Hoy domingo cumple cien años la vigente Constitución mexicana. Quizá su nota más distintiva sea que a lo largo de este siglo ha sido objeto de numerosísimas adiciones y reformas, más de medio millar. Apenas un año después de su promulgación, aún estaba fresca la tinta con que se escribió, cuando el autor de su proyecto, Venustiano Carranza, ya estaba proponiendo que sufriera sus primeras enmiendas. Y cabe decir que la palabra "sufrir", escrita en el renglón anterior, viene aquí como de molde.
El hecho, pues, de sus constantes cambios, ha llamado poderosamente la atención de propios y extraños. Si bien nadie pretende que una Constitución Política permanezca congelada, inmóvil en el tiempo, porque el sentido común indica que debe evolucionar como ocurre con la sociedad misma, tampoco puede colocarse en el extremo de irse modificando con tal rapidez que llegue a convertirse en una Constitución de "hojas sustituibles".
El constante manoseo del texto constitucional implica al menos tres cosas. La primera, que de nada sirve que para su reforma el procedimiento previsto sea rígido (pues exige la aprobación de las dos terceras partes del número de diputados y senadores y de la mayoría de las legislaturas de los estados), si con la mayor facilidad se le modifica. Entonces, esa rigidez no es tal.
La segunda, que siendo tan maleable como lo ha sido en un siglo, deja en claro que no brinda seguridad jurídica alguna, hoy por hoy el elemento fundamental de todo Estado de Derecho. Y a su vez envía el mensaje de que se trata de una Constitución de contentillo, sujeta a necedades, caprichos y arbitrariedades, que en cualquier momento la pueden hacer cambiar.
Y la tercera, quizá la más grave, que una Constitución que en apariencia evoluciona con mayor rapidez de como lo hace la sociedad, en el fondo sólo demuestra ser una Constitución inaplicable, exenta de observancia. Una Constitución más bien literaria que cumplible. Uno de los orígenes, tal vez, de la gran tragedia de México.
El poeta mayor, gran filósofo y mejor observador de la vida nacional y del modo de ser del mexicano, Octavio Paz, en su obra clásica sobre México "El laberinto de la soledad", hace más de seis décadas escribió sobre el punto lo siguiente: "A veces -sentenció- las formas nos ahogan. Durante el siglo pasado (refiriéndose al siglo XIX) los liberales vanamente intentaron someter la realidad del país a la camisa de fuerza de la Constitución de 1857. Los resultados fueron la Dictadura de Porfirio Díaz y la Revolución de 1910".
En otro pasaje de ese libro, Paz apunta que "la mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente". Todo parece indicar que nada ha cambiado desde entonces. Estos 100 años que la Constitución cumple, brindan una magnífica oportunidad de reflexionar en torno a la misma, como se hará aquí cada semana durante febrero.