Orizaba
La mejor forma de conocer una ciudad y descubrir sus rincones más secretos es caminar mucho y, sobre todo, perderse en las calles. Orizaba es una de esas ciudades que se van descubriendo al caminar entre sus múltiples puentes que cruzan sobre el río homónimo.
El nombre de Orizaba significa en náhuatl “el lugar de las aguas alegres”. Es la ciudad de los puentes, del centro a las orillas de la ciudad se cuentan quince en total, todos ellos con personalidad propia y un afluente violento que hace rugir las aguas como fiero león de una belleza sin igual.
Toda mañana fresca veracruzana se comienza con un aromático café de la región, uno de los mejores y más conocidos en el país. El gran café de Orizaba es uno de los sitios favoritos para el habitante local que por las tardes detiene su actividad para disfrutar de una taza de café, mientras se observa a los habitantes pasear por los jardines del Palacio de Hierro. Este palacio es un hermoso edificio encargado por el gobierno mexicano al arquitecto Alexandre Gustav Eiffel para mostrar la importancia de la ciudad. Lo curioso de este edificio de estilo art nouveau es que toda la estructura es desmontable y armable; fue enviado en barco desde Amberes y armado en sitio.
Las calles del centro revelan la importancia que tuvo alguna vez la ciudad, cuando era un importante centro que conectaba a la gran capital con el puerto veracruzano. Fuentes de cantera, espaciosos patios coloniales, arcos y grandes cúpulas se pueden encontrar mientras se recorren las calles de esta ciudad; una ciudad que se caracteriza por su amable hospitalidad al viajero.
Uno de los sitios más interesantes de la ciudad es su antiguo cementerio municipal; su historia más conocida probablemente sea la tumba conocida como “la niña y el ángel”. Una hermosa escultura tallada en mármol blanco de una niña dormida con su ángel protector que vela su sueño eterno. Cuenta la leyenda que la niña marmórea cobra vida de noche y al no encontrar juguetes para entretenerse ronda por las vecindades aledañas buscando juguetes y asustando a los colonos. Por esta razón, la niña siempre tiene a sus pies juguetes para entretenerla.
El 29 de septiembre probablemente sea el día más importante de la ciudad; se celebra a San Miguel Arcángel, el patrono de la ciudad. Desde temprano los danzantes concheros con sus atavíos y grandes penachos de aves exóticas se apiñan afuera de la catedral para ofrecerle al santo sus danzas y cantos; al hipnótico ritmo del tambor elevan sus oraciones y muestran su devoción. Por la tarde comienza una procesión en el arco de entrada, encabezada por el líder de la iglesia y una caravana cargando en las espaldas una imagen de San Miguel. De la calle principal entran hacia las pequeñas calles coloniales del centro, pisando impresionantes tapetes hechos de aserrín coloreado con elaborados diseños e íconos producto de la unión del viejo mundo con el nuevo mundo. Tapetes efímeros que serán destruidos en minutos al paso de la procesión hasta la catedral.
La noche ha caído y después de la misa se ofrece un espectáculo pirotécnico con un gran castillo de madera y los famosos toritos que corren persiguiendo a los devotos con fuegos artificiales que van estallando arriba de sus cabezas, un espectáculo que vale la pena ver.
Entre algodones de azúcar, esquites y todo tipo de golosinas los habitantes y viajeros foráneos se deleitan con la fiesta del año. Una tradición que ha sido repetida a través de los siglos y se resiste a ceder ante la modernidad.
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