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Huelga en Hollywood: la revolución contra las máquinas

Los sindicatos de escritores y actores han paralizado la industria del cine y la televisión al no llegar a un acuerdo con las compañías productoras respecto al uso de inteligencia artificial en las producciones y las regalías por streaming.

Manifestación organizada por la SAG-AFTRA frente a los estudios Good Morning America en Times Square, Nueva York.

ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ 7 ago 2023 - 12:42

Robin Wright es una actriz decadente que no ha logrado conseguir un rol en años. La necesidad de costear tratamiento para su hijo con síndrome de Usher la orilla a aceptar un último trabajo en la industria cinematográfica: dejarse escanear para que su imagen sea utilizada en películas sin que ella intervenga en absoluto en los rodajes.

Esta es la premisa de El Congreso (2013), un filme de ciencia ficción cuyo punto de partida, hoy por hoy, no está tan alejado de la realidad. Con el desarrollo que ha tenido la Inteligencia Artificial (IA) en los últimos años es posible, por ejemplo, remplazar un rostro por el de cualquier otra persona en una fotografía o video. Esta técnica, conocida como deep fake, se usa en el videoclip “The Heart Part 5” de Kendrick Lamar, donde el rapero se convierte en Will Smith, Kanye West, Kobe Bryant y demás celebridades en cuestión de segundos.

Si esto es posible ahora que la IA está prácticamente en pañales y apenas se está democratizando, ¿cuál será el futuro de la creación de contenido y del entretenimiento (industrias donde el uso de esta tecnología se ha extendido con celeridad)? Y sobre todo, ¿qué le espera a quienes se ganan la vida en esos ámbitos? El porvenir es incierto y, ante la duda, actores y escritores de Hollywood están sentando un precedente contra la posible precarización de su trabajo como consecuencia de la IA.

La producción de series y películas hollywoodenses está paralizada desde que el Gremio Estadounidense de Escritores y el SAG-AFTRA (Gremio de Actores de la Pantalla – Federación Estadounidense de Artistas de Radio y Televisión, por sus siglas en inglés) entraron en huelga al no llegar a acuerdos con la AMPTP (Alianza de Productores de Cine y Televisión) durante la renovación del contrato colectivo entre ambos sindicatos y las compañías productoras. Los principales puntos de discrepancia son la regulación del uso de IA y los pagos residuales por streaming.

Esto último se refiere a las regalías que se pagan por la retransmisión de una película o serie. En cine y televisión es fácil contar cuántas veces se reproduce un episodio o una película luego de su primera aparición. En cambio, todavía hay un vacío legal en lo que respecta a las plataformas de streaming. Los escritores y actores solicitan que los pagos residuales se hagan acorde al número de vistas que se registren de cada pieza de contenido. Sin embargo, compañías como Neflix, Amazon o Disney+ permanecen crípticas en lo que respecta a las visualizaciones.

Deep fake en el videoclip del sencillo 'The Heart Part 5' de Kendrick Lamar.
Deep fake en el videoclip del sencillo "The Heart Part 5" de Kendrick Lamar.

Cabe mencionar que la última vez que ambos sindicatos estuvieron en huelga al mismo tiempo fue en 1960, precisamente para exigir regalías por la retransmisión de películas y series en televisión. En aquella ocasión, el paro duró 148 días para los guionistas y 42 para los actores. Esta vez, los escritores suman casi tres meses en protesta y los actores dos semanas (al 28 de julio). A pesar de las producciones millonarias que están varadas, como Deadpool 3, Gladiador 2 y la nueva temporada de Stranger Things, no se han logrado acuerdos.

GARANTÍAS CONTRA EL USO DE IA

Respecto a la otra cuestión, se trata, como ya se mencionó, del uso de la imagen de los actores para alimentar a las IA y que estas puedan emplearla para generar escenas posteriormente, sin que ellos estén presentes.

“(Los estudios) propusieron que nuestros actores de fondo (extras) fueran escaneados, recibiendo el pago de un día, y que sus empresas fueran las propietarias de ese escaneo, de su imagen, y usarla por el resto de la eternidad en cualquier proyecto que deseen, sin consentimiento y sin compensación”, expuso Duncan Crabtree-Ireland, jefe negociador de la SAG-AFTRA.

Es decir, el primer golpe de la tecnología generativa no sería para celebridades como Tom Cruise o Jenniffer Lawrence, sino para los miles de actores que ejercen su profesión sin ser foco de paparazzis, pero que son necesarios para dar vida a las series y películas favoritas del público. El sindicato está conformado por 160 mil miembros que incluyen actores, extras, locutores, dobles de riesgo y hasta youtubbers. El salario promedio que reciben es, aproximadamente, de 27.73 dólares la hora, de acuerdo a datos de la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos. Esto equivale a poco menos de dos salarios mínimos en el estado de California. De hecho, el 87.3 por ciento de los sindicalizados ni siquiera gana lo suficiente para acceder al seguro de salud que ofrece el Gremio.

No es de sorprenderse que se rehúsen a aceptar que los ejecutivos de los grandes estudios aumenten sus ya millonarias ganancias a costa de dejar a miles de trabajadores en la calle porque una máquina puede insertar personajes en pantalla de forma más barata. Lo que piden es que haya una regulación clara respecto al uso de la IA en la industria. Aun así, el CEO de Disney, Bob Iger, ha repetido en varias ocasiones que las peticiones de los huelguistas son “poco realistas”.

“Ahí está, sentado con su ropa de diseñador y recién subido en su jet privado en el campamento de billonarios, diciéndonos que somos poco realistas cuando hace 78 mil dólares por día”, acusa Fran Drescher, presidente de SAG-AFTRA y protagonista de la famosa serie noventera La niñera.

Fran Drescher y el negociador de la SAG-AFTRA, Duncan Crabtree-Ireland, en una protesta frente a la sede de Netflix
en Los Ángeles.
Fran Drescher y el negociador de la SAG-AFTRA, Duncan Crabtree-Ireland, en una protesta frente a la sede de Netflix en Los Ángeles.

El caso de los escritores es similar. Herramientas como ChatGPT ya pueden generar ensayos, historias y poemas en una fracción minúscula del tiempo que le tomaría a un autor de carne y hueso. Sin embargo, eso jamás hubiera sido posible si dicha IA no hubiera recibido como referencia cientos de miles de textos extraídos de Internet. De la misma manera, cualquier otra herramienta similar no podría escribir un guion sin nutrir su base de datos con el trabajo realizado por humanos. Por eso los alrededor de 20 mil miembros del Gremio de Escritores rechazan alimentar a la máquina sin establecer primero las reglas del juego; es necesaria la garantía de un acuerdo justo.

Después de todo, en palabras del periodista laboral Hamilton Nolan “lo único que pueden hacer todos esos ejecutivos es vender lo que hacen los actores y los escritores, y robar tantas ganancias como puedan […] Pronto nadie recordará por qué se les pagaba tanto dinero en primer lugar”.

REGULAR LA AUTOMATIZACIÓN

En su artículo de opinión para The Guardian, titulado The Hollywood strike can and must win – for all of us, not just writers and actors (La Huelga de Hollywood puede y debe ganar – por todos nosotros, no solo escritores y actores), Hamilton Nolan destaca que lo único que puede impedir que los empleados apenas sobrevivan mientras los CEOs e inversionistas construyen cohetes privados para escapar a Marte, es el poder de la clase trabajadora.

El alcance de la IA se expande a pasos agigantados. Tan solo en mayo de este año, alrededor de tres mil 900 personas perdieron su empleo como consecuencia de esta tecnología, según un reporte de Challenger, Gray and Christmas. El Foro Económico Mundial calcula que, para el 2025, 85 millones de empleos podrían esfumarse por este mismo motivo. Aún no es posible asegurar que la cantidad de oportunidades laborales que se abrirán serán suficientes para subsanar esa pérdida.

Es indudable que la IA es una herramienta poderosa que, más allá de transformar el mundo laboral, puede abrir nuevos horizontes para la humanidad. Sin embargo, se necesitan directrices para que su utilización no agrave la brecha de desigualdad.

Sin regulación es fácil que las empresas abracen la automatización sin miramientos hacia quienes ven sus habilidades obsoletas de un día a otro. Por otra parte, sería ingenuo esperar a que los gobiernos pongan manos a la obra sin ningún tipo de presión ciudadana. Que los escritores y actores estén exigiendo garantías de que el proceso de transición al uso de IA sea justo, abre camino a quienes se ganan la vida en otras industrias que, tarde o temprano, se verán trastocadas por las tecnologías generativas.

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