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Opinión

Suave patria

A México le urge nuestra reconciliación para trascender lo que nos divide y reencontrarnos en aquello que nos une.

Suave patria

ADELA CELORIO 22 ago 2023 - 16:26

Ni siquiera para las dos cuestiones fundamentales que son nacer y morir, se toma en cuenta nuestra voluntad. Cuando pienso que pude nacer en algún país donde las mujeres siguen siendo cruelmente maltratadas, sin derecho a educación, lapidadas, propiedad absoluta del marido; que la caprichosa cigüeña pudo arrojarme entre las mujeres intocables de la India o en el frío de la Tundra ártica, considero una gran suerte que el azar me haya depositado en México que, como dice Denise Dresser, es el país de uno; que hoy, herido, necesita consuelo.

Necesita que bajemos la voz, necesita cariño y confianza, respeto y comprensión, especialmente ahora que la pobrecita patria camina concentrada en rabia, exacerbados los ánimos, sangrante la herida, fragmentada la ciudadanía desde el micrófono que, para sembrar odio y dividir, empuña desde su palacio el hombre que debía velar por la unión y la paz de los mexicanos. “Suave patria, tu mutilado territorio / se viste de percal y de avalorio”, escribe López Velarde.

En este país de uno, donde la delincuencia y el crimen han acabado por convertirse en diario sustento, lo que toca es hablar de paz, una paz que se funde en la ley y los derechos ciudadanos, y que inaugure un horizonte de equidad y justicia. A México le urge nuestra reconciliación para trascender lo que nos divide y reencontrarnos en aquello que nos une. Nunca he sido nacionalista ni patriotera, ya lo he dicho aquí, pero nuestra hermosa tierra es grande y nos pertenece a todos por igual. No está lejano el día en que el planeta, enfermo, nos obligue a olvidar fronteras y a reconocernos como hermanos para, unidos, rescatarlo de la muerte.

Nunca he pensado que México sea mejor ni peor que otros países. Si lo amo especialmente es porque es mi casa, mi familia, mi historia, mis muertos… y es por eso que ahora que se encuentra alicaído y triste, siento que toca abrazarlo, ofrecerle unas palanquetas bien dulces, hablarle de esperanza, de ilusión, de niños que juegan felices en los parques y estudian seguros en las aulas de su escuela. Es momento de prometerle un territorio de hombres y no de machos de mierda; de amaneceres sin violencia y sin cadáveres.

Ya, ya sé que es una utopía, pacientísimo lector–lectora; pero miren ustedes, mi utopía consiste en una sociedad que privilegie por encima de todo la educación, único camino irrefutable para construir un país de ciudadanos informados y maduros, y no de dóciles mascotas, donde haya una gran clase media que levante la cabeza orgullosa y próspera frente al mundo.

De momento, lo que el cuerpo me pide es abrazarte, querido México, y serenar tu ánimo con el Huapango de Moncayo, un magnífico café en los Portales de Córdoba y la fresca risa de Xóchitl. Hay gente que enojada y frustrada tiene prisa de levantar el mantel, poner las sillas sobre la mesa y largarse. La mayoría, sin embargo, nos quedamos para invitarte a bailar un danzón que, llegado de Cuba, con los años y el gozo, hemos hecho nuestro. Nos quedamos a compartir contigo un mole en Puebla y unas chonitas en Durango, a tomarnos un tequila mientras los mariachis nos cantan “México lindo y querido”, a disfrutar la belleza del cielo jacarandoso de abril y de las bugambilias que nos alegran todo el año. Nos quedamos contigo para recordarte que así como has superado revoluciones, catástrofes, dictablandas y dictaduras, también esta pesadilla pasará; y tu hijos de todas las clases sociales, de todas las ideologías y creencias, nos reconoceremos como hermanos para, de manera pacífica y constructiva, consolidar la democracia que hemos elegido como sistema político para preservar nuestra libertad. 

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