Donald Trump tiene ocho meses insultando a México, aprovechándose del silencio cómplice de quienes lo gobiernan. La estridencia y el mutismo es una advertencia de que hay arterias con esclerosis en la relación.
El 16 de junio de 2015 Donald Trump utilizó a México para cimentar el camino hacia la nominación republicana. El multimillonario no hizo distinciones. Acusó a todo México de estar enviando a los Estados Unidos "drogas", "criminales" y "violadores". Tuvo un chispazo de magnanimidad cuando añadió que "algunos [mexicanos] son gente buena". Su solución: levantar un muro que los mexicanos pagaremos "alegremente" (happily).
Pasaron ocho meses durante los cuales Trump siguió golpeándonos. Finalmente, la secretaria de Relaciones Exteriores del gobierno de Peña Nieto, Claudia Ruiz Massieu, reaccionó, pero en lugar de convocar a una conferencia de prensa se conformó con pronunciar tres adjetivos ante el Washington Post: acusó al multimillonario de "ignorante" y "racista" y calificó de "absurdo" el muro. El vicepresidente Joe Biden, de gira por México, añadió de manera discreta, que las opiniones de Trump no eran compartidas por la mayoría del pueblo estadounidense. Demasiado tarde y demasiado poco.
Los Estados Unidos tienen una veta cultural paranoica que brota en tiempos borrascosos. La victoria bolchevique de 1917 desencadenó el "pánico rojo" (red scare) que fue la brújula de su política doméstica e internacional hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. En el siglo XXI la incertidumbre y el miedo se han globalizado y, en ese ambiente, Trump sacó la veta antimexicana que anida en las profundidades de la psique estadounidense. Somos mestizos, hablamos inglés con acento, tenemos un gobierno corrupto y la frontera está infestada de bandidos. Nos aprovechamos de la frontera terrestre para invadir su tierra y contaminar su raza. Está construyéndose un nocivo "pánico café".
El mutismo del gobierno peñanietista tiene varias explicaciones. Una es la creencia de los gobernantes mexicanos de que siempre serán apoyados por Washington. La historia lo confirma. En 1927 el embajador Dwight Morrow se negó a intervenir ante el gobierno mexicano a favor del jesuita Miguel Agustín Pro que moriría fusilado sin juicio alguno. Desde 1976 los informes anuales del Departamento de Estado sobre violaciones a los derechos humanos en México maquillan la realidad todo lo que pueden, y después del llamado "error de diciembre" de 1994 William Clinton organizó un monumental rescate financiero.
En el trasfondo está la indudable asimetría de poder que provoca diferentes reacciones entre los presidentes. Lázaro Cárdenas utilizó la inminencia de la Segunda Guerra Mundial y su relación con el embajador Josephus Daniels para nacionalizar el petróleo. José López Portillo, envalentonado por la bonanza petrolera, sacó el enojo y en 1979 regañó en público a Jimmy Carter. El gobierno de Enrique Peña Nieto adoptó la actitud del siervo solícito que tolera estoico el contrabando de armas que prolonga la guerra y pone barreras a los migrantes para complacer a Barack Obama.
El silencio del gobierno peñanietista también nace de su menosprecio a los mexicanos. Si encubre a gobernadores que saquean el erario público y si ignora todo lo que puede a las víctimas de la violencia criminal, ¿por qué iba a reaccionar cuando un racista estadounidense acusa a todo el país de "drogadictos", "criminales" y "violadores"?
Es muy posible que Donald Trump sea el candidato republicano y que continúe aprovechándose de México para cultivar el miedo. La pasividad y el silencio del gobierno mexicano y de buena parte de la sociedad ha sido un gravísimo error. La historia ha demostrado una y otra vez que en el mundo actual sólo se respeta al que defiende con claridad y firmeza sus derechos y puntos de vista.
Debemos contestar una y otra vez a Donald Trump, y hacer sentir al gobierno estadounidense, que no estamos dispuestos a seguir siendo señalados como los únicos responsables de problemas también causados por los Estados Unidos. Exijámosles que asuman su corresponsabilidad, un término rara vez empleado en los círculos de política exterior estadounidense. Es sintomático y revelador que el papa Francisco, Vicente Fox y Felipe Calderón respondieran a Trump en su estilo y en la medida de sus capacidades. Es una causa en la que deben borrarse las diferencias y que debemos aprovechar para liberarnos de una buena vez de timideces y complejos de inferioridad.
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Colaboró Maura Álvarez Roldán.