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Despiden con danza a Ezequiel Romero

Familiares y amigos dieron el último adiós a don Cheque, pionero de la danza en Torreón

Homenaje. Familiares y amigos custodian el féretro de Ezequiel Romero antes de celebrarse una misa de cuerpo presente en la iglesia de Guadalupe. (FERNANDO COMPEÁN)

Homenaje. Familiares y amigos custodian el féretro de Ezequiel Romero antes de celebrarse una misa de cuerpo presente en la iglesia de Guadalupe. (FERNANDO COMPEÁN)

SAÚL RODRÍGUEZ

Es día de Todos los Santos en Torreón. Las florerías de la calle Blanco se abarrotan de colores en la época de mayor venta del año: el otoño donde se festeja a los muertos. De pronto, el soplo de un caracol irrumpe en la mañana de viernes. La voz se percibe desde la colonia Antigua Aceitera. A su canto se añaden tambores, huéhuetls que suenan a dolor. Una procesión sale de ese barrio y toma la calle Falcón. Es el funeral de Ezequiel Romero, pionero de la danza azteca en La Laguna y fundador de la Mesa de Santa María de Guadalupe Chicomoztoc.

TRAYECTO

Familiares, amigos y compañeros de don Cheque (como también era conocido) cruzan el bulevar Revolución envueltos en plumaje. A cada paso resuenan los cascabeles atados en la parte baja de sus piernas. El cuero de los huéhuetls se estremece en un estruendo. Los danzantes responden emocionados y con su ritmo corporal bosquejan el legado de un precursor.

Al frente del cortejo, cubierto con el estandarte de su agrupación, va el féretro gris de don Cheque, quien capitanea la peregrinación, como desde hace 54 años cuando la fe motivó su acercamiento a la danza.

El canto del caracol gira sobre la avenida Juárez. Detrás de la carroza los dolientes portan mantas, fotografías, mandolinas, flores e imágenes de la Virgen de Guadalupe. En sus playeras blancas se escribe la leyenda: "A donde tú vayas, yo iré. Tu paso siempre seguiré. Siempre detrás de ti". Entonces, los recuerdos con don Cheque comienzan a escapárseles por las mejillas.

La peregrinación se detiene en la Plaza de Armas. Allí los danzantes rodean la carroza, con baile abrazan a su capitán, emiten gritos propios de guerreros, descargan su dolor, cortan el aire con las plumas de sus penachos y se bañan con el aroma del incienso. Danzar también es una forma de rezar.

El destino se aproxima. Las torres de la iglesia de Guadalupe preparan su orquesta, observan al cortejo cruzar la calle Juan Antonio de la Fuente y replican sus campanas. El templo anuncia la llegada de su hijo pródigo, aquel que tantas veces lo visitó y le entregó su arte envuelto en fe.

La comitiva vuelve a cesar su andar, esta vez ante la parroquia. Algunos curiosos miran atónitos, se preguntan si las tradicionales peregrinaciones se adelantaron, esos desfiles de devoción en los que Ezequiel Romero dejaba su alma y su amor. Cuentan sus familiares que don Cheque estaba muy emocionado por la próxima Bendición de las Nahuillas, festividad de la que fue propulsor y que se celebrará a mediados de noviembre. También fue director del Museo del Torreón (ahora Museo del Algodón) y del Museo del Ferrocarril. Por eso, su partida implica un hueco en la cultura lagunera, mismo que sólo puede ser llenado con el resultado de sus enseñanzas.

Antes de entrar a la iglesia, una de sus hijas alza la voz. La emoción le empapa el rostro. Menciona a los presentes que la palabra de don Cheque no se acabará mientras exista alguien que la diga. Luego se dirige al féretro, le habla a su padre, intenta derribar su silencio: "¡Aquí estamos tus danzantes! ¡Siempre vamos a estar! ¡Porque aquí no se termina! ¡Tu cuerpo quedará enterrado, pero tu ánima siempre estará entre nosotros! ¡No te has ido! ¡Nunca te irás! ¡Porque siempre estarás aquí! ¡En las danzas! ¡En las oraciones! ¡En nuestros cantos! ¡En nuestras ofrendas! ¡Él es Dios! ¡Ezequiel Romero!".

Es precisamente esta frase, "Él es Dios", la que traspasa la piel de los dolientes. Narra la tradición que los chichimecas se enfrentaron a invasores españoles e indígenas aliados, pues se resistían a la conquista. El día de la batalla se oscureció el cielo y repentinamente surgió una imagen de Santiago Apóstol acompañado de una cruz fulgente. Sorprendidos, los chichimecas gritaron: "Él es Dios", en reconocimiento a la Santa Cruz. Por esta razón es usual escuchar la cita entre los grupos de danza azteca.

UN "HASTA LUEGO"

El párroco René Morales oficia la misa de cuerpo presente, después de que la reverberación de los tambores y los acordes de las mandolinas han cesado al interior del templo. Ezequiel Romero se encuentra allí, ante el altar de la Virgen de Guadalupe, su santa patrona, la mujer a quien dedicó su danza durante cinco décadas.

Casi al terminar la ceremonia, el cura dedica unas palabras al danzante: "¡Cuántos méritos hizo para manifestar su fe a Dios, nuestro Señor! Yo creo que eso reditúa a don Ezequiel el Reino de los Cielos. ¡Adelante!".

El sacerdote baja del altar por las escaleras de mármol. Se coloca frente al ataúd, lo rocía de agua bendita, de llanto divino, y pide a Dios que reciba en su trono a Ezequiel Romero. De pronto, el legado de don Cheque se manifiesta, se acentúa en la memoria de los presentes. El silencio se ha fundido en aplausos.

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