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Pablo Espinosa

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AGENCIAS

Un reportero es como un cuadrante, un instrumento que mide ángulos, que los atisba antes que cualquier otro, esa es la primera aproximación a Pablo Espinosa, que sale al encuentro con entusiasta energía; hombre al que le basta una palabra para provocar y convocar su interés supremo: reportear. Toma libros de su estante, los ofrece como tesoros, le arrebata el conocimiento y compartirlo. La charla se desarrolla a propósito de su más reciente libro Sala de Redacción, publicado en la colección Periodismo Cultural de la Secretaría de Cultura.

En Sala de Redacción afirmas, y me gustaría que ahondaras en esta idea, que “el sonido nos crea como individualidad”.

Sí, por supuesto que nos afirma como individualidad porque el acto de escuchar nos define. La primera experiencia prenatal es acústica, a Lou Reed antes de fallecer le hicieron una entrevista donde le preguntan ¿por qué la música? y él responde un poco con ironía, ¿cómo me haces esa pregunta?, pues la música es nuestra esencia, es lo primero que conocemos cuando estamos en el vientre materno y escuchamos. Esto lo dice también Oliver Sacks, esto lo dice también Pascal Quignard, lo dicen científicos y escritores y músicos: lo primero que percibimos del mundo es a través del oído. Cuando fallecemos

el último órgano que se desconecta es el oído, de manera que el oído nos define, nos perfila, nos constituye, nos hace personas. La manera como escuchamos, porque cada uno escuchamos de manera diferente, ese es un tema que me apasiona e intriga y que he desarrollado en este libro de distintas maneras. Porque no todos escuchamos igual las primeras notas de la Quinta sinfonía de Beethoven porque tenemos percepción distinta, aunque sean las misma notas escritas en un papel, no suenan igual por una infinidad de detalles: por el instrumento -Beethoven escribió para instrumentos que ya no existen-, por la orquesta, por el director. Ahora, como individuos podemos estar enfermos, tristes, alegres, eufóricos, tranquilos, nuestro estado de ánimo cuenta mucho y cambia con la experiencia del escucha. La música nos transforma, la música nos hace mejores personas, nos hace distintos. Uno no es la misma persona cuando suenan las primeras cinco notas de la Quinta sinfonía de Beethoven que todos conocen, a cuando suena la coda final de la sinfonía, somos otras personas. De esa manera nos define la música.

En el primer artículo “Detén, escucha”, vas descubriendo todos los universos de la música, parece abarcarlo todo, ¿cuál es entonces la diferencia entre música y ruido?

La pregunta nos lleva a distintos territorios y al silencio, el silencio es el alimento de la música. La música está constituida por sonidos y silencios, estos determinan el dramatismo, la agilidad, el ritmo, muchas características insospechadas y se dijera que lo que caracteriza a la música es el silencio. Todo esto lo desarrolló y comprobó John Cage, quien demostró no sólo el valor del ruido, sino la no existencia del silencio con su obra 4′33″. Las personas estaban desconcertadas porque acababan de escuchar supuestamente nada, pero escucharon todo. Yo entrevisté en alguna ocasión a Margaret Leng Tan, pianista alumna de John Cage, que estuvo en el estreno, y me dijo: “lo que escuchamos fueron los relámpagos, -el relámpago no tiene sonido, pero lo escuchamos-, el viento en las hojas de los árboles, el canto de las aves que despertaron en medio de la noche”. Margaret hizo una interpretación de esta obra en el Festival Internacional Cervantino, y lo que escuchamos fue la cópula de unas aves, los cláxones y el tráfico en la calle, el rechinar de las bancas cuando algunos se pusieron incómodos de que no estaba sonando nada, en fin, que se demuestra que el silencio no existe. ¿Y qué escuchamos?, ¿ruidos?, no, no son ruidos.

Ese texto lo escribí atendiendo a esta apuesta y a mi propia apuesta cuando me preguntan ¿qué es la música? y no respondo con las posibles definiciones técnicas, sino que digo, la música, parafraseando a Bob Dylan, está en el aire, está en los pasos de una multitud en la calle, es una música muy distinta a si estamos en el campo y pisamos sobre hojas secas, “crag, crag, crag”, o si estamos en la playa y pisamos el borde del mar y pateamos con el empeine el agua y hacemos “plas, plas, plas” y hacemos un ritmo. Está también cuando ponemos un huevo en el aceite, no son ruidos, es música que nos circunda. La música es el sonido de nuestro corazón y puede ser un ritmo muy alegre, un ritmo muy rápido o un ritmo muy tranquilo. La respiración en distintas frecuencias, eso es la música. Existe antes de nosotros, desde el Big Bang, ese es primero sonido del universo, o en realidad el primer sonido del universo es el Om budista.

Con el piano como figura y signo se puede trazar una historia social de la música, escribes, ¿cuál sería esta historia?

Es la historia de la cultura occidental, porque el piano no es un instrumento de la antigüedad como la lira griega o las percusiones africanas, el piano me llamó la atención cuando hice el reportaje La historia social del piano, porque si tomamos el piano como objeto, si vemos su nacimiento y desarrollo vemos la historia de la cultura occidental. El piano es un instrumento percusivo, que ha estado y está en los prostíbulos y en los bares; en las salas de las casas ricas, en las salas de concierto, en la calle. Y podemos hacer ese ejercicio con el violín, con el oboe, pero ninguno de estos nos va a alumbrar de una manera tan completa la historia, porque ahora recuerdo que me parecía fascinante mientras investigaba para el reportaje, cómo estudiando el piano estudias la educación de las señoritas, porque era parte de su educación, como saber preparar un bouquet de flores.

Todo lo que está alrededor de un piano nos ilustra, nos habla de una sociedad, nos habla de nosotros mismos, y fundamentalmente lo elegí porque es uno de mis instrumentos favoritos, un instrumento con el que se puede hacer todo. Aunque el sonido del oboe es el sonido más hermoso. Si escuchan la gran Serenata para alientos de Mozart, el segundo movimiento, el adagio, van a saber lo que significa la palabra sublime.

Ahora pienso en ese otro artículo dedicado al Stradivarius, si el piano guarda la historia social, el Stradivarius aparece como el instrumento que guardaría todas las posibilidades de sentimientos...

Definitivamente. Los instrumentos musicales son extensiones de nuestro cuerpo, de nuestro ser, prácticamente todos los instrumentos persiguen la ambición de reproducir la voz humana, el instrumento que más lo ha logrado en la historia, es un instrumento que ya no existe: la viola da gamba, la que interpreta aún Jordi Savall. En la película Todas las mañanas del mundo, se explica cómo la viola da gamba imita desde un suspiro, el llanto de un niño, dice Quignard: el grito de un capitán en la batalla. Y, el violín, aunque no es mi instrumento favorito, la historia de los Stradivarius me parece fascinante precisamente por el fenómeno de cómo escuchamos distinto. Se conservan varios Stradivarius pero hoy es prácticamente imposible fabricar uno, por la sencilla razón de que no existen los árboles de donde salía la madera para construir esos diseños tan hermosos. Y, el secreto máximo de los Stradivarius es un misterio. Hay distintas teorías, una de ellas, la más romántica, es que tomaron la madera de un árbol que cayó a un río, quedó sumergido y lo rescataron y es una madera preciosa. La explicación más comprobable y apasionante es el uso de la laca. El toque final son varias capas de laca, pero ya no existen los árboles, las plantas con las que fabricaban esa laca, esa sustancia química que dotó de una personalidad acústica única, en la historia.

Ahora que hay música sonando todo el tiempo gracias a los gadgets, ¿ha hecho esto que se pierda la experiencia de disfrute que se tenía antes de la posibilidad de la reproducción?, ¿escuchamos con menor plenitud, virtualmente?

Por el contrario, me parece que la aumenta. Efectivamente, hoy la música está en el celular, en las computadoras, está en todas partes, como amante de la música soy de los pocos locos que compramos discos compactos todavía y viniles, porque amamos tanto la música que no nos resignamos a escucharla sintéticamente. Para que quepa electrónicamente, los tienen que achicar, apretar, adelgazar a tal punto que cuando escuchamos música, escuchamos sólo el contorno, no escuchamos los matices, los relieves, los valles y las crestas. El fenómeno más importante de escuchar música no en vivo fue el acetato, porque tiene ese surco que hace sonar todo. Si alguien pone un tocadiscos volteará a buscar dónde están los instrumentos en la habitación, porque es lo más cercano a la música en vivo. El disco compacto es el formato que más ha pervivido, los falsos profetas llevan años anunciando su muerte, pero cada vez se hacen mejores discos compactos, o libros mejores y más bellos. Sí hay una desventaja acústica con el acetato y si comparamos con el iPod o con un celular, tiene toda la pérdida, pero mi punto es que se puede percibir con la misma intensidad y emoción, calidad estética, porque la música, además de ser un misterio, es una experiencia en la que intervienen, más que nada, las personas. Uno puede escuchar una versión desafinada de una sinfonía de Sibelius y le puede conmover.

Resumo, el placer se acrecienta gracias al crecimiento tecnológico. Le ha sumado el gadget, podemos escuchar música a la hora que queramos y como queramos. He encontrado lectores que me dicen que mientras leen el libro, ponen Spotify, eso me parece sensacional, es una manera de enriquecer el arte de la escucha.

¿Cuál ese parentesco que vas enlazando en el artículo En el oído de Odiseo, entre Orfeo, Ulises y la crítica musical?

Digo que Ulises y Orfeo son los primeros críticos de música y es bastante lúdica mi metáfora, mi ejemplo, bastante provocador porque hablo del momento en el que se acercan a la isla de las sirenas y Ulises le pide a sus compañeros de embarcación que le sellen los oídos con cera para protegerse del canto de las sirenas, que supuestamente era maligno (era bellísimo o era horrible, quizá un graznido, imagina Pablo Espinosa), sería lo mismo que con los castrati, si escuchamos grabaciones originales de Farinelli, es horripilante, da angustia, porque era algo anómalo, sacado de su cauce. Yo pongo a los argonautas frente al canto de las sirenas y en algún momento les destapo los oídos y surge Butés, este personaje olvidado porque todos hablan de Ulises, pero nadie habla de Butés hasta que Pascal Quignard escribió un libro, fascinante, sobre Butés que es el primero que se destapa los oídos, escucha y se lanza al agua en pos de las sirenas, como una gran metáfora del acto del arte de escuchar. Escuchar música impele a la acción, impele al acto de levantarse y bailar, si de ritmo se trata; impele al acto de levantarse, en el sentido metafórico, anímicamente. La música de Mozart, por ejemplo, si alguien está deprimidón, le recomiendo que ponga una sonata de Mozart, un rondó, un minuet y no va a necesitar el Tafil ni ningún medicamento. Hago esa metáfora y digo que son los primeros críticos de música con los oídos tapiados, como una metáfora de cómo los convencionalismos, el decir que la música es para ricos, cultos, enterados es falso, todos tenemos oídos, las interpretaciones de lo que dice la música, es artificial. A mí me puede decir algo muy distinto la Quinta sinfonía de Beethoven, de lo que le puede decir a otra persona, porque esa persona es diferente de mí.

¿Hay alguna pieza, o un instante musical que te hizo sucumbir al canto de las sirenas?

Muchos (exhala, con una carga de añoranza, de evocación). Mi vida va de asombro en asombro, para mí la música es un descubrimiento cotidiano, es el despertar, el abrirse al mundo. Hace unas pocas horas, con el nuevo disco de los Rolling Stones, el track 10 es sublime, es algo que nunca habían hecho, es blues, pero ni siquiera es lo que se conoce usualmente como blues. El track 10 es una cantinela, es una melodía embrujada, es como un lamento, como un adagio de Mozart, es un misterio. Sucumbí. Para mí fue un canto de sirenas.

Hablando sobre Mozart, en el artículo El hombre de la casaca roja, dice que tenía una mente femenina, ¿por qué?

Porque yo tengo una mente femenina, tengo conocimiento de causa. Es una manera romántica de decir que tenemos dos hemisferios y usamos más uno que otro. Cuando usamos el otro desarrollamos capacidades, estoy convencido, y la historia y la ciencia me lo confirman, que las mujeres son superiores en el pensamiento abstracto, en las matemáticas, en el aspecto creativo. De hecho la hermana de Mozart, Nannerl, era tan buena compositora como él. No pasó a la historia porque la sociedad es machista, porque es injusta, y como ella, Alma Mahler, Clara Schumann.

Y afirmo eso también en sentido metafórico hablando del adagio de la Gran partita de Mozart, es tan hermoso como la belleza de una mujer, el pensamiento abstracto vuelto realidad, porque no es sólo romántico, una mujer es poderosa, portentosa con los pies siempre en la tierra. Para mí la música de Mozart está escrita con el hemisferio que no solemos usar todos los días.

En tu libro decías que se necesitaba que se quitaran unas piedras del camino para que Bob Dylan pudiera ganar el Premio Nobel de Literatura, ¿qué piedras se quitaron para que lo recibiera?

Admiro a los suecos porque son una cultura de avanzada. Este año aparecí como un adivino, como un pitoniso, porque en 2012 publiqué un largo reportaje donde demostré por qué tenían que darle el Premio Nobel a Bob Dylan. Lo que hice fue una simple labor de reportero de recoger un clamor internacional creciente. Bob Dylan hace cuatro años ya era candidato de muchos años atrás, y mis argumentos consistían en la escritura, y acaban de confirmar en la Academia Sueca. ¿Por qué se asombran, quienes se asombran o se indignan, de que le den el Nobel? No se acuerdan de que la poesía era cantada y bailada, eran los aedas que después se convirtieron en trovadores, juglares, bardos, hasta que se inventa la imprenta y la poesía enmudece. Ya no se canta, se escribe y se publica en libros nada más. Lo que hace Bob Dylan, lo dije hace cuatro años, fue devolverle la voz a la poesía. El miembro de la academia sueca Engdahl, dijo que a quienes se asombran y se indignan y suspiran, hay que recordarles que los dioses no escriben, que los dioses cantan y bailan. Lo de Bob Dylan es como si el oráculo de Delfos estuviera escuchando las noticias en la mañana: nos habla de nuestro entorno, de lo que sucede hoy. Muchos piensan en Bob Dylan como el autor de Blowin in the wind, hace 50 años que no lo es. Es por ser, como lo dice el acta del premio, creador de nuevas expresiones poéticas.

En Wagner en Manaos elaboras una analogía entre Parsifal y el inocente puro de Manaos, ¿qué obra analogarías con México y los mexicanos?

Qué fuerte, en México, yo pienso en Silvestre Revueltas, definitivamente. Sus obras reflejan a México no en su folclorismo, no en sus estampas postales, como intentan reducirlo. Con Revueltas sucede algo muy simpático, parecido a Mozart y Salieri, una rivalidad inexistente, habemos los revueltianos y hay los chavistas. Los chavistas son intelectuales, aristócratas, pensadores, cultos, enterados, y los revueltianos somos la prole. El propio Chávez es conocido medianamente de no ser por sus obras que critican los antirrevueltianos, las obras nacionalistas: la Sinfonía india, Caballos de vapor, que es un portento, es maravillosa.

Caballos de vapor define a México también. No sólo las obras de Revueltas, y con esto derrumbo nuevamente el falso antagonismo, yo no estoy contra los chavistas, ni siento que ellos estén contra los revueltianos. Nos define una pluralidad de pensamiento, de sonido, de naturaleza. La suite, Caballos de vapor, con estos aires del Istmo de Tehuantepec nos reflejan de manera semejante a como nos refleja Sensemayá, Redes y La noche de los mayas de Silvestre Revueltas.

Eso somos, insisto, más allá de la imaginación, de cómo sonaba la música para los mayas o el reptar de una serpiente en Sensemayá, ese pulso, ese beat somos nosotros. Hasta este momento, respondiendo a tu pregunta, para mí nos representaba la música de Revueltas, pero estoy viendo que Chávez, supuesto antagónico, nos representa igualmente como nos representa una obra de Arturo Márquez hoy en día o una obra de Mario Lavista. Somos una cultura inconmensurable y nos define esa inmensidad.

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