencia ‘justa’, sino de un castigo que sacie el odio instalado en aquellos involucrados, hayan sido o no cercanos a la víctima, a lo que la abogada de la fiscalía responde en relación directa con sus aspiraciones políticas para las próximas elecciones.
Es entonces que Justin comienza a anteponer sus intereses desde una actitud más egocéntrica, por encima de la responsabilidad ética, moral y hasta social de lo que está viviendo, ya que una cosa parece chocar con la otra ante una imposibilidad de existir en un mismo plano de justicia. Si Justin confiesa, irá a la cárcel; si no confiesa, significa que a pesar de que intuye (o más bien sabe) que Sythe es inocente, permitirá que éste vaya a la cárcel por un crimen que no cometió. El dilema moral es que para sobrevivir él tiene que darle la espalda a los valores y convicciones que guían su consciencia, accidentando de paso un proceso legal y un sistema judicial que aparentemente existen para encontrar y defender la verdad y para poner orden y civilidad entre personas en aras de una mejor sociedad, no una más corrupta, indiferente, individualista y competitiva. Pero, ¿se puede lograr un cambio si él mismo actúa de forma egoísta y corrupta, oportunista?
Una vez que Justin se niega a incriminarse, ante la claridad de que nunca podrá hacerse realmente justicia porque hará todo lo posible por ocultar al verdadero asesino y el papel que jugó en los hechos, Justin traza un plan lo más apegado a lo que cree es lo más ‘justo’ en este escenario: influir en el jurado para que se declare a Sythe inocente, lo que en el fondo no habla de justicia sino de engaño, pues aunque su plan diera resultado, lo que logra es que un inocente sea declarado inocente (Sythe) y que un culpable (él) no enfrente cargos por sus acciones.
La tarea tampoco resulta nada sencilla, pues los otros 11 miembros del jurado están convencidos de la culpabilidad del acusado. Justin los persuade de al menos dialogar, compartir y sopesar la información, pensando que esto pueda traer sobre la mesa la ‘duda razonable’. Su aparente responsabilidad social, en la que llama a dedicarle un poco de consideración y respeto al caso y sus implicados, pone a su vez en perspectiva lo que significa para las personas responsabilidad y compromiso moral, ético y social.
Antes de la sugerencia de Justin para repasar la información, el jurado estaba listo para votar, sin interés en recapitular la evidencia. Lo que Justin dice es que cualquiera merece como mínimo la cortesía ética de un grupo de ciudadanos comunes y corrientes juzgando a sus similares. ¿Qué pasaría si la persona juzgada fuera alguien que conocen; acaso no querrían la máxima dedicación y atención por parte del jurado? ¿Cómo se sentirían si estuvieran del otro lado de las cosas, del lado de la víctima o del acusado?, son las preguntas que Justin hace a sus semejantes, el problema es que no las hace para crear consciencia, sino para lavar su culpa.
En medio de sutiles sugerencias de Justin de cuestionar la información presentada, eventualmente varios miembros del jurado comienzan también a poner en duda la culpabilidad de Sythe, notando no sólo inconsistencias en la narrativa presentada sino también argumentando y hasta justificando las limitaciones del abogado defensor, tan sobrecargado de trabajo como para darle más atención y tiempo al caso, mismas dos cosas por las que el jurado también estaba renuente a participar. El problema es que no todas las personas pueden ser imparciales, objetivas, honestas y ecuánimes todo el tiempo. No falta el que no quiere cooperar por razones de desidia, desinterés o negligencia; también está el que es necio o el que está tan renuente a cambiar su opinión que es más bien prejuicio que contrariedad. Sí, hay quien se preocupa por atender los hechos con una mente centrada en la rectitud y la razón, pero por cada ser humano guiado por la responsabilidad social, hay alguien guiado por el egoísmo o el individualismo.
Ante esta realidad la película presenta varios puntos de análisis. Qué significa ser una persona honorable frente a alguien despreciable, en el sentido de que todos en algún momento podemos ser una u otra cosa según las circunstancias; la forma como la opinión y perspectiva de los hechos puede cambiar según se presenten y más tarde analice la información, de manera que algo que parecía seguro de pronto ya no lo fuera, a través de esos recovecos de verdades a medias o verdades sólo creíbles si pueden ser comprobables, que hacen que toda afirmación parezca parcial o difusa, o confusa, una estrategia que es en efecto una constante recurrente entre los abogados; o una realidad como la actual en la que todo es tan ambiguo y políticamente correcto que se ha perdido la brújula de la honestidad frente a la apariencia de la honestidad. Lo políticamente correcto se asume como lo conveniente para si mismo.
Si el sistema legal depende del jurado y el jurado decide a partir de los prejuicios, ¿puede realmente haber justicia imparcial y objetiva, verídica y concreta en este mundo? Puede una sola persona comprometida con la ética hacer la diferencia o eventualmente no podrá evitar verse arrastrada por la corriente, sean presiones sociales, opiniones predispuestas, fallas mismas del sistema o el oportunismo y el egoísmo corrompiendo los valores que guían la conducta de las personas. ¿Puede haber justicia en un sistema en esencia injusto? Si al final lo que cada quien busca es su conveniencia personal, ¿la supuesta igualdad jurídica no deja invariablemente vulnerables a los menos favorecidos?
Ficha técnica: Juror #2 - Jurado No. 2