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Alabanzas. El Señor de Mapimí ha recibido por más de tres siglos, millares y millares de fieles que lo colman de rezos y alabanzas. (CORTESÍA)
Desde antaño, las coloridas y tradicionales fiestas del catolicismo en México han perdurado ante el infranqueable paso del tiempo, son ritos religiosos salpimentados de interesantes anécdotas y leyendas, sucesión hereditaria por generaciones sin fecha de caducidad en las esencias de nuestra idiosincrasia.
"Somos un pueblo ritual. En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México", escribió Octavio Paz en su libro El Laberinto de la Soledad (1950).
En el México del siglo XXI, no existe población grande o pequeña en donde sus habitantes no celebren alguna festividad católica como ha venido sucediendo desde los lejanos tiempos de la Nueva España, el solemne culto al Señor de Mapimí en Cuencamé, cumplió tres siglos el pasado 2015; devoción inmarcesible.
SU ORIGEN
Cuentan las añejas historias escritas y las que nos vienen por tradición oral que en el agreste Real de Minas de Mapimí, perteneciente a la provincia de la Nueva Vizcaya y en el novohispano año de 1715, durante la tarde del Jueves Santo, sus habitantes participaban en una procesión cuando la población fue atacada por los barbáricos indios tobosos.
La indiada se lanzó con furia sobre los desarmados habitantes del poblado. Sus veloces flechas y puntiagudas lanzas cegaron las vidas de españoles, criollos y mestizos. Las casas de los vecinos y los comercios fueron saqueados e incendiados, la iglesia dedicada a Santiago Apóstol también fue ultrajada, las infelices víctimas corrían buscando algún escondite para salvar sus existencias; los alaridos de los indómitos los electrizaban de pavor.
La sangre de los muertos y heridos tiñó de rojo escarlata el suelo de Mapimí. Durante la dramática matanza gritaban hombres, mujeres, niños y ancianos que horrorizados pedían auxilio para no ser asesinados por aquellos despiadados salvajes; sus desgarradores llantos se oían por doquier. Damas adolescentes y jóvenes fueron violadas.
En su libro Historia del Estado de Durango, el historiador Everardo Gámiz Olivas, anotó: "Mataron al sacerdote, a más de cien españoles, cerca de trescientos criollos y numerosos indios cristianos. Sólo unos cuantos vecinos pudieron escapar llevándose al Cristo de la procesión".
Entre la infernal masacre algunos feligreses tuvieron la gran idea de sacar al Señor de Mapimí del templo de Santiago Apóstol, para salvarlo de la refriega lo sustrajeron con rapidez y lo treparon sobre un carro tirado por equinos, en veloz carrera huyeron rumbo al sur y fueron a parar hasta el semiárido Cañón de Jimulco en una área perteneciente al actual territorio de Coahuila.
La sacrosanta representación de Cristo crucificado fue escondida al cobijo de un gran mezquital, lo cubrieron con ramas y otros objetos para protegerlo de las inclemencias del tiempo, querían que pasara desapercibido ante los aborígenes salvajes que lo pudieran robar o destruir. Los arrojadizos rescatistas retornaron a Mapimí, acordaron regresar por él cuando volviera la tranquilidad a su terruño, deseaban restituirlo a su sitio original; no sucedió así.
Refiere el historiador Roberto Martínez García, corrieron los días y los rescatistas no volvían, lapso en el que unos incógnitos arrieros de una ranchería de Jimulco descubrieron al Señor de Mapimi. Asombrados fueron a dar parte del hallazgo al cura del Real de Minas de Cuencamé, el clérigo dio inmediatas instrucciones para que lo trasladaran a esta población, se organizó una expedición para recuperar la valiosa pieza sacra. Y otra vez, el gran Cristo clavado sobre la cruz fue montado sobre un carro jalado por mulas.
Finalmente, en el histórico día del 6 de agosto de 1715 y ante la mirada curiosa de los vecinos del Real de Minas de Cuencamé, el rescatado y errante Señor de Mapimí hizo su entrada y transitó por las calles de esa comunidad para encontrar alojo entre las silentes paredes y bóvedas virreinales del templo de San Antonio de Padua. Está instalado en el altar barroco estípite lateral derecho, ha recibido por más de tres siglos, millares y millares de fieles que lo colman de rezos y alabanzas.
LA PROCESIÓN ANUAL DE JIMULCO A CUENCAMÉ
Para conmemorar el traslado del Señor de Mapimí a Cuencamé, efectuado en 1715, desde fecha inmemorable habitantes del Cañón de Jimulco realizan una procesión anual que viaja desde esta región para adorarlo en su recinto del templo de San Antonio de Padua; peregrinación integrada por varias familias.
En 1990 el citado historiador Roberto Martínez García, entrevistó al matrimonio formado por José Luna y María Rodríguez, habitantes del poblado Juan Eugenio del municipio de Torreón. "Nos vamos desde el día 2 de agosto al mediodía, en carros tirados por mulas y llevamos gorditas de horno, Maseca para hacer tortillas, semitas y gallinas en jaulas para sacrificarlas y comer en la ruta. La primera noche, dormimos a mediación del Cañón de San Diego, rezamos y alabamos al Señor de Mapimí. El segundo día acampamos en La Cureña para finalmente llegar a Cuencamé.", dijeron
En su relato el matrimonio Luna, narró que cuando los peregrinos hacen su arribo a Cuencamé y caminan por sus calles, encienden velas y entonan cánticos ensalzando al Cristo crucificado de Mapimí, uno de ellos lleva la siguiente letra:
Esa Sierra de Jimulco
Se divisa desde aquí.
En donde fue aparecido
El Señor de Mapimí.
"La fiesta principal es el día 6 de agosto, pero nosotros nos quedamos hasta el día 7 cuando es reinstalado el Señor de Mapimí en el retablo del altar principal, durante las fiestas de su veneración es recostado al pie del mismo donde es adorado por la feligresía. Regresamos a nuestro rancho durante la tarde del día 8", concluyó la devota pareja.
TRADICIÓN VIVA
El cronista de Cuencamé, Anacleto Hernández Hernández, afirma que "La fiesta anual del Señor de Mapimí consolidó a Cuencamé, como uno de los puntos más importantes del virreinal Camino de Tierra Adentro en su época, es una de las tradiciones más antiguas de Durango. Nos llena de orgullo y con muchísimo gusto recibimos a miles de peregrinos".
Y agregó: "La antigua hermandad del Santo Cristo de Mapimí, está integrada por más de treinta habitantes de Cuencamé, es una agrupación emblemática de nuestra comunidad que data de siglos. La extinta duranguense y tratadista de arte escultórico, Pilar Alanís Quiñones, hizo una excelente descripción de la efigie venerada".
SIGLOS
Cumplió en 2015 el culto al Señor de Mapimí.