Ayotzinapa otra vez. Ayotzinapa de nuevo. Ayotzinapa la herida que no cierra porque nos mintieron sobre qué la provocó. La herida supurante porque la cura fue una farsa. Esa "verdad histórica" que ahora resulta ser "mentira histórica". Esa versión que nos dio el entonces procurador Murillo Karam ahora desnudada, descubierta, evidenciada por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes nombrado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Allí en 425 páginas repletas de gráficas, peritajes, testimonios, entrevistas, lo que realmente ocurrió esa noche del 26 de septiembre, la noche más triste. Allí la evidencia que el Estado mexicano no supo elucidar por incompetencia. O negligencia. O complicidad. O encubrimiento.
Porque hay tanto que resultó no ser cierto en la versión oficial de los hechos. Que los estudiantes de Ayotzinapa iban armados. Que pertenecían a un grupo criminal denominado Los Rojos. Que fueron a Iguala a interrumpir el acto de la esposa del presidente municipal de Iguala. Que fueron entregados por la policía municipal a Guerreros Unidos. Falsedad tras falsedad. Invención tras invención. Mentira tras mentira. Y la más importante de todas, la que más cala: nunca hubo una pira gigantesca en el basurero de Cocula. Nunca hubo 43 normalista incinerados allí. Nunca fueron quemados con leña y neumáticos como los supuestos perpetradores afirmaron y la Procuraduría confirmó. La verdad es otra, muy distante, muy distinta.
La verdad de normalistas que fueron a botear y a tomar autobuses a Chilpancingo para suplir sus necesidades, como lo habían hecho durante años sin incidentes de violencia o sanción. Los propios choferes de los camiones tenían instrucciones de diversas compañías de acompañar a los muchachos y recibían incluso su sueldo por hacerlo. Acabaron en Iguala por motivos puramente circunstanciales y no por razones políticas o con una agenda de confrontación criminal. Acabaron en un lugar equivocado, en un momento equivocado, en un transporte equivocado. Cinco autobuses que fueron atacados por la policía municipal en el momento de salir de la central. Ráfagas de balas, tiroteos no al aire sino a los muchachos, violencia inexplicable y en ascenso conforme transcurrió la noche. 9 episodios a lo largo de la zona, con muertos y heridos. Y durante esta jornada trágica, agentes del Estado -la policía federal, la policía municipal y miembros del Batallón 27 del Ejército, miembros del C4- estuvieron en comunicación. Algunos atacando a los estudiantes, algunos absteniéndose de protegerlos.
Fue el Estado por acción o por omisión. Fue el Estado en un esfuerzo por encubrir lo que realmente ocurrió, con la historia de una incineración que nunca fue. Que nunca ocurrió. Un perito de talla internacional -José Torero- lo constata: no hay evidencia científica para sustentar la tesis de una pira. No hay evidencia. No hay restos. Lo que sí hay es una historia fabricada por la PGR y presentada como versión final, imprescindible para voltear la página, cerrar el libro, "superar" Ayotzinapa como nos conminaron. La culpa fue sólo de Abarca y la policía municipal y Guerreros Unidos cuando la narrativa es mucho más compleja y toca a quienes quisieran permanecer intocables.
Hoy el paradero de los 43 estudiantes que fueron subidos a 6 patrullas de la policía sigue siendo un enigma. Hoy lo ocurrido después de ese secuestro sigue siendo un misterio. El Grupo Interdisciplinario habla de un operativo coordinado por alguien que no logran identificar. Habla de un quinto autobús que desapareció y que quizá contenía droga. Habla de la posibilidad de una red de narcotráfico basada en Guerrero que usa autobuses como forma de transporte de estupefacientes. Habla de todo aquello que falta por investigar, procesar, recabar. Lo que México necesita saber para explicar el grado de violencia y de agresión desatado contra 43 muchachos desarmados. ¿Por qué el objetivo de la policía y el Ejército fue impedir que los autobuses con normalistas salieran de Iguala esa noche, a toda costa?
El GIEI pone el dedo en la llaga. Escenas del crimen que no han sido procesadas aún por la PGR. Investigaciones sobre hornos de incineración en la zona todavía pendientes. Expedientes repletos de contradicciones y testimonios falsos. Confesiones insostenibles extraídas bajo tortura. Además de la agenda pendiente que el Estado mexicano debe encarar: la desaparición forzosa de miles de mexicanos y cómo impedir que siga ocurriendo. Cómo impedir más "verdades históricas" que terminan siendo mentiras enmascaradas.