es una variable crucial, pero generalmente es entonces cuando falla.
La coyuntura actual es un ejemplo de ello"— Lorenzo Meyer
Indicador. "No omito mencionar que la persona que no asista será acreedor a una sanción". Esta advertencia la hizo una funcionaria a los empleados de un ayuntamiento mexiquense para asegurar la asistencia de ellos y sus familiares -alrededor de mil y pagados- al zócalo de la Ciudad de México para vitorear al presidente Enrique Peña Nieto la noche del pasado 15 de septiembre, (Reforma, 16 de septiembre).
Sustituir la ausencia de auténticos participantes en concentraciones con significado político con "acarreados" ha sido un procedimiento muy antiguo -en la antigua Roma ya se acostumbraba- y desde luego, es hoy una especialidad, que no exclusividad, del PRI.
En el pasado, la celebración del inicio de la independencia congregaba a una multitud no por identificarse con el presidente en turno o el régimen, sino como una forma sencilla, pero genuina de celebrar la identidad nacional. Sin embargo, en los últimos años "llenar el zócalo" se volvió un indicador de respaldo político a alguien o algo. De ahí que los inconformes con la política y la conducta del actual gobierno hayan pedido boicotear la plaza mayor la noche de "El Grito" y el gobierno y su partido hayan respondido con el acarreo.
Liderazgo. Lo que sucedió el pasado 15 de septiembre es ejemplo de un tipo de liderazgo aunque no del de mejor calidad. Este, el actual, no moviliza a la ciudadanía sino a las maquinarias del Estado y de su partido para que llenen una plaza no con auténticos ciudadanos sino con clientelas que no tienen más alternativa que ir y corear lo que se les indica. Pero hay otros tipos de liderazgo y eso es lo que explora el profesor de Oxford, Archie Brown en The Myth of the strong leader: political leadership in the modern age, (Nueva York, 2014).
Ejemplos de los caminos torcidos para construir imágenes de líderes fuertes se tienen en todas las épocas y sistemas políticos, desde los netamente dictatoriales hasta los democráticos. El fenómeno es consustancial a la política y la lista de quienes han pasado a la historia por su capacidad para concentrar y ejercer un poder político personal extraordinario es tan larga como se quiera: Alejandro Magno, César, Gengis Kan, Pedro El Grande, Napoleón, Stalin, Hitler, pero también Roosevelt, Churchill o De Gaulle. Entre nosotros y a nivel nacional, destacan Juárez, Díaz o Cárdenas, pero también, a querer que no, y por razones y medios muy distintos, todos los presidentes de la etapa del priismo maduro, donde se encuentran lo mismo los aparentemente afables Ruiz Cortines o López Mateos que los truculentos Díaz Ordaz o Carlos Salinas. Y es aquí donde vienen al caso las consideraciones del profesor Brown.
¿Entre Menos Fuerte, Mejor? En términos generales, el examen de ejemplos históricos lleva a Brown a preferir dentro de cada régimen, el tipo de liderazgo que no tiene como meta el "concentrar mucho poder en sus manos, tomar por si mismo todas las grandes decisiones y dominar el amplio espectro de la política nacional y la de su propio partido". En este sentido, el profesor Brown considera que incluso en sistemas antidemocráticos y naturalmente concentradores del poder como la URSS o China posteriores a las muertes de Stalin y Mao Zedong, la calidad de sus liderazgos mejoró relativamente cuando adquirieron un carácter más colegiado. La misma lógica le lleva a dar una buena nota al gobierno del primer ministro Clement Attlee en Gran Bretaña (1945-1951), cuya virtud fue la de formar un gabinete de gentes muy capaces sin pretender ser visto como el mejor de ellos, pues partió del principio de que "quizá otras personas sean más capaces que uno mismo". Para Brown otro ejemplo similar es el Truman en Estados Unidos (1945-1953).
El Liderazgo Ideal. Según Brown, la lista de virtudes que debe poseer el buen líder son: integridad, inteligencia, valor, capacidad para absorber información y actuar como parte de un equipo, buena memoria, una mente inquisitiva, flexibilidad, disposición a considerar alternativas y ser realista en sus juicios. Se trata, desde luego, de un modelo ideal de líder; un país debe darse por bien servido con una aproximación a ese liderazgo ideal.
Un Justo Medio. Si el análisis de Doris Keams Goodwin en Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, (Nueva York, 2006) es justo, entonces Lincoln resulta un raro ejemplo de liderazgo fuerte, pero a la vez uno que no temió conformar su "primer círculo", su gabinete, con personajes igualmente fuertes, que se sentían sus iguales y que incluso habían actuado como sus rivales. Lincoln tomó ese camino en aras de alcanzar una meta menos pedestre que la mera acumulación personal de poder: sortear la crisis que representaba para Estados Unidos la secesión de los estados sureños. Lincoln, según Goodwin, no temió que otros le hicieran sombra en tanto fueran capaces y dieran lo mejor de sí en la búsqueda de un objetivo muy superior al interés personal: la preservación de la unidad nacional.
En Suma. En tanto sistema político y proyecto nacional, México está hoy en un momento muy difícil, pero su liderazgo formal simplemente no está a la altura de las circunstancias. Se trata de una presidencia conformada no por los mejores sino de los que le dan seguridad a quien la encabeza y que, además, necesita recurrir a los aplausos pagados, está lejos, pero muy lejos, del modelo ideal y de ser lo que las circunstancias demandan.
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