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A DOÑA OLGA DE JUAMBELZ Y HORCASITAS

ANGÉLICA LÓPEZ GÁNDARA

Querida Olga:

Perdona que sea hasta ahora cuando hago caso a tu insistencia de que te llamara Olga y te hablara de tú, así, sin complementos. Como si no fueras única desde tu historia, desde tu apellido "de Juambelz y Horcasitas"; como si tu presencia no se impusiera ante la de los otros, como si tu nombre no significara "aquella que es invulnerable" o "aquella que es inmortal". Te obedezco ahora cuando comienzo a escribir esta carta, un día después de tu partida. Por fin pude liberarme de la tiranía de ese atavismo.

Hace 16 años acudí a ti, yo vivía días de confusión y tristeza, fue entonces que me abriste las páginas de tu periódico y eso me sanó. Quizá no supiste lo importante que eras para mí; trasformaste la percepción que tenía de mí misma. Valorabas mi capacidad mejor que yo, alentándome con un: "tú puedes hacer esto, tú puedes hacer aquello, no permitas que… Escribe un libro, yo te lo publico". Y así fue.

Exactamente un mes antes de tu partida, había pasado la tarde contigo y te hice una pregunta a propósito de que yo percibía tu mirada, a veces azul, a veces verde, a veces color miel… te pregunté sobre cuál era el verdadero color de tus ojos y contestaste: "De todos los colores, a veces hasta rojos", y te reíste. Cada vez que te visitaba llevaba una laptop conmigo, para que oyéramos música y viéramos videos, porque hay alegrías que nunca nos abandonan y la música es una de ellas. Sabiendo tus aficiones, veíamos videos de ballet, escuchábamos valses y especialmente te veía contenta con los boleros, una vez cantaste quedito, eso de "Me importas tú y tú y solamente tú", de la canción "Piel canela" con Los Panchos. Otra ocasión se me ocurrió llevar un libro de Jaime Sabines, en ese tiempo estábamos armando la selección de los textos para tu libro Más allá de una mirada, y allí había un artículo sobre Sabines, por eso me tomé la libertad de leerte el poema "Los amorosos"; iba a la mitad de los versos, cuando me interrumpiste para decirme: "Creo que me aburre, repite mucho". Entonces, me di cuenta que la contaminación de la publicidad ya no te afectaba, que tu criterio era más puro y espontáneo. Luego, gracias a ti pude apreciar que era cierto, el chiapaneco era muy repetitivo. Sabines no es Borges. Sabines es un instante, Borges es la eternidad.

Las últimas veces que te visité, al despedirme te aseguraba que pronto regresaría: "Ya no voy a estar", me decías. No pude vislumbrar la cercanía de tu muerte. Escribo muerte y me parece una palabra inexacta para decir que dejaste este mundo: te fuiste poco a poco y nunca nos abandonarás del todo. Tu cuerpo se fue de manera pausada, sin grandes sobresaltos. Seguramente, amando como amabas a tu familia, no querías mortificar demasiado a tus hijos y a tus nietos… A pesar de todo, la muerte no fue injusta contigo porque después de una intensa y larga vida, tu descanso era justo.

No solo quedarán los recuerdos, vivirás en lo que dejaste, quedará la revista Siglo Nuevo, que con tanta pasión fundaste, y la permanencia de El Siglo de Torreón, gracias a que persuadiste a tu padre, don Antonio, de que no lo vendiera. En mi memoria quedará tu imagen: regia, hermosa, inteligente... Te recordaré platicando sobre lo impresionada que estabas de tu viaje a las islas Galápagos, sobre tus peripecias juveniles: tu afición por la natación o por la danza clásica, misma que dejaste porque te dijeron que eras demasiado alta para eso. Te recordaré feminista, sí, pero desde la concepción de la diferencia entre el hombre y la mujer, no desde la igualdad. El feminismo visto desde tus elegantes ojos. Por eso entendí la razón de que tu columna "Por Pasillos de Palacio", firmada con el seudónimo de la "Güera Rodríguez", fuera tan exitosa, porque allí escribías desde la convicción de la mujer que lucha para lograr la verdadera emancipación. En ese espacio de domingo, disparaste todas tus armas contra el machismo.

Una semana después de que te vi por última vez, viajé a la Ciudad de México, allá visité a Elena Poniatowska, quien siempre preguntaba: "¿Cómo está Olga?", esa vez recordé cuando me platicaste que le habías regalado una, muy buena, crema facial y que Dña. Elena se la untaba en los pies. Se lo conté a ella y sonriente me contestó: "No lo recuerdo, pero seguro que así pasó. Los pies también importan". Me gustaba reunirlas conmigo en las pláticas que he tenido con ambas por separado.

Guardaré con cariño tus consejos, tus comentarios sobre mis textos, recontaré las veces que compartimos el vino y la mesa, pero sobre todo, las tardes que tuve oportunidad de visitarte en tu casa. Fui muy afortunada al conocerte.

En estas líneas para ti, traigo un párrafo de tu texto "Seis décadas de una mujer", que está contenido en tu libro Más allá de una mirada: "En el mar del tiempo soy una roca golpeada por olas siempre nuevas. Una roca que no se mueve ni se desgasta. Y repentinamente la marea me arrastra; me arrastrará hasta que me hunda en la muerte. Mi vida se precipita y no obstante este momento transcurre con lentitud, hora a hora, minuto a minuto (…) 'Es dura la tarea de morir cuando, a pesar de todo, se ama tanto la vida".

Me despido con un largo abrazo y un hasta luego.

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