El reloj siempre continúa avanzando, pero el negligente no se preocupa. Sabe, debido a su experiencia pasada, que es resistente y que tiene recursos. Se duerme en sus laureles, relajado e imperdurable, porque de alguna manera siempre se las arregla para conseguir su objetivo al último minuto. Aplazar se vuelve un hábito, un patrón de conducta. En un primer intento por evitar el sentido de urgencia, usted hace que las cosas sean urgentes después. Con poca planeación y muy poca preparación, siempre se preocupa hasta el final y entonces tiene que correr y darse prisas, agitado y sin saber si va a lograr en el último minuto hacer lo que no hizo.