Donde no hay competencia acaba habiendo incompetencia:
Esta verdad de Perogrullo. Este auténtico pleonasmo lingüístico, aunque no funcional respecto de las organizaciones, tiene terribles manifestaciones prácticas no sólo en nuestra patria, sino casi en cualquier lugar del mundo, simple y sencillamente porque cuando una persona u organización no tiene el estímulo constante de mejorar, de crecer, de ser mejor, porque enfrente se tenga a alguien que así lo está haciendo y que por ende se está convirtiendo en medida de referencia, pues simplemente nos confiamos, nos dejamos llevar por la comodidad y la ley del menor esfuerzo, con el resultado de que en la mayoría de las actividades humanas el estancamiento es sinónimo de retroceso.
Hemos visto en la historia reciente de nuestra patria como los grandes monopolios estatales o privados han sido fuentes continuas de corrupción y por ende de afectación de intereses generales en beneficio de provechos muy particulares.
Los grandes monopolios han acabado haciendo componendas corruptas con líderes sindicales, con entidades gubernamentales, con proveedores, han destrozado a aquéllos que pudieran suponer alguna forma de mínima competencia, han impuesto sus condiciones en la prestación del servicio y se han erigido en dictadores totalitarios del mismo a sabiendas que clientes, proveedores y los propios empleados tienen que someterse incondicionalmente a todas las imposiciones que el monopolio plantee simple y sencillamente por el hecho de que son los únicos que pueden proveer de ese bien o servicio a la comunidad, de ahí que no sea raro escuchar de los prepotentes labios de cualquier prestador monopólico de un servicio la agresiva frase frente a la cual uno siente la mayor de las impotencias: “Total si no le gustó, váyase a la competencia”.
Se nos ha hecho creer desde hace algunas décadas que cualquier posición en contra de esos sacrosantos monopolios como Pemex o la Comisión Federal de Electricidad, es actitud antinacionalista y por ende quien así lo manifieste es un verdadero traidor a la patria, al que casi por eso habría que fusilar.
La auténtica traición a la patria, es decir a esa comunidad de compatriotas y en general de personas que convivimos sobre un mismo territorio estatal, es seguir lucrando en beneficio de unos cuántos con compuestos tan importantes para el desarrollo nacional y en general para los requerimientos que plantea la vida moderna para cada uno de esos compatriotas como lo son los derivados del petróleo y la energía eléctrica.
Independientemente de que, -como han dicho algunos altos funcionarios del gobierno-, estas dos paraestatales se convirtiesen en auténticos soportes financieros del gobierno y que en determinados momentos las finanzas públicas estuvieran en buena medida determinadas por la salud financiera de Pemex, lo cual a la larga ha sido tremendamente perjudicial para la economía en general. Lo cierto es que estas dos empresas públicas se han distinguido por su ineficiencia real. Sus costos de operación están muy encima de los parámetros internacionales. Sus niveles de eficiencia en el servicio prestado lo mismo. Durante mucho tiempo el gobierno trató de ocultar esa realidad propiciando multimillonarios subsidios al consumo de los bienes y servicios producidos por ambas paraestatales, sin embargo cuando se ha tenido que aplicar el realismo económico se ha venido a constatar el precario estado de esas empresas que artificialmente han mantenido esa imagen de pilares de la economía nacional.