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Un tapete para Gabriela Costa

(TONI FRANCOIS)

GABRIEL ACOSTA.- sábado 3 de septiembre de 2022

En noviembre de 2016 fui por primera vez a un festival Corona Capital en México. En aquella ocasión los headliners del primer día de actividades eran The Killers, Air y Pet Shop Boys, mientras que en el segundo eran LCD Soundsystem, Lana del Rey y Kraftwerk. La verdad yo decidí aprovechar ese viaje y el día festivo de la Revolución para turistear por la ciudad y solo fui al primer día del festival para ver a The Killers.

Como nunca había ido, llegué desde temprano, cerca de las 2 de la tarde, y tracé una ruta de las bandas que quería ver en los distintos escenarios. Sabía que debía tomar buen lugar en el escenario principal para ver a The Killers pero antes de eso disfruté de ver a artistas que quizá de otra manera no hubiera podido hacer, una de las bondades que tienen estos festivales, de acercar artistas de mediana popularidad a México.

Esa noche quedé sorprendido con Haim, con la energía de las tres hermanas sobre el escenario y su conexión con la audiencia. También me tocó ver a mis queridísimos Band of Horses luego de ganar un debate interno sobre si debería disfrutarlos a ellos o a Richard Ashcroft, líder de The Verve, cantando Bittersweet Symphony en otro de los escenarios.

A pesar de que sí alcancé buen lugar para The Killers y que me dejaron un grato sabor de boca, ese no fue el momento que me marcó. Antes, como a las 6 de la tarde, en uno de los escenarios alternos, me formé para ver a una banda de la cual solo había escuchado una canción y vagamente la ubicaba: Edward Sharpe and the Magnetic Zeros.

El grupo es originario de Estados Unidos y está formado por un colectivo de músicos con tintes folk, rock, blues y country, el cual se alejaba completamente del glamour del resto de los artistas que conformaban el cartel. La experiencia era más cercana a estar en un Woodstock en los años sesenta que cualquier otra cosa.

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No tocaron ni una hora completa debido a problemas con el sonido, aun así lograron brindar uno de los momentos más memorables en la ya no tan corta historia del festival en nuestro país.

Nunca había visto algo así. Los niños estaban emocionados, dando pequeños brincos, con sus uniformes bien planchados en color rojo, mientras Alex Ebert, cantante de la banda, los presentaba y los guiaba con el silbido inicial. Ese momento, en definitiva, me conmovió hasta la médula, al igual que a más de una persona que lo vivió conmigo.

Conforme fueron pasando los meses, cada vez me hice más fanático de Edward Sharpe, al grado de que podría afirmar que ya lo ubiqué en uno de los estantes más altos de mis bandas favoritas, al lado de Beatles, Red Hot Chili Peppers y Soda Stereo. A veces, en los conciertos, uno va a ver al artista y otras veces solo va a vivir y experimentar la música, sin importar quién la esté ejecutando.

Como su nombre lo indica, el grupo tiene una esencia magnética que te atrapa desde que suenan los primeros acordes y te hace centrar toda tu atención en ellos. Existe entre ellos una camaradería y una esencia “hippie” de goce y de disfrutar la vida.

Cada concierto de Edward Sharpe and the Magnetic Zeros es distinto, es decir, no siguen un guion como en otras producciones, sin embargo existe una dinámica inusual ya conocida por sus fans: precisamente a la hora de tocar Home, en medio de la canción, Alex se da la oportunidad de interactuar con el público e invita a las personas a contar alguna historia. Entonces resulta inspirador escuchar todo tipo de anécdotas: desde personas que relatan que perdieron seres queridos o familiares, personas que vencieron enfermedades o simplemente personas, como yo, que están ahí por primera vez, adentradas en el momento y en la experiencia.

En definitiva es otra manera de disfrutar de la música en vivo, alejada del mainstream y de los conciertos masivos, de las producciones megalómanas y más apegada a las raíces y a lo esencial.

Tiempo después del concierto en el Corona Capital, desperté un día y vi que a través de sus redes sociales, la banda regalaba algún objeto de su mercancía oficial a los primeros fanáticos latinoamericanos que les escribieran, como una manera de agradecimiento. Sin pensarlo, yo elegí un tapete para la entrada de mi casa, con la inscripción “Home is wherever I’m with you”, con una muy ligera esperanza de que me lo podía ganar.

Quizá un par de meses después llegó un repartidor a mi casa con un paquete para “Gabriela Costa” proveniente de California con el tapete que había elegido. Ahora, a la entrada de mi casa sigue estando ese regalo de mi banda favorita mientras sigo buscando el papelito con el remitente que dice: de ‘Edward Sharpe para Gabriela Costa’, aunque viniendo ellos les paso la equivocación.

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(CORTESÍA)

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(TONI FRANCOIS)

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