Toilet paper, Martin Creed. (Foto: EFE)
Conservadora, cerrada, cuadrada, nazi... los adjetivos no faltan cuando se trata de desacreditar a Avelina Lésper, la crítica de arte que se ha lanzado contra la irracionalidad del 'arte contemporáneo VIP' con declaraciones y reflexiones tan certeras como lógicas, que han encontrado eco en todos aquellos que alguna vez se sintieron perdidos, desamparados o defraudados en la sala de un museo llena de objetos comunes, como salidos de la guarida de un acumulador, pero con el mote de arte.
Contra la banalidad y la indisciplina, no contra la experimentación artística y la libertad de expresión; contra la especulación, no contra el mercado del arte; contra los artistas hechos al vapor, no contra los creadores jóvenes; contra un mal llamado 'arte contemporáneo' a pesar de carecer del valor estético y la factura necesarios para ser llamado como tal, y que aun así se ha ganado un espacio privilegiado en todos los museos del mundo; contra todo eso se impone Avelina Lésper.
Desde 2008, fecha en que se integró como columnista, la perspectiva de Avelina puebla la red y encuentra eco en miles de personas al mismo tiempo que genera acaloradas discusiones y es motivo de densos artículos, a modo de réplica, de otros críticos. Y qué decir de los debates que se suscitan entre los cibernautas con cada texto, ya sea de su autoría o que tenga algo que ver con ella; las posturas se reparten en sólo dos sentidos: el apoyo incondicional y el rechazo casi siempre cruel y despiadado.
“El arte contemporáneo es una farsa”, es la aseveración que le sirve como punto de partida; “el problema es que no es arte, estamos ante un estilo que tiene bases únicamente comerciales para exponerse como arte”, comenta en entrevista con Siglo Nuevo, en referencia a lo que ella denomina ‘arte contemporáneo VIP’ (video-instalación-perormance); “sus bases teóricas son artificiales, no hay un argumento para que determinados objetos sin valores estéticos y sin factura, puedan ser arte”.
Aunque en el sentido estricto de la palabra, el termino contemporáneo, que debería utilizarse para cualquier artista vivo, que produzca obra, traduzca o reinterprete la realidad actual, ya sea que su técnica de comunicación pertenezca a las formas más tradicionales de la plástica, como el grabado o el dibujo, no lo quieren aplicar, a quienes Lésper denomina como VIP, ya que han secuestrado la denominación de contemporáneo sólo para su gremio.
Las afirmaciones tajantes siempre causan escozor, y las de Lésper no son la excepción. Quienes nutren, y se alimentan, de este mercado pueden llegar a sentirse ofendidos (aunque quizá no amenazados), sobre todo si son cuestionados personalmente y frente a una cámara por la crítica, como ya le sucedió en Zona Maco 2013, a la artista contemporánea Julieta Aguinaco, famosa por su pieza de cubetas con agua.
Pero, ¿quién es Avelina Lésper? ¿Qué autoridad tiene en la materia para asegurar lo anterior? La respuesta incluye títulos académicos del ámbito de las artes: una licenciatura en Literatura Dramática y una maestría en Historia del Arte por la Universidad de Lodz, de Polonia, la respaldan, mas, siguiendo su línea de pensamiento, la realidad es que cualquier ciudadano común puede llegar -y de hecho lo hace- a la misma conclusión. De ahí el poco interés que despiertan entre el público las exposiciones de arte contemporáneo.
SALAS VACÍAS
La gente que se pasea indiferente frente a los museos es cosa de todos los días en un país como el nuestro; contar las veces que una persona visita las galerías de su ciudad para contemplar las nuevas propuestas artísticas es una tarea que no requiere el más mínimo esfuerzo. En cambio, podría hacerse una colección con los rostros, mezcla de desconcierto, decepción y perspicacia, de aquellos 'optimistas culturales' que un buen día deciden romper con la tendencia, ir contracorriente, e ingresar a dichos recintos -muchas veces en aras de cultivarse, aprender, o simplemente regocijarse con el arte-, tan sólo para encontrarse con un montón de zapatos viejos apilados en un rincón de una de las salas de exposición; algunos mecates, listones o telas, eso sí muy llamativos, interrumpiendo aquí y allá su paso; una enorme bola oscura que, sólo observando muy de cerca, se descubrirá está hecha de cabellos; salpicaduras de pintura en las paredes propias de un pequeño en pleno desarrollo de sus facultades psicomotrices finas; imágenes ininteligibles proyectadas en diferentes paredes, y aún más incomprensibles ruidos provenientes no se sabe si de ultratumba, de los sueños o de algún antro juvenil, o de todos a la vez.
¿Cómo reaccionar a estos objetos? Algunos quizá harán un esfuerzo por interpretarlos, pues, vaya, “si están en un museo deben decir algo, porque los museos son sitios de gente culta e inteligente, no de mentirosos que nos quieren ver la cara”, se dirán antes de leer una complicada descripción que acompaña a cada cosa y terminar todavía más confundidos, o bien tragarse la píldora, pretender que han comprendido, sentirse conocedores absolutos y seguir adornando su esnobismo. Otros, por el contrario, se sentirán incapaces de comprender, se avergonzarán de su ignorancia y, probablemente, resolverán no enfrentarse a una situación similar en el futuro, no volver a un museo, galería o espacio cultural.
A muchos les gusta colocarle a México la etiqueta de pueblo inculto, se le reprocha a la población la baja asistencia a museos. Por ejemplo, una encuesta realizada por el Conaculta en 2010, revelaba que el 86 por ciento de los mexicanos nunca había asistido a un museo; en 2012, la Encuesta Nacional de Consumo Cultural en México, el estudio más reciente al respecto, mostró un avance al señalar que el 62 por ciento de los encuestados habían asistido al menos en una ocasión a algún 'sitio cultual', aunque hay que decir que esta denominación engloba no sólo a los museos sino también a las casas de cultura, bibliotecas, hemerotecas, teatros, auditorios o archivos históricos; entre otros sitios o eventos culturales. El asunto es todo un escándalo por donde se le vea, porque nunca se pierde de vista que la capital del país es la segunda ciudad, después de Londres, Inglaterra, con más museos en el mundo, 186, según las declaraciones de Miguel Torrruco, secretario de Turismo del Distrito Federal, publicadas el pasado mes de abril. Además, en muchas ciudades de la república el incremento de museos es una tendencia en aumento, al igual que llenar sus salas con arte contemporáneo.
Pero esas salas se quedan vacías y explicar el porqué es la tarea que asumió Avelina Lésper, quien cuenta que desde que comenzó a escribir, se centró en el tema del ‘arte contemporáneo VIP’ porque tenía necesidad de expresar lo que como espectadora veía en los museos.
“Me he dedicado a estudiar este fenómeno y por qué ha sucedido; por qué, por un lado, se ha aceptado y por qué, por otro, existe un rechazo muy fuerte por parte de la sociedad y de los artistas”, comenta.
LA FUENTE DEL PROBLEMA
Avelina sitúa el origen de este estilo en los ready mades de Duchamp (1917) y el dadaísmo. Aunque explica que explotó como presencia cultural a finales de los cincuenta y principios de los sesenta gracias a los movimientos sociales que, malinterpretando el sentido de la libertad, resolvieron acabar con el rigor educativo y con sus imposiciones, lo que dio como resultado una nueva academia en la que la libertad total, malentendida, era la única forma de crear.
Esa ‘libertad’ terminaría formando parte del sistema porque se convirtió en un placebo social, sus manifestaciones se institucionalizaron y fue a partir de entonces cuando se empezaron a cotizar los performance, “las obras que no existen, las obras que son salas vacías”. La especulación detectó en ese momento el potencial lucrativo del arte contemporáneo, “vio una manera muy fácil de generar dinero porque las obras se hacen muy fácil, instantáneamente, y hay muchísimas obras y artistas, entonces eso generó un mercado artificial que permite especular con mucho dinero”, detalla Lésper.
En este sentido, asegura que el arte contemporáneo solamente es un asunto de dinero; “la base real que vuelve a esto arte es su cotización en el mercado. Lo que tú vendas, lo que sea, tiene valor de arte, si lo puedes vender en una subasta. Sin criterios estéticos, sin criterios humanistas, nada, lo único que le da a esto su valor es el dinero”.
Una torre de rollos de papel higiénico, similar a la que puede encontrarse en un supermercado, valuada en miles de euros, recipientes de plástico, cubetas, utensilios, artefactos, cajas de cartón y muchos otros objetos comunes y corrientes acomodados de una manera extraña, colecciones de basura y hasta cadáveres, son algunos ejemplos de lo que puede encontrarse en una salas, galerías y bienales de arte contemporáneo alrededor del mundo.
No importa cuán ridícula parezca una propuesta artística porque lo que importa es la idea detrás de cada objeto, performance, video o instalación, mientras se tenga un argumento las posibilidades de crear “arte” son infinitas.
“El arte contemporáneo permite cualquier categoría, porque cualquier cosa que designes como arte es arte […] hemos llegado al extremo de que los orines son arte (ahí están las pinturas con orines de Andy Warhol), la basura… ya no hay ni siquiera hay rangos de calidad”.
MEDIOCRIDAD CREATIVA
Esta situación ha favorecido la proliferación de un sinfín de artistas, personas que se autonombran así aunque no cuenten siquiera con una producción que los respalde.
“Ahorita ser artista es una cosa instantánea, una cosa artificial. Individuos como Beuys y Duchamp, dijeron que arte era lo que designara un artista como tal y que todas las personas podían ser artistas y no es cierto”.
Es verdad, dice, que todo mundo tiene la posibilidad de acceder al arte, “pero en artista sólo te convierte tu trabajo, la constancia de estar creando siempre, preparándote, estudiando y demostrando con tus obras que mereces ese título”.
Los 'aristas contemporáneos' no merecen esa etiqueta porque sus propuestas careen de rigor, subsisten sólo a través de una sobreargumentación, atributos que los mismos creadores les dan, pero nunca de manera independiente.
Actualmente hacer arte es un ejercicio ególatra, los performances, los videos, instalaciones están hechos con tal obviedad que abruma la simpleza creadora, y son piezas que en su inmensa mayoría apelan al menor esfuerzo, y que su accesibilidad creativa nos dice que cualquiera puede hacerlo. [...] El artista ready made toca todas las áreas, y todas con poca profesionalidad, si hace video, no alcanza los estándares que piden en el cine o en la publicidad; si hace obras electrónicas o las manda a hacer, no logra lo que un técnico medio; si se involucra con sonidos, no llega ni a la experiencia de un Dj, fueron las palabras de Avelina el pasado mes de agosto en una conferencia en le Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP).
Para Avelina, el proceso de ser artista es la consecuencia de una trayectoria y sobre todo de muchísimo trabajo.
“Un artista está respaldado por sus obras, no está destinado como tal a priori, sin haber tenido una trayectoria y algo que avale ese título. Lo que demuestra la calidad artística son las obras”, pero ya no sucede eso, continúa, “ahora cualquier persona se puede autonombrar artista”.
Es necesario aclarar que para Avelina Lésper, este fenómeno es exclusivo del ‘arte contemporáneo VIP’.
“Qué pasa en las otras disciplinas, por ejemplo en las interpretativas (danza, teatro, música), la obra te pone un reto, tú no puedes tocar a Bach si no dominas la música”; es decir “te imponen condiciones para desempeñarlas”.
Además, considera, estas manifestaciones artísticas tienen la ventaja de que como son en vivo y están en contacto directo con el público, les permiten a los artistas saber si lo que están haciendo tiene calidad o no.
“En el arte contemporáneo no sucede eso, el artista va a dejar su obra en el museo y se desaparece y no tiene idea de cómo reaccionó el público, no tiene idea si hubo aceptación o no. Tú ves los museos de arte contemporáneo y están vacíos porque la gente no tiene interés en ver la obra. Pero eso a los artistas no les importa, porque no es un arte hecho para el público y ni siquiera para tener una implicación social, es un arte para instalar a nivel institucional, para entrar en los museos, para adquirir currículum, se hace para los curadores y ex profeso algunas veces, pero no se hace para tener una incidencia social y cultural”.
Como resultado tenemos un arte mediocre y, además dogmático, que no permite la interacción con el público, por mucho que se le atribuya esa cualidad, unilateral en muchos sentidos, pues cierra las puertas a la libre interpretación y al cuestionamiento.
“Estas obras, así como están, que son basura, no las puedes tocar y no te puedes acercar a ellas, no las puedes mover, no puedes hacer nada, y tú te pones a interactuar con performance y te sacan a golpes, yo he visto cómo las 'performanceras' cuando les empiezan a decir cosas o se mete la gente, se niegan a seguir con su perfomrmance, es mentira lo de la interactividad, es una gran falsedad, no hay interacción”.
Cosa que, por el contrario, sí ofrece el arte 'tradicional'. “La contemplación siempre ha sido interactiva”, asegura Lésper, para quien el sólo hecho de estar dentro de un edificio y pararse frente a una pintura ya es interacción, ya que en esos casos, el espectador “no se queda en estado catatónico, no hace pausa mental y se queda sin saber frente a lo que está; cuando estás frente a un producto artístico, estás ejerciendo además tu espíritu crítico, dices 'esto me gustó', 'esto no me gustó', 'esto me sorprendió'; todo el tiempo el cerebro está trabajando frente a eso”.
En el arte contemporáneo no existe la relación espectador-creador porque no está hecho para los espectadores, está hecho para los curadores, está hecho para la especulación y las instituciones”.
Avelina encuentra en esta situación la razón por la que nadie va los museos y añade que “el arte contemporáneo no sólo no se acerca a la sociedad, sino que es segregacionista”, pues sus creadores, promotores y adeptos asumen una postura en la que si la propuesta no le gusta al público es porque no entiende, porque no está preparado y se apuran a señalar su 'falta de cultura'.
“¿En dónde quedó el momento en que el arte era el que te enseñaba, que el arte aportaba a tu cultura?”, se pregunta Avelina, “ahora tú le tienes que aportar al arte, y antes uno iba a los museos a aprender.¿Qué es el museo de Antropología?, es un museo de arte, es un museo histórico de arte y la gente sigue yendo a aprender, y sigue yendo a ver la serpiente de Tamayo. ¿En qué momento el arte dejó de enseñarnos?”.
TAMBIÉN EN LAS GRANDES LIGAS
La crisis creativa se da en todas las esferas, tanto entre quienes recién comienzan una carrera artística como entre los que viven como estrellas consagradas, quienes según Avelina, hubieran sido rechazados en las exigentes y rigurosas escuelas de antaño.
Para muestra pone como ejemplos a algunos de los más cotizados: “en la escuela de arte donde estudió Damien Hirst no se requería saber dibujar para poder pasar el examen de admisión; Jeff Koons, no sabe dibujar, ni trazar, ni nada, todo lo encarga; Ai Weiwei tampoco sabe hacer nada”.
“Ahorita, todos estos que existen como artistas contemporáneos, la enorme mayoría, si no es que de verdad todos, ya no digo un siglo antes, 60 años antes no hubieran podido llevar una carrera artística, ninguno”, arremete.
Pero, ¿por qué si es tan absurdo, mediocre y tiene tantas carencias el arte contemporáneo es a pesar de todo un éxito comercial? ¿Quién lo mantiene?
Además de los especuladores, que ya de por sí generan jugosas ganancias, existen otros seres que destinan dinero a este tipo de arte; se trata de personas con ansias de fama que han encontrado en el coleccionismo una vía para lograr el reconocimiento.
La sobrevaloración del de arte contemporáneo, al que abonan la aceptación académica e institucional, está permitiendo que muchísima gente exista a través de sus colecciones, es decir, que sus poseedores se hagan famosos.
Visto de este modo, la banalización de arte es quizá un reflejo de la superficialidad de la sociedad actual, al menos del pequeño segmento que puede pagar por él, ese a quien el arte contemporáneo debe su existencia y supremacía.
“Hay una entrevista muy reveladora que dio el dueño de la colección Cervantes, que dijo: 'pues yo empecé a comprar cosas y nadie me hacía caso, y en el momento que empecé a comprar arte contemporáneo me hice famoso y me hice de un montón de amigos y de un montón de gente que quería conocer y por eso me encanta comprar arte contemporáneo, porque la gente quiere conocerme'”, cuenta Avelina Lésper para ejemplificar.
Y es que el dinero puede comprar lo que sea, y cuando ya se ha comprado todo, ¿con qué otra cosa se puede alardear de riqueza?, pues comprando algo completamente absurdo, reflexiona Avelina, sin ignorar las posibilidades de evasión de impuestos que la adquisición de este tipo de arte ofrece.
LA RESPONSABILIDAD DE LA ACADEMIA
En un intento por adaptarse a los tiempos modernos, las escuelas de arte han arropado e impulsado el 'arte contemporáneo', y ello ha derivado en el deterioro del verdadero arte. ¿Cuál debería ser su función?
“En un mundo ideal, las escuelas deberían de asumir una cosa, que es la realidad: que el arte contemporáneo no necesita enseñarse, como no requiere de talento y no requiere de ningún desarrollo técnico no tienen que enseñar nada de eso”, opina la crítica de arte, para quien las bases que los estudiantes necesitan para dedicarse a este estilo, tal y como está concebido, se podrían abordar en tres o cuatro meses, es decir se pueden aprender en “un cursillo”.
En las escuelas, en cambio, los alumnos deberían estar aprendiendo a dibujar, a manejar los materiales, a grabar, a usar el papel, la tinta, las placas, especializándose en figura humana, en composición de color, en temas que sólo se pueden aprender dedicándoles el tiempo necesario.
“Ya si al final, quieren encuerarse y hacer su performance, que lo hagan, pero que salgan bien preparados, porque están saliendo sin preparación y están saliendo muy vulnerables ante los cambios artísticos, y en un momento, cuando esto siga agotándose, porque cada día es menos lo que da el arte contemporáneo, se van a quedar sin nada, no van a saber hacer nada, no van a tener armas en las manos para poder desarrollar una carrera artística real”.
¿Y DÓNDE QUEDÓ EL ARTE?
Pero no hay que suponer que el arte ha desaparecido del país, el problema es más bien la falta de espacios, de plataformas de proyección.
“México tiene una super escuela de pintura y unas súper escuelas de artes gráficas; tiene grandes pintores, gente muy innovadora”, afirma, lo cual hace suponer que a pesar de todo, la educación artística en México cuenta con muy buenos maestros.
“Hay buenos maestros de arte, la educación como tal tiene muchas deficiencias, pero dentro de estas escuelas, que además la gran mayoría son del estado, sí hay maestros muy valiosos, porque obviamente, si estamos viendo generaciones de muy buenos pintores jóvenes, quiere decir que hay un muy buen maestro que les enseñó”.
Avelina Lésper se muestra optimista en cuanto al desarrollo del auténtico arte en el país.
“Hay muchísima gente joven, pintores, dibujantes, y autores de obra gráfica que están trabajando con muchísimo nivel, y no porque no sean conocidos no tiene valor su obra”, asegura al mismo tiempo que lamenta que el arte se haya convertido en un asunto de 'famoseo'.
La lógica parece ser que si eres famoso entonces eres artista, “como si tuvieras que salir en el TvNotas, y no es así, hay muchísima gente de la que no sabemos, grandes maestros que están en sus talleres enseñando a otros jóvenes y que están trabajando mucho, que merecerían, obviamente, un espacio y la atención del público, pero que no los tienen porque llegas a un museo y hay cuatro periódicos arrugados o dizque agua de cadáver”.
Avelina aboga al menos por una forma más equitativa de distribuir las exposiciones, que no todo sea arte contemporáneo, o que dentro de esta consideración entren también los artistas que trabajan medios tradicionales, pues también son contemporáneos, en la medida en que “son creadores que están trabajando ahora, que están vivos, su obra está presente, es reciente, tendrían que ser considerados contemporáneos, pero no lo son porque dicen que sus medios no son contemporáneos”.
Ante la ausencia de espacios, y con el objetivo de proyectar a todas esas personas que afanosamente trabajan para producir una propuesta de calidad, Avelina realiza de manera permanente entrevistas que el público puede consultar en la red.
Donde se ha abordado la obra de diversos artistas, entre ellos Manuel Felguérez, Sergio Garval, Diego Narváez, Víctor Rodríguez, Gilberto Aceves y una rica lista integrada por un total de 34 pintores. “Estamos tratando que si la gente no tiene espacio al menos que sea vista a través de la red”.
NO DEJARSE INTIMIDAR
Acabar con la supremacía es algo alcanzable, Avelina expresa que el mercado en algún momento dejara de dar por sí mismo, pero el público también puede contribuir manifestando lo que piensa cuando ve una exposición y no dejarse intimidar por lo que exponen en los museos y por quines se ostentan como artistas e insisten en señalar la supuesta ignorancia de los espectadores.
No hace falta contar con estudios especializados en arte, hay que partir de la premisa de que todos somos sensibles a la belleza.
“El ser humano, ha crecido rodeado de belleza, el primer contacto que tienes es con la naturaleza, es armónica y te ofrece momentos de belleza increíbles y si tú puedes decir conceptualmente que un paisaje es bello, es porque tienes asimilados los valores estéticos de paisaje intelectualmente”.
La sensibilidad por la belleza es parte de la sociedad y se ha logrado gracias a los millones de años de existencia en los que el hombre ha intentado reproducirla.
“Hemos creado el arte para producir otras formas que no existían, hemos hecho del ruido música, hemos hecho del movimiento danza, del color pintura, estamos familiarizados con la belleza, entonces la gente no se debe sentir intimidada y decir 'ay es que no entendí', no, es que la obra no te dio, no te comunicó, la obra no te aportó”.
También es conveniente desechar la idea de que el arte es elitista. “Si el arte fuera elitista por naturaleza nunca hubiera servido, por ejemplo, para que la gente creyera en dios [...] Nuestra idolatría nace del arte. Las vírgenes que existen y ante las que la gente se ha arrodillado, las ha pintado Murillo, los cristos en los que la gente se arrodilla, los pintó Velázquez. Algo que permea tanto en la sociedad, que mueve masas, tiene al arte como un vehículo proselitista, ¿eso lo haría elitista en algún momento? Es una contradicción enorme”.
En su opinión, la gente busca el arte, se acerca a él, se impresiona con él y se traslada hasta donde está. “Hay una buena exposición y ves las colas afuera de los museos”, como ejemplo pone la exposición de l'Orangeri en el Museo Dolores Olmedo. “La gente estuvo formada todos los días para ir a ver las obras”.
Los argumentos de Avelina Lésper parecen simples y muy lógicas, pero son el resultado de un rigor académico que puede ser constatado navegando en su blog. Aún así sus textos han sido susceptibles de crítica e intentos de invalidación, casi siempre por parte de quienes de alguna u otra forma promueven el arte contemporáneo.
Algunos describen su éxito como el resultado de la inconformidad y el resentimiento de un sector poco ducho en temas de arte, así como a la dura e incuestionable actitud que adopta al momento de exponerlas, misma que, según muchos, la hace caer en lo mismo que critica, en conferirle un carácter dogmático a sus consideraciones.
Lo cierto es que cada vez son más personas que se muestran de acuerdo con ella, y no únicamente en México, la crítica ha recibido invitaciones para dictar conferencias en escuelas fuera del país; ha visitado Colombia y sus declaraciones han sido reproducidas en diarios de España y Argentina.
Es una de las más fuertes exponentes de un movimiento internacional llamado “Hartismo”, integrado por artistas de todo el mundo que también se han revelado contra el arte contemporáneo y cuyos alcances en la transformación de la escena cultural están por verse.
Por lo pronto, abrir el debate y suscitar el debate con respecto a un tema que parecía incuestionable, y además atraer una notable atención entre los mexicanos, puede concebirse como un logro y una promisoria condición para el enriquecimiento del ámbito artístico en el país.
DICCIONARIO DE AVELINA
Claves para entender el arte contemporáneo
Intervención: el arte siempre interviene el espacio, interviene la consciiencia humana.
Performance: todas las artes interpretativas son 'performáticas', el performance de ahora, carece de interpretación y de contacto con el público.
Arte: El arte es una necesidad intelectual y un proceso intelectual.
Arte contemporáneo: Farsa.
Crítico: Hay dos tipos de críticos; los que nunca dicen la verdad y los que toman el riesgo de decirla.
Curador o curaduría: El curador es el que da soporte a las obras de los artistas que no tienen valor.
Discurso: Conjunto de palabras sin sentido que se le aplican a una obra con menos sentido todavía
Espectador: Persona que tiene que soportar un museo lleno de basura.
Mecenas: El verdadero artista del arte contemporáneo, sin el dinero del mecenas no existirían estas obras.
Artista: Designación artificial para una persona que no ha desarrollado que ni conoce sus verdaderos talentos ni ha desarrollado ninguna educación artística.
Denuncia social: Es un tema gratuito que abordan muchos artistas para hacer pasar sus obras como sociales.
Estética: Una disciplina que se ha perdido en el arte contemporáneo.
Museo: Recinto que da valor de arte a muchas piezas y recinto que debería estar albergando arte, entre otras cosas.
Galerías: Es un lugar que a veces vende arte y a veces engaña al público.
Bienal: Exposición a gran escala de la farsa del arte contemporáneo.
Ready-made: Es un mito que convirtió en arte lo que sea y en artista a quien fuera.
Videoarte: Secuencia de escenas fuera de foco y sin sentido.
Instalación: Reunión de objetos que fuera del museo pueden ser llamados basura
Mercado: Especulación de lo que no es arte y sobrevaloración.
Dinero: El verdadero discurso del arte contemporáneo.
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