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Teodoro González de León

Uno de los mejores arquitectos de México y Latinoamérica

Museo Tamayo Arte Contemporáneo (con el arquitecto Abraham Zabludovsky). Foto: MX City

Museo Tamayo Arte Contemporáneo (con el arquitecto Abraham Zabludovsky). Foto: MX City

JESÚS TOVAR

Formado en la Escuela Nacional de Arquitectura de la Academia de San Carlos e influenciado por Le Corbusier, Carlos Obregón Santacilia, Mario Pani, José Villagrán y por todo el bagaje cultural mexicano, Teodoro González nos ha legado un conjunto de obras de gran valor que forman parte de la imagen de este país.

Teodoro González de León nació el 29 de mayo de 1926 en la Ciudad de México y estudió en la Escuela Nacional de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México. En el período de 1942 a 1947 trabajó con Carlos Obregón Santacilia, Carlos Lazo Barreiro y Mario Pani Darqui. Participó también en el anteproyecto de la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México con los arquitectos Armando Franco y Enrique del Moral. Gracias a una beca del gobierno francés trabajó en el taller de Le Corbusier en París a partir de 1947 y con él colaboró como residente de obra en la Unité d'Habitation de Marsella.

La mayor parte de su obra se concentró en la Ciudad de México y mucha de ella fue realizada en conjunto con el arquitecto ya fallecido Abraham Zabludovsky (1924 - 2003). Ambos siempre conservaron sus despachos y colaboraron en sociedad. González de León fue un arquitecto de renombre nacional e internacional que se mantuvo congruente junto con su amplia visión del movimiento moderno, convencido de una estética fundamentada en la abstracción de las formas y los espacios.

Fue autor de obras de variados tamaños en donde destacan algunas de gran escala construidas casi todas en la capital del país. También fue muy personal y famoso su uso del concreto cincelado en enormes bloques minimalistas, lo que le impuso un sello característico a todos sus edificios que algunos especialistas consideran de inspiración 'brutalista'.

Se le considera fundador de una corriente de pensamiento arquitectónico basado en la honestidad del material y la simpleza en la composición. Su trabajo evoca los grandes ejemplos de arquitectura prehispánica como Teotihuacán, Monte Albán y otros sitios arqueológicos más.

Su experiencia arquitectónica en la ciudad le convenció de que “La Ciudad de México es complejísima, sucia, corrupta, pero de una intensidad inigualable. Puedes visitar ciudades europeas bellísimas que son pequeños cementerios de calles vacías”.

Entre sus premios y reconocimientos destacan el Premio Nacional de Artes en 1982; el Gran Premio Latinoamericano en la Bienal de Arquitectura de Buenos Aires en 1989; el Gran Premio de la Academia Internacional de Arquitectura en la V y VII bienales de Sofía en Bulgaria (1989 y 1994); el Gran Premio de la II Bienal Internacional de Arquitectura de Brasil en 1994 y el Premio a la trayectoria profesional en la V Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo en Montevideo, Uruguay en 2006.

Murió en su casa en la madrugada del 16 de septiembre de 2016 en la Ciudad de México y sus restos fueron depositados para siempre en el Panteón Francés.

INFLUENCIAS PARA TODA LA VIDA

Teodoro González fue un gran amigo y arquitecto distinguido, de formación clásica y de vasta cultura; un hombre universal que tenía un profundo cariño y pasión por la arquitectura. No todos los arquitectos pueden presumir de tener este amplio bagaje.

Se formó en la Escuela de San Carlos, toda una institución educativa y artística de primera categoría en el país. Nunca tuvo algún problema existencial para definir lo que quería ser, él supo siempre que sería arquitecto. No tuvo nunca ningún antecedente en el campo de la arquitectura, ni su padre, ni su madre, ni sus primos fueron arquitectos, nadie, él fue el primero y tal vez sea el único.

Alrededor de la arquitectura y de la pintura que fue siempre unos de sus pasatiempos favoritos giró toda su vida profesional. La carrera de arquitecto la llevó junto con clases de grabado, así que el arte siempre estuvo presente en su formación. Para él las artes plásticas eran las verdaderas hermanas de la arquitectura.

Teodoro fue siempre un alumno destacado y fue uno de los primeros en entender el papel del arquitecto en las nuevas ciudades que recién se formaban en el siglo XX. Comprendió claramente la indisoluble relación entre arquitectura y ciudad que serían fundamentales en el desempeño del arquitecto del siglo XXI y los venideros. Siempre buscó construir sus obras en base al “hacer bien” que estaba fundamentado en la antigua tradición constructiva de México. Por desgracia para él los artesanos prácticamente ya no existen y eso ha repercutido en la calidad de todas nuestras ciudades del presente.

Durante su etapa de estudiante fue alumno de Carlos Obregón Santacilia durante el final del período nacionalista mexicano al principio del siglo XX, recibió también la influencia de Mario Pani y del movimiento internacional en el campo de la arquitectura y del urbanismo para finalmente abrevar el fundamento teórico de José Villagrán García.

Desarrolló con Franco y Molinar una propuesta muy 'corbusiana' y moderna realizada solamente en 20 días para el Plan Maestro Urbano de la ciudad Universitaria de la Ciudad de México. Este proyecto fue el que prácticamente se quedó en definitiva y nunca obtuvieron el reconocimiento merecido en su papel de estudiantes en aquella época.

Con el paso de los años la Ciudad Universitaria se ha convertido en uno de los proyectos más emblemáticos de la arquitectura posrevolucionaria en México.

En 1947 obtuvo una beca que otorgó el gobierno francés y se fue a trabajar con el afamado arquitecto franco-suizo Le Corbusier. En ese momento este arquitecto necesitaba personal para trabajar en su nuevo edificio para la ciudad de Marsella, la hoy ya famosa unidad de habitación. Teodoro fue supervisor de esta obra y con este edificio Le Corbusier logró consagrar todas sus ideas sobre la “nueva catedral del hombre”, poco a poco se convirtió en una obra paradigmática y maravillosa a nivel internacional.

Teodoro pasó nueve meses con Le Corbusier en París y eso marcó su vida para siempre. Sus primeras preocupaciones cuando llegó a México fueron la nueva plástica inspirada en el cubismo, la arquitectura hecha por la industria y la poética hecha un objeto industrial que era la base donde descansaba el movimiento moderno. Su interés por este movimiento prevaleció hasta los años setenta. Su proceso de aprendizaje lo llevó a construir y proyectar cada vez mejor.

Durante toda su vida tuvo una idea completa de la arquitectura en relación con la cultura que lo rodeaba todos los días. Más que un arquitecto era un verdadero humanista de formación muy profunda. Imaginamos a un Teodoro que piensa, lee, reflexiona, se cuestionaba y se acercaba con las personas constantemente dentro de la cultura de su país, como escritores, poetas, fotógrafos, pintores y otras personalidades. Por todo ello su arquitectura adquirió densidad y cuerpo, fuerza y plenitud, inmortalidad.

TRABAJO Y ÉXITO

Su obra empezó a ser reconocida a raíz de sus colaboraciones con el arquitecto Abraham Zabludovsky, otra de las grandes figuras de la arquitectura mexicana del siglo XX. Desarrolló una seria búsqueda de identidad a partir de una visión nacionalista que deriva del mundo prehispánico, utilizando frecuentemente su monumentalidad más el uso del concreto aparente o cincelado, de piel dura. El manejo de la escala y de los patios también fue muy importante en toda su obra y es considerada magistral. Buscó integrar los edificios con la ciudad gracias a una secuencia de espacios públicos tanto exteriores e interiores que buscaban ser “espacios de convivencia o espacios de encuentro”. Gracias a un férreo involucramiento con todos los requerimientos de los usos de sus edificios logró programas de gran precisión funcional. Cuando intervenía en un proyecto le gustaba hacerlo con valentía y marcando claramente su intervención y le gustaba también crear vacíos que no fueran estáticos y que tuvieran una dinámica constante, movimiento. Hacía arquitectura y hacía ciudad.

El arquitecto iba a diario a todas sus obras y empleaba mucho rigor en el desarrollo de cada uno de sus proyectos. Resolvía de una forma muy acertada cada uno de los detalles y nunca decía: “Esto lo sacamos como sea”.

Para él las maquetas de arquitectura eran un sueño hecho realidad, ya que consideraba que había una relación directa entre el trabajo del arquitecto y del artista, eran casi uno. Las maquetas eran verdaderas obras de arte. Teodoro era un verdadero artista con un sentido de la abstracción y sensibilidad hacia las formas poco común. Por medio del arte alimentaba sus procesos y ahí lo descubría todo, su obra nunca se repitió y fue muy consistente a través de los años que gozó de una evolución y experimentación constante que fue considerada un tanto conservadora.

Tuvo además una vitalidad y entusiasmo envidiables, siempre fue como un niño que seguía descubriendo cosas y se dejaba sorprender casi por todo. En los años setenta, por ejemplo, le gustaban mucho las formas y en la última etapa de su vida le interesó más el contraste de las mismas para luego introducir en la ecuación la ligereza, la novedad e incluso la contradicción.

SU PROPIO SELLO

En los sesenta y setenta le interesaron mucho los conventos del siglo XVI durante el período que abarcó de 1520 a 1580, cuando se construyeron innumerables conventos cada uno con 60 celdas para dos monjes cada una. Esta arquitectura tan masiva, tan simple y con una luz misteriosa inspirada en el románico europeo alimentó su espíritu y alguna vez dijo: “la arquitectura prehispánica siempre te la encuentras y siempre te sorprende”.

Arquitectura horizontal con accesos muy marcados, con pórticos, con atrios, con edificios que giran alrededor de los patios, edificios que buscan protegerse del clima y del exterior, concreto dejado aparente o con piedra de color o con concreto martelinado; todo ello se formó en su interior como un sello indeleble que fue su firma. Tomó de forma casi literal la frase de Le Corbusier que decía que “la piedra del siglo XX es el concreto”.

Teodoro desarrolló una forma de trabajo que contenía toda su personalidad. Para él era muy difícil explicar su método, decía que no existe un método para crear. Su actitud era confrontar el espacio y el volumen con lo que pedían los clientes. En su caso la libertad creativa en la arquitectura la fue ganando poco a poco hasta lograr casi un control total sobre sus proyectos, su prestigio pesaba.

Cuando alguna vez se le preguntó por qué no usaba mucho color respondió: “no uso mucho el color pintado, lo aplico más con los materiales. Me interesa más una arquitectura con una piel dura”.

Durante años mantuvo un insaciable deseo de renovación constante en su trabajo como su concepto de “edificio calle” que dialoga con la ciudad integrándose totalmente a ella. Abogaba por hacer siempre una obra distinta y sus edificios fueron al final del día poemas edificados de piel dura, piedra dura y emocionante.

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