Niños y niñas de la escuela deben llenar los botes de un tinaco enterrado para verter el agua salada en los baños. (EDITH GONZÁLEZ)
Los nubarrones amenazaban con dejar caer una lluvia intensa. La comunidad de Vicente Guerrero, mejor conocida como Siete Zacates, los veía con ojos esperanzadores, del cielo proviene la única agua que es apta para su consumo y el líquido almacenado en las últimas precipitaciones está por terminarse. La situación es crítica, hay sequía.
En todo San Juan de Guadalupe, municipio en el que se localiza este ejido, no hay agua apta para consumo humano. El vital líquido contiene altos niveles de sales y algunos metaloides, entre ellos el arsénico, que lo hacen imposible de consumir. Además, tampoco es abundante, pues por las características del líquido y la falta de mantenimiento, la interrupción del servicio es recurrente.
Son 152 kilómetros los que separan a su cabecera municipal, de Gómez Palacio y para llegar a Siete Zacates y a otros ejidos es necesario recorrer otros kilómetros más por terracería, lo que hace necesario el traslado en camioneta.
El recorrido fue hace justo una semana e inició a las 9:30 de la mañana. Desde temprano, las nubes ofrecieron un espectáculo visual que poco se ve en la mancha urbana. Después de dos horas de camino la cabecera municipal empieza a asomarse y conforme se avanza va mostrando sus viejas casonas, algunas con signos de modernidad testigos de que el reloj no se ha detenido.
Así como su conservada arquitectura, también sale a relucir la pobreza y precariedad en la que viven sus casi 6 mil habitantes. La escasez de agua va de la mano de las pocas oportunidades de empleo.
La primera parada es en la presidencia municipal. Ahí, Isidoro Guerrero, director de Desarrollo Social y titular del Organismo Operador de Agua en administraciones pasadas, es quien dice que el agua salada no sólo está presente en la comunidad de Siete Zacates, sino en todo el municipio.
"En aquellos años hicimos un estudio en todos los pozos y todos salieron que el agua no es apta para consumo humano, y con arsénico, ahora no se ha hecho un estudio yo le comentaba al señor presidente que también era importante un estudio de laboratorio para saber qué tipo de agua estamos consumiendo, no sé si la administración pasada lo haya hecho".
Dice que en la cabecera hay purificadoras que venden el agua en 10 pesos y es la que utilizan para consumir algunas familias. El resto de las actividades las hacen con agua de la llave.
El director reconoce que la situación es delicada, pero se puede tornar aún más si la sequía se prolonga. Hace casi 10 años, San Juan de Guadalupe figuró en el mapa nacional precisamente por las condiciones de sus habitantes ante la escasez. Incluso salieron imágenes en las que familias almacenaban agua amarillenta de un estanque, mientras los animales tomaban del mismo.
En esta ocasión, Isidoro Guerrero, dice que el alcalde Efraín Padilla, busca prepararse para responder en caso de una contingencia similar a la ya vivida, pues la sequía no sólo trae escasez de lluvia, sino también de agua salada. El director de Desarrollo Social se despide y da indicaciones de cómo llegar a Siete Zacates, la comunidad objetivo.
En el camino las nubes dejan caer un poco de agua. Pero pronto se quedan atrás, en Siete Zacates no llueve.
La siguiente parada es la primaria de dicha comunidad rural, Zayra Reyes, directora del plantel es quien hace el recibimiento. "Los niños toman agua de pilas o de un estanque, pero esa agua es muy sucia, tiene animales, las vacas, becerros que tiene la gente que vive aquí los llevan para que tome agua de ahí mismo, la gente agarra agua en botes la clora un poco mientras se mueren los animales, después la cuelan y se la toman", cuenta la también maestra de la primaria Francisco Villa.
Explica que en la escuela y varias casas, la gente cuenta con sistemas de recolección de agua pluvial, uno de ellos consiste en techos de metal en caída, conectado con un tubo que conduce el agua hacia unas pilas en donde se almacena. Fue hace 10 años cuando un programa federal proveyó a la comunidad de material para la construcción de las pilas.
Otro más es una especie de estanque, cubierto de hule negro, bardeado con malla ciclónica y sin techo, que almacena la lluvia y es de donde se surte la comunidad. El agua cae en la parte alta y es conducida por un canal a esta "olla" como le llaman, arrastrando todo a su paso, pues está a la intemperie.
En los dos casos el líquido luce sucio, con mosquitos y otros bichos y por el tiempo de almacenamiento se ve amarillento o verdoso. Eso importa poco, es la única fuente de consumo de agua que tiene el municipio y deben beberla.
Mientras la maestra explica la situación, niños y niñas se acercan con curiosidad y le piden permiso para ir al baño, como si quisieran mostrar la lamentable situación en la que crecen.
Uno de ellos se tira al suelo para meter un bote a un tinaco enterrado y sacar el agua que echará al baño. En su inocencia narran parte de la tragedia que es vivir sin agua.
-¿Cómo está el agua que consumes?
- Sí está limpia, nada más que trae animales. El agua la echan a una pila, le echan cloralex, se mueren los animalitos y ya nada más la cuelan - responde Diriel. Dice que sí se ha enfermado del estómago, pero "no mucho" y que el agua "sabe bien, natural".
Las niñas Brenda y Yomali comentan que en su caso, no toman agua de la pila que está en la escuela, sino de sus casas aunque la calidad no mejora sustancialmente. "A veces la traemos como nos la dan de nuestras casas, amarilla como la sacamos de la pila, a veces nos enfermamos", comenta Brenda. Dicen que cuando se acaba el agua de las pilas, van a la olla a surtirse.
-Si no hay agua en la olla ¿Qué es lo que van a hacer, de dónde la van a agarrar?-
Las niñas se ven entre sí y levantan los hombros en signo de desconocimiento. Su semblante cambia.
Las enfermedades están a la orden del día, Zayra Reyes, dice que los 30 niños y niñas se ausentan por lo menos cinco veces por año por padecimientos gastrointestinales.
"Se enferman regularmente del estómago, casi siempre es vómito o diarrea y a parte por su alimentación los niños tienen su piel manchada (…) al año se han de enfermar unas cinco veces y más en tiempo de río porque muchos no cuentan con dinero para comprarles ropita", dice.
Añade que hace un año, falleció un niño que cursaba el cuarto grado a raíz de una cortadura que sufrió en un brazo. La herida se le infectó hasta morir, pero desconoce si tenga alguna relación con la falta de agua.
La docente cuenta que un estudio realizado el año pasado por el DIF estatal, arrojo que los niños de este municipio presentaron bajo peso y desnutrición. La pobreza termina de enmarcar la tragedia de esta comunidad que se ubica en el semidesierto Duranguense.
Son 56 familias las que habitan en esta comunidad, una de ellas la Gutiérrez Ortiz que se encuentra cerca de la Primaria. Ahí está de Amapola Ortiz, la madre de Brenda quien accede a la entrevista, también quiere que se conozca la difícil situación de la comunidad.
Pronto se comienzan a congregar otras personas del ejido, se corrió rápido la voz. Preguntan que si la presencia es para darles alguna despensa o si se trata de propaganda política, porque es cuando ven gente ajena recorriendo la comunidad. Se les explica que se trata de un reportaje.
Entre las personas están cuatro hombres, Rodrigo, Abelardo, Beto y Armando que también quieren hablar de la problemática. Muestran una potabilizadora que ya no funciona por falta de mantenimiento. Sólo estuvo en operaciones un año y posteriormente la salinidad del agua afectó la membrana.
La comunidad cuenta con grandes tanques negros situados en diferentes puntos, donde las pipas llegaban y descargaban el agua durante aquella sequía, ahora también están secos.
Los hombres se dirigen hacia la olla, a petición. Está a las afueras del poblado. En el estanque hay unos charcos verdosos. De ahí toman agua los animales de ganado y dicen que hasta una víbora vieron en el agua. Aún así es de donde se surten del líquido cuando hay.
En el lugar las ráfagas de viento apenas si dejan escuchar las palabras de los moradores quienes cuentan que en 2010 fue la peor sequía que recuerdan. Durante dos años no cayó gota alguna y tuvieron que vender casi todo su ganado.
"Yo perdí 11 reces, en ese tiempo en total yo creo perdí 80 mil pesos. Ahorita ya va para un año, y ya andamos desesperados ya los que compran ganado lo compran bien barato", dice Armando Ortiz.
La comunidad teme que suceda lo mismo, pues sobreviven de actividades agrícolas y ganaderas, pero este año el suelo no produjo lo suficiente ni tampoco los animales. Sin embargo hace poco llegó el programa Sembrando Vidas, que implementa el gobierno Federal y en donde reciben una cierta cantidad al mes por siembra, es lo único que los sostiene. Además este municipio fue includio en la declaratoria de Desastre Natural emitida el pasado 25 de septiembre, por lo que esperan la llegada de recursos.
Aún así la comunidad pide que no la olviden, quiere agua apta para consumo humano. Sus habitantes dicen que las pipas deben estar listas al igual que las despensas y demás artículos que les ayude a mitigar la sed y el hambre, "San Juan de Guadalupe también es Durango, ojalá nos puedan ayudar con lo que ustedes van a hacer", agregan y se despiden.
El problema va más allá. El agua de calidad es un derecho humano y debe estar garantizado por el Estado, pero en San Juan no es así. Actualmente investigadores de la Universidad de Nottingham, Inglaterra y del Centro Interdisciplinario de Investigación para el Desarrollo Integral Regional (CIDIIR) del Instituto Politécnico Nacional Unidad Durango, buscan crear un sistema de potabilización a base de mezquite, pero requieren recursos.
Por lo pronto, la esperanza de todos y todas es que caiga un aguacero, ese día las expectativas eran altas pero ya pasó una semana y al menos hasta ayer no había llovido.
FAMILIAS
habitan la comunidad de Siete Zacates, ubicada en San Juan de Guadalupe.
VECES
por año, al menos, enferman niños de la primaria por problemas estomacales.