Hubo una época, entre finales de los 80 y mediados de los 90, que marcó a toda una generación de jóvenes en México… y más allá de nuestras fronteras. Dentro de la escena del rock en español, destacó un grupo de nombre “Caifanes”. ¿Qué cuál era su significado? No importa, o por lo menos así lo ve a la distancia un tal “Marcovich”.
“No le doy un significado especial a la palabra en sí, sino como nombre de grupo. Yo pertenecí a un grupo llamado así de 1989 a 1995…”, recuerda, “y luego, dos años y medio durante un reencuentro que comenzó en abril de 2011. Los primeros seis años fueron muy intensos, tanto en creación musical como en giras, entrevistas de radio, TV, revistas, periódicos... Fue mucha la entrega y el aprendizaje. Lo disfruté bastante”.
Alejandro Marcovich, nacido en Buenos Aires pero que desde la adolescencia se trasladó a la Ciudad de México junto a su familia, estudió física en la UNAM, aunque finalmente decidió emprender la aventura musical. En ese vertiginoso camino, grabó junto a Caifanes tres álbumes clave en la historia del rock nacional; grabó su nombre en la inmortalidad.
“Estoy muy orgulloso de esa temporada, y creo que juntos hemos dejado un buen legado dentro de la música mexicana del siglo pasado, que sigue siendo referencia para las siguientes generaciones”, confiesa.
Pero la vida tuvo que continuar. En solitario.
Marcovich, además de tener un idilio con la guitarra, es compositor, productor, arreglista y cantante. Se dedica también a la enseñanza musical, imparte talleres, máster clases; armonía e improvisación. Ha participado en música para películas y colaborado con infinidad de artistas. A partir de 2019, como todos, tuvo que enfrentar la pandemia causada por el coronavirus.
¿Cómo ha sido la vida para los músicos profesionales desde entonces?, le pregunto. Tras bromear, admite que ha sido difícil, pero poco a poco ha ido retomando sus actividades e incluso ha tenido que adaptarse a la nueva realidad.
“No debería hablar más que de mí mismo, realmente, porque del resto de los músicos profesionales solo podría decir algo genérico, algo como ‘nos hemos quedado sin trabajo’ (se ríe). La situación para el gremio musical se puso muy difícil en muchos aspectos, principalmente el de los espectáculos en vivo, que están prácticamente postergados hasta quién sabe cuándo. En mi caso, lo primero que he podido retomar ha sido la enseñanza musical, que la vengo haciendo desde el año 2000 en paralelo a mis otras actividades (conciertos, grabaciones, producciones…), sólo que ahora en línea, algo que nunca había hecho antes. Luego, de a poco, han ido surgiendo la producción, y recientemente algunos conciertos en lugares pequeños y con medidas de precaución. Lo que todos hemos compartido, porque lo he leído en las redes, es lo de mantener la fe y la frente en alto para seguir haciendo lo que amamos, como sea y donde sea. Ya vendrán tiempos mejores, como dice una canción”.
Sobre las redes sociales, ¿qué significan actualmente para un músico?, increpo.
Yo las uso de diversas maneras. Para anunciar un concierto, la salida de un nuevo material, una actividad educativa, una entrevista, cosas así. Para compartir el enlace de algo que quiero que vean. Para hablar con mis seguidores y debatir acerca de asuntos que me parecen interesantes, y conocer sus opiniones y puntos de vista. Para hacer algunas actividades, como los famosos ‘live’”.
¿Qué hay de la música en sus formatos físicos tradicionales? ¿Se extinguirán?
“No tengo una bola de cristal como para contestarlo, pero en el caso de la música digital parece que esa batalla está perdida. Por otro lado, hoy el gran público tiene acceso a casi toda la música del mundo por un precio muy accesible... lo cual hace que los creadores de contenidos recibamos muy poco a cambio. Hay un nicho de consumidores que siguen comprando vinilos, sobre la base de que la experiencia auditiva es de calidad superior, mientras esto es algo que a las masas dejó de importarle hace mucho tiempo”.
¿Y cuál es la clave para poder vivir de la música?
“Para empezar, estar enamorado de lo que uno hace. Creo que es un consejo que vale para cualquiera, no solamente para un músico. Luego, estudiar mucho para hacer cosas de calidad, competitivas. Luego, aprender una diversidad de áreas de trabajo en vez de buscar a toda costa la fama, que puede no llegar nunca o durar muy poco. Por ejemplo, producción, grabación, composición, arreglo, edición de audio, educación...”.
Si Alejandro Marcovich pudiera hacer algo diferente a cómo lo hizo, ¿qué sería?
“Hubiera sido más estricto en la manera en la que trabajamos en mi exgrupo Caifanes. Tanto en la parte creativa como en la económica”.
¿Cuáles artistas o qué tipo de música escucha actualmente Alejandro Marcovich?
“Escucho de todo, realmente. No distingo géneros musicales ni épocas. De todo aprendo”.
Y ahora, ¿qué hay en la agenda de Marcovich?
“Dos conciertos en la ciudad de Torreón, uno a mediados de mayo en Izcalli (Edo. de México), uno a fines de mayo en Texcoco y uno en Reynosa, a mediados de junio. Aparte de esto, producción con el grupo The Shelter, en CDMX, continuar con la educación musical, tanto en línea como presencial a partir de este mes, y otros eventos que estoy negociando actualmente".
¿Cómo es la experiencia para Marcovich cada vez que viene a Torreón?
“Siempre muy linda, hay un público muy cálido y cariñoso”.
El músico tiene que despedirse. El tiempo es oro y no hay tiempo para más. No sin antes mandarles un mensaje a los laguneros.
“Los espero con muchas ganas el 30 de abril y el 1 de mayo (en conocido bar del Paseo Morelos, en Torreón) para pasar dos noche a gusto, escuchando y cantando canciones emblemáticas de mi historia con Caifanes y algo de mi discografía personal. Mucha improvisación con mi guitarra, lo cual hará que cada noche sea única e irrepetible. Están todos invitados”.
Salve, maestro. En La Laguna, ya te sentimos como uno de los nuestros.