A la memoria del Dr. Guillermo Soberón.
Francisco de Quevedo escribió que "cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, condenamos el porvenir sin conocerlo". El pasado no siempre fue mejor, pero es más fácil de visualizar porque queda congelado en el tiempo. El nuevo dogma es que la economía iba muy bien en los setenta y que fueron las reformas las que la destruyeron: el llamado modelo neoliberal puede ser obsoleto y haber provocado innumerables fallas, pero la noción de que volver al pasado va a resolver los problemas actuales es pura nostalgia.
Diagnosticar la problemática económica requiere una mínima honestidad sobre la naturaleza del problema que se quiere resolver. Por ejemplo, se parte del principio de que la tasa de crecimiento económico de las pasadas tres décadas (2% en promedio) fue mediocre, lo que es obviamente cierto. Pero ese promedio esconde más de lo que revela: la economía se ha tornado cada vez más compleja y ha experimentado una gran fragmentación, donde algunos estados venían creciendo a tasas casi asiáticas en tanto que otros se relegaban. La clave es el porqué de esas abismales diferencias.
El planteamiento de que hay que "mexicanizar a México" no es más que un lema ideológico que ignora la elemental realidad que se ha vivido en estas décadas. Sin duda, los chiapanecos, oaxaqueños y guerrerenses tienen toda la razón en protestar por el enorme letargo en que han caído sus estados, pues eso se debe en gran medida a lo que han impedido los factores de poder real en sus propias localidades y lo que no han hecho sucesivos gobiernos federales. En contraste, cuando uno se apersona en Aguascalientes o Querétaro, resulta inmediatamente evidente la impresionante transformación que han experimentado. La pregunta relevante es qué han hecho mal los primeros y bien los segundos.
Los nostálgicos que pretenden recrear los setenta tienen razón en que el país es más desigual porque arroja tasas muy diferenciadas de crecimiento, pero es imposible recrear la estrategia que se siguió hace medio siglo por al menos dos razones: primero, porque la realidad sociopolítica y económica de entonces no tiene semejanza con la actual. En aquella época el crecimiento se explicaba por una combinación óptima de inversión pública (infraestructura) e inversión privada que respondía a un marco de certidumbre producto de un claro entendido entre los diversos factores de la producción y el gobierno. No era un mundo perfecto pero, mientras duró, resultó sumamente exitoso.
La segunda razón por la que es imposible reconstruir los setenta es que el factor clave que hizo posible las elevadas tasas de crecimiento de esos años -el petróleo y la expectativa de que sus precios crecerían de manera permanente- ya no existe. Además de que la producción de petróleo ha decrecido en términos absolutos, su importancia relativa en la economía mexicana ha disminuido radicalmente. El país cambió al petróleo por las manufacturas y los estados que se incorporaron en esa lógica han ganado empleos y fuentes de ingresos.
Muchas falacias dominan la lógica gubernamental. La primera y más importante, porque determina las demás, es que se abandonó el modelo del desarrollo estabilizador por razones ideológicas. De hecho, en los setenta y ochenta se hicieron absurdos intentos por prolongar la vida del desarrollo estabilizador cuando sus pilotes de soporte ya habían desaparecido. Pero lo más importante es que no se puede retornar a un mundo que ya no existe.
El punto nodal es que se abandonó aquel modelo de crecimiento porque la economía ya no crecía. Mientras México vivía la borrachera petrolera, el resto del mundo cambió su forma de producir, volcándose al mercado mundial. Las reformas no fueron más que un reconocimiento de la nueva realidad productiva mundial. Regresar al pasado va a agudizar nuestros males.
La implementación de un nuevo modelo requirió desarrollar nuevas fuentes de certidumbre porque las anclas que habían funcionado antes fueron destruidas en diversos terremotos políticos como el de la expropiación de los bancos. El TLC fue un instrumento cuya esencia radicaba en generar certidumbre para los inversionistas y empresarios. Los estados que se incorporaron a esa lógica se transformaron; los que no, se rezagaron. Lo imperativo sería entender qué es lo que impide que llegue inversión a los estados más pobres y actuar en consecuencia, no en la retórica, sino en la realidad.
La evidencia demuestra que factores como los derechos de propiedad y el Estado de derecho son cada vez más importantes para el crecimiento de la economía mientras mayor es el nivel de desarrollo.* Si uno le pregunta a una empresa automotriz qué es lo que le ha llevado a montar una planta en Puebla o Durango y no en Oaxaca o Chiapas, estos factores sin duda serán prominentes en su respuesta. La clave es la certidumbre y concordia política.
La tasa de crecimiento es un distractor porque permite imaginar grandes proyectos gubernamentales en lugar de atender la enorme complejidad sociopolítica actual. Es falso el dilema entre crecimiento y estabilidad, como demuestra casi toda la región asiática donde sus gobiernos se han abocado a allanar el camino para la prosperidad. El asunto no es ideológico, sino práctico. Por ahí habría que comenzar.
* Acemoglu, Daron, "The Form of Property Rights: Oligarchic vs. Democratic Societies", NBER, 2003.
@lrubiof
ÁTICO
Dogmas, y no diagnósticos serios, dominan decisiones gubernamentales, sobre todo respecto al pobre desempeño económico.