
Los roles sociales son pautas de conducta que se establecen según la situación y el contexto en determinado momento, por lo tanto, implican actitudes y la forma como una persona procede, respondiendo a responsabilidades, expectativas y funciones que debe atender conforme las circunstancias y posición en la sociedad. Esto significa que muestran el papel que tiene una persona tomando en cuenta las reglas y el orden cultural, social, político, laboral, familiar, estructural e institucional. Por eso el contexto es importante; pensemos, por ejemplo, en el rol que los padres de familia tienen dentro de una comunidad y su participación en la crianza, educación y guía para con sus hijos; ese es el panorama general, pero en lo particular cada hogar se organiza diferente, de modo que padre, madre o tutor tienen también funciones específicas según la configuración de su familia, entendida como una entidad particular.
Hay siempre una función concreta para todo rol social dentro de cualquier colectivo; los maestros, los analistas, los medios de comunicación, el gobierno, el sistema judicial, los artistas, los niños y demás, todos elementos clave para que la estructura pueda moverse y avanzar, porque todos aportan algo e importan por la relación que tienen con el resto de los elementos del sistema. Y si esto sucede a gran escala también lo hace en esferas más pequeñas, por ejemplo, el rol que cada empleado tiene en la empresa en la que trabaja.
Entender y reflexionar sobre el papel que cada quien tiene en sus relaciones y dinámicas personales es importante porque invita a cada individuo a explorar quién es, qué se espera de ellos y hacia dónde se dirigen al construir su futuro. Esto significa dos cosas vitales; una, nuestro rol social no es todo lo que nos define, o en todo caso, una función social no es todo lo que define a una persona. Y dos, los roles no pueden ser cajas, etiquetas o estereotipos limitados, porque, aunque dependen de su contexto, cada persona les asigna un valor e importancia según su personalidad y carácter. No todos los maestros son iguales, ni todos los gobernantes, políticos, padres, hijos, etcétera, porque sus circunstancias son cambiantes y propias.
De esto trata la película Ralph, el demoledor (EUA, 2012), dirigida por Rich Moore y escrita por Phil Johnston y Jennifer Lee. La cinta estuvo nominada al premio Oscar como mejor trabajo de animación. Cuenta la historia de Ralph, el ‘villano’ de un juego de arcade (máquinas de videojuegos) que tiene como función demoler todo lo que se encuentra a su paso en la pequeña ciudad en la que vive, para que el ‘héroe’ Felix, el reparador, reconstruya, arregle y sea celebrado por esto.
Cansado de ser el ‘malo’, de aniquilar en lugar de crear, de ser rechazado, detestado y temido por sus acciones, que no son más que el cumplimiento del papel que le tocó, por eso, resentido por la admiración que sienten todos hacia su contraparte, Ralph intenta cambiar la percepción de las cosas y que vean que su presencia también es necesaria y esencial. Sin embargo, pronto se da cuenta que ir en contra del estatus quo es casi imposible en un mundo en que las personas se han reducido al estereotipo de su función y viven en la rutina, sin cuestionar el orden establecido, aceptando sumisamente, conformándose con su rol porque han perdido la motivación para aspirar a más, indiferentes a qué significa el papel que asumen y por qué es importante dentro de su sociedad.
Ralph reclama que a pesar de ser catalogado como ‘el villano’, eso no lo hace malo, en el sentido específico de maldad, algo así como que es ‘bueno’ que sea ‘malo’, porque eso significa que hay alguien encargado de destruirlo todo, para abrir la posibilidad de que haya alguien que pueda repararlo todo, es decir Felix, lo que a su vez hace al juego funcionar y, para fines prácticos, existir. Esto quiere decir que no es que Ralph sea cruel, malévolo o vil, aunque sea señalado como “el malo”, sino que su rol como demoledor importa por lo que aporta en positivo a su comunidad, como personajes dentro de un videojuego con una historia concreta.
“Yo soy malo y eso es bueno, y nunca seré bueno y eso no es malo, pero no hay nadie quien quisiera ser más que yo”, dice Ralph en una reunión de apoyo a la que asisten otros villanos de otros videojuegos. Aquí ‘malo y bueno’ no se definen en función a maldad y bondad, sino en relación a aceptar capacidades, intenciones, funciones, potencial y objetivo. Una persona no puede vivir la vida en plenitud si no tiene claro qué quiere hacer, qué puede hacer, a dónde quiere llegar y hasta dónde puede llegar, esa es la analogía espejo entre el mundo real y el ficticio que presenta la cinta animada; la fuerza que hay en aceptarse y valorarse, pero no a partir de los parámetros de los demás, sino los propios.
El problema dentro de la sociedad actual es que muchas personas llegan a ver los roles como estereotipos, como moldes rígidos, lo cual los lleva a comportarse alrededor de etiquetas, tratando a otros y viéndose a sí mismos como un solo aspecto de su vida. Esto es como decir que una madre no puede ser nada más que progenitora, cuando este rol es mucho más que sólo eso, y cuando al mismo tiempo esa persona también es hija, profesionista, amiga, compañera de vida, agente de cambio, líder y todo lo que quiera ser. Esto aplica para cualquier persona; para un padre, un hijo, un gobernante, un médico, un héroe o un villano. Las personas son todo lo que quieran y puedan ser, dentro de las normas y reglas sociales de una convivencia sana y respetuosa.
Si las características de un individuo no se ven como oportunidades, entonces se encierra a las personas en simples casillas, lo que provoca rechazo, discriminación, prejuicio y otras acciones negativas similares. Esto es lo que le sucede a Ralph al inicio de la película; intenta acoplarse e integrarse pero le niegan el camino, porque no lo ven más que como el villano del videojuego en el que habita y lo tratan en función del prejuicio alrededor de la palabra, por lo que para ellos todo lo que Ralph puede ser es tosco, salvaje, rudo y cruel.
El punto es que Ralph no es así, desempeña un papel porque esa es su función, el del demoledor, pero eso no quiere decir que eso es todo lo que puede ser, porque también puede ser amable y cálido, creativo y solucionador, amigo y héroe. Lo que hace importa, por qué y cómo lo hace, también. Ralph, a fin de cuentas, sólo quiere ser aceptado; la pregunta es si primero se ha aceptado él mismo.
Esto se pone a prueba cuando Ralph sale en busca de una medalla, un símbolo asociado con heroísmo convertido en un reconocimiento tangible, bajo la promesa de que una medalla le permitirá convivir en armonía con el resto de los habitantes de su videojuego para al fin ser tratado diferente. Pero ese es su error, verse en función de lo que piensan los demás, no de sí mismo. Sin embargo, cuando Ralph se va, otra realidad se pone en perspectiva, pues la situación colapsa y el juego deja de funcionar, ya que sin alguien que lo destruya todo, no hay nada que Felix tenga para reparar y, por lo tanto, el juego mismo se queda sin un propósito. Sin Ralph no hay videojuego, pero sin Felix tampoco y lo mismo sin el resto de los ciudadanos, pues todos cumplen una función.
Al final esto le permite a Ralph entender que su existencia no está determinada por el papel que tiene como demoledor; es quien es, más allá de cuál es su tarea o función; es quien es, porque él le da valor a lo que hace. Si no acepta su función, si no valora lo que hace o si no se adapta, se empieza a corromper el sistema, que es lo que le pasó a un personaje de un videojuego antiguo llamado Turbo que terminó por ser obsoleto ante los cambios. Se afianzó tanto a que todo siguiera igual, que fue forzando su presencia en varios otros videojuegos hasta colapsarlos uno a uno, porque no sólo no entendía su función, tampoco aceptaba su realidad y su papel.
El personaje que plantea esta reflexión más claramente es Vanellope, una niña que forma parte del videojuego Sugar Rush, una pista de carreras temática con escenarios de dulces, colores y confitería, al que Ralph llega accidentalmente luego de robar una medalla de otro videojuego. Aparentemente un personaje menor, siempre relegada y rechazada por una falla o error de programación que hace que Vanellope se teletransporte indistintamente dentro del juego; la niña tiene claro quién es y qué quiere, independientemente de cuál es el papel que desempeña. Tiene un rol dentro de su juego, el de una corredora de carreras, pero también tiene claras sus capacidades, anhelos y convicciones, así que se define a sí misma a partir de lo que ella quiere ser, no lo que le dicen que tiene que ser.
“Nunca serás una corredora porque eres un fallo. Y eso es todo lo que alguna vez serás”, le dicen a Vanellope y lo importante es cómo ella demuestra que esa es una mentira, al evidenciar que su aparente error de programación puede ser una ventaja, una característica favorable que pueda usarse como fortaleza y además la distinga; pero también al comprobar que la única forma de avanzar es salir de la casilla, de la etiqueta, porque un rol no es ni debería volverse una prisión.
“El código podrá decir que soy una princesa, pero yo sé verdaderamente quién soy”, recalca Vanellope hacia el final de la película, cuando tras ganar una carrera en Sugar Rush se revela que la razón por la que su programación fallaba era porque Turbo intentó borrarla del videojuego y autonombrarse rey, ya que ella era el personaje principal, la princesa. Vanellope decide que no tiene por qué ser un cliché o cumplir con las expectativas del estereotipo del rol que le imponen; más bien ella crea su propia versión de éste, no sólo como princesa sino como Vanellope, la niña que es princesa, corredora, amiga y una falla (o un programa fallido en su codificación), todo al mismo tiempo. Vanellope celebra ser diferente, porque en el fondo todas las personas lo son, así que no necesita encajar para ser feliz o para tener claro quién es; si lo sabe no es porque los demás se lo dicen, sino porque ella se autodefine.
Es también gracias a ella que Ralph descubre que no es el personaje estereotipado que el mundo a su alrededor insiste que es. Vanellope nunca lo mira así, no lo mira como el ‘villano’, como el malo o el demoledor, porque él le demuestra con sus acciones que también puede ser solidario, creativo, honorable y heroico; entonces en el proceso, al relacionarse con otros, al buscar quién es más allá de su rol rutinario, Ralph también hace una búsqueda por su propia identidad.
Algo que él y Vanellope tienen en común es que ambos son rechazados porque son etiquetados y, con ello, incomprendidos. Ralph, Vanellope, Felix y todos los demás están programados para seguir un camino y comportamiento específicos, un algoritmo. Lo que ellos hacen es rebelarse a esta forma tan monótona de su existencia, negando la programación predeterminada que se les impone. Lo cual básicamente es una analogía para las personas en la vida real y la importancia de cuestionar su papel, entender y adaptarse según su motivación para ser y existir, incluso desafiar los estereotipos cuando los roles dejan de ser oportunidades de crecimiento para convertirse en prototipos predeterminados que homogenizan a las masas y promueven la ignorancia.
Las personas constantemente se reinventan porque constantemente evolucionan; esto no significa negar su esencia o caer en el error de aparentar ser algo que no son, más bien es cambiar adecuándose al contexto, que es un ejercicio de autoconocimiento y autoaceptación; cada persona tiene su lugar en el mundo y eso los hace únicos y especiales. Para Ralph la respuesta no está en huir de su videojuego o renegar de su situación, la clave, para él como para cualquier individuo, es que no se necesita una medalla para saberse un héroe, pues no es el rol social o el estereotipo lo que nos dice quiénes somos. En otras palabras, no es como otros te miran, sino cómo tú te percibes y te valoras.
Ficha técnica: Ralph el Demoledor - Wreck-It Ralph