Es el mediodía de un domingo septembrino, a la antesala del otoño. Las instalaciones del Museo del Ferrocarril comienzan a vibrar con el palpitar de las tamboras. Un estandarte rojo, bordado con la virgen de San Juan y coronado con un moño negro en memoria de un integrante fallecido, aparece entre vagones y capitanea al séquito.