María Manuela Medina; retrato al óleo de la heroína guerrerense de la Independencia.
MARÍA MANUELA MEDINA 'LA CAPITANA'
Durante la Revolución Mexicana del siglo XX, se habló mucho de mujeres valientes que lucharon, con las armas en la mano, por los derechos de los mexicanos, se escribieron libros y hasta múltiples corridos se escribieron sobre ellas, pero poco se conoce de casos similares durante la guerra de independencia.
Nació en Real de Minas de Taxco (hoy de Alarcón), en 1780, indígena pura, posiblemente "tlapaneca" e incluso existen dudas de su nombre original; (algunos historiadores la llaman Manuela Molina); pero de su existencia y valor, no existe duda alguna.
Se unió a las filas del "Siervo de la Nación". Se dijo de ella que "Nunca conoció el miedo". Admiradora de José María Morelos y Pavón, pidió militar bajo sus órdenes y cuando pudo por fin entrevistarse con él, después de caminar, para ello, más de cuatrocientos kilómetros, aseveró: "Ahora moriré contenta, aunque me despedace una granada". Sus muy pocos biógrafos, más bien amigos que escribieron sobre ella, destacan que participó en siete batallas con el ejército insurgente, su comportamiento siempre valiente rayaba en la temeridad.
Acompañando al gran Morelos, del 13 de abril y hasta el 20 de agosto de 1813, comandando un batallón, combatió por la toma del Castillo de San Diego que era la fortaleza defensiva del puerto de Acapulco; ocupar éste permitiría el dominio de toda la región para los insurgentes y evitaría la llegada de mercancías y riquezas de la Nao de la China a la capital.
Una leyenda que suena a historia cuenta que ahí, en Acapulco, llegó un sicario enviado por el virrey para asesinar a Morelos, Manuela cubrió con su cuerpo al líder insurgente y evitó que el asesino le disparara; hecho que reconoció el propio Morelos como un acto de salvación de su vida.
La Suprema Junta de Zitácuaro le otorgó el grado de capitana en 1813 y ella jamás aceptó el indulto que el virrey le ofreció. Manuela continúo luchando a pesar de la muerte de Morelos, tras la cual llegó una época aciaga con muchas derrotas para el bando insurgente, pero ella se mantuvo firme en su lucha libertaria; y, aun cuando no se tienen noticias exactas de sus hazañas bélicas, sí es posible afirmar que no cejó en sus propósitos de independencia de la América Mexicana como llamaba la Constitución de Apatzingán a esta nación.
Manuela Medina, al frente de sus jinetes, era la primera en entrar en combate; relatándose que en no pocas ocasiones logro poner en retirada a las fuerzas realistas; precisamente su muerte se debió a dos heridas de lanza recibidas en combate que la postraron en la cama, debatiéndose entre la vida y la muerte por más de 18 meses. Murió el 2 de marzo de 1822 sumida en la pobreza en Tepaneca, hoy ciudad de Texcoco, Estado de México.
El licenciado Juan Nepomuceno Rosáins, secretario de Morelos, escribió en su diario, durante la toma de Acapulco, en 1813 sobre esta heroína: "Llegó en este día a nuestro campo doña Manuela Medina, india natural de Taxco, mujer extraordinaria a quien la junta le dio el título de capitana porque ha hecho varios servicios a la nación, pues ha levantado una compañía y se ha hallado en siete acciones de guerra".
MARÍA JOSEFA RAFAELA LÓPEZ AGUADO DE RAYÓN
Al igual que en una edificación, existen adobes o ladrillos que se unen gracias a un componente que sirve de pegamento entre ellos; en las humanas acciones se entrelazan grandes etapas gracias a ligamentos que las acercan a un mismo ideal.
Después de la muerte de Hidalgo y de Allende, muchos creyeron que todo había concluido, apenas unos meses de movimientos independentistas y se acabó. Los que había creído en una rápida consumación, especialmente después del triunfo de la batalla del Monte de las Cruces, se vieron decepcionados al conocer el resultado de la batalla de Puente Calderón y más tarde del fusilamiento y decapitación de los líderes originales.
En medio de esa desolación, surgió un hombre que iba a consolidar la unificación de dos etapas fundamentales de la lucha libertaria, Ignacio López Rayón; él sería el enlace entre Hidalgo y Morelos; al igual que sus otros cuatro hermanos, serían la clave para la continuación de la guerra de separación de la Nueva España de la Vieja. Pero, ¿de dónde estos cinco hombres sacaron la casta y el coraje para continuar luchando en las peores adversidades?
Habían sido amamantados por el mismo pecho: María Josefa Rafaela López Aguado de Rayón, originaria de Michoacán, procreó a Ramón; José María, Rafael, Francisco y, destacando, el mayor de ellos, Ignacio López Rayón que en la primera etapa había sido el secretario de Miguel Hidalgo.
Descendiente de una antigua familia española que presumía entre sus raíces su ascendencia hasta uno de los capitanes más destacados de Cortés, la señora Rafaela López Aguado radicaba en el poblado de Tlalpujahua y había contraído matrimonio con Andrés López Rayón, dedicado a la minería.
Desde 1810, Ignacio se sumó a las tropas insurgentes, convenciendo casi de inmediato a sus otros cuatro hermanos a unirse a la lucha. Los cinco hijos se destacaron en la batalla del Monte de Las Cruces y continuaron la lucha por rumbos y vías diversas. Rafaela vio como sus cinco hijos seguían la misma causa; no tuvo que sentir el desgarro de verlos comulgar con ideas diferentes. El origen de esa decisión se centró en que ella supo inculcarles esa pasión por la libertad, con ella se sintetizaban los ardores de su ancestro conquistador en los anhelos de sus hijos libertadores.
Si son famosas mundialmente las madres de los soldados espartanos, quienes encendían el amor a su patria, cuando al entregarles el escudo a cada hijo le decían: «Vuelve a casa con este escudo o sobre él», no menos grande es esta mujer mexicana. También ella supo escuchar el clamor de los oprimidos de su patria y entregarles, a quienes brotaron de sus entrañas, las armas con las que defenderían a sus semejantes sometidos al yugo colonial. Cuando a la casa materna llegaba algunos de los caudillos, ella los apapachaba y se regocijaba con su compañía, los acogía como madre y más tarde los alentaba a continuar con la lucha libertaria, no dudo que Gabriel García Márquez se haya inspirado en Rafaela al escribir sobre las visitas del Coronel Aureliano Buendía a la casa de su madre, Úrsula Iguarán.
En diciembre de 1815, Francisco, su hijo menor, cayo prisionero de los realista y condenado a muerte en Ixtlahuaca; ante esa situación, se le ofreció a doña Rafaela el perdón de la vida de su hijo a cambio de mediar con los restantes y convencerles de deponer las armas. En dicha tribulación, se le atribuye la siguiente respuesta al comandante virreinal Aguirre: «Prefiero un hijo muerto que traidor a la Patria».
Dos vidas se acabaron aquel día en que las balas coloniales disparadas en el patíbulo de Jilotepec terminaron con la existencia del insurgente; porque sus repercusiones llegaron hasta Doña Rafaela López, para la cual todo termino ese día. Y, aun así, después de haber perdido un hijo por la patria, estaba dispuesta a dar los cuatro restantes. Ella supo escoger entre la vida de uno y la sumisión de los cinco. Supo entender entre la vergüenza del luchador social, siempre en campaña, siempre a salto de mata, siempre en peligro de muerte y la ignominia del indultado que viviría, sí, pero con el escarnio popular e histórico; tal vez recordó a Tetis indicándole a Aquiles que si mataba a Héctor moriría joven, pero con gloria.
En su Tlalpujahua querido, vio realizarse la consumación de la Independencia. Casi un año después, a la edad de 68 años, murió el 4 de agosto de 1822. Se le dio sepultura en el camposanto de la hermosa parroquia de aquel real.
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