SAN BARTOLO COYOTEPEC, OAX.- De sus manos han salido versiones escultóricas en barro bruñido a partir de los grabados La Catrina de José Guadalupe Posada y el Tata de Francisco Goitia, con una fidelidad que rebasa la habilidad artesanal. Considera al barro una materia "tan dulce como la madre tierra"; así lo explica Carlomagno Pedro Martínez, uno de los alfareros oaxaqueños más afamados en México y el mundo quien asevera: “Con el barro hacemos mentiras verdaderas porque no existen y sin embargo son ciertas”.
Carlomagno, de 37 años, es hijo y nieto de alfareros y heredero cultural, como la mayoría de los nativos de San Bartolo Coyotepec, de la cerámica pre-hispánica de los zapotecas de los valles centrales de Oaxaca.
Desde hace dos milenios, el barro negro de esta población fue objeto del amasijo creador de los bartolinos, pues Zaapech -Cerro del Jaguar como los zapotecas llamaban antes de los españoles a Coyotepec- fue siempre un lugar de “artífices y sacerdotes”.
Los antiguos zapotecas adoraban a Cosijoe, Dios del agua. Cuando llegaron los frailes dominicos asociaron al apóstol San Pedro con éste por su relación con la lluvia y por la índole semántica de su nombre (piedra) con el cerro de Cosijoe.
“Las artesanías que hacemos aquí -explica Carlomagno- se realizan con el mismo patrón técnico de la época prehispánica. La única innovación moderna es el horneado, aunque seguimos cociendo en hornos de tierra”.
Las piezas de cerámica de San Bartolo Coyotepec o Zaapech son primero moldeadas a mano, luego envueltas un tiempo en plástico para secarse a medias y posteriormente cocidas a 700 u 800 grados con fuego de leña. De la regulación del oxígeno mientras están cociéndose bajo tierra, depende el color más intenso o claro del barro.
“Cada pieza es original y única”, enfatiza el joven escultor oaxaqueño, en cuya obra predominan viejas historias y leyendas indígenas y las grandes tradiciones mestizas: El entierro, La Piedad, Cristo en la cruz, Nuestra abuela (la muerte).
“Trabajar el barro es maravilloso. Me puedo pasar el día entero manipulándolo”, confiesa el artista para quien su oficio de alfarero fue inevitable como para cualquier otro niño o joven de San Bartolo.
El primer apellido de Carlomagno, Pedro, tiene ascendencia literaria con esa operación sincrético-religiosa de los dominicos de hace más de cinco siglos. Su nombre tiene también un origen parecido: su abuela doña Magdalena Carreño, fue admiradora del gran emperador galo-germano y su padre, don Andrés Manuel Pedro, le puso así en recuerdo de su madre.
En 1990, durante su segunda participación en el Encuentro Nacional de Arte Joven en Aguascalientes, la evaluación estética de su obra generó una polémica entre el pintor Manuel Felguérez y la crítica de arte Teresa del Conde sobre si podía considerársele artista o artesano. El primero sostuvo que Carlomagno es ya un escultor de bellas artes. “Para mí da lo mismo ser artesano que artista plástico mientras siga disfrutando de mi trabajo”, afirma Carlomagno con modestia.
De la misma opinión es el pintor oaxaqueño Francisco Toledo, quien en mayo de este año lo invitó a París, junto a Nati Amador, a participar en la muestra De Indians: Chiapas-México-California a La Villete. Carlomagno ha presentado su obra en barro negro en diez muestras colectivas internacionales en Estados Unidos, Francia Suiza, Alemania y Austria.
En 1996 exhibió su conjunto escultórico El mal de amores en la exposición Enfermo de qué, con el tema del origen de las enfermedades, la viajó por media Europa.
En la República Mexicana ha mostrado su trabajo en media docena de exposiciones colectivas y ganado tres premios nacionales, entre ellos el de la Juventud Artes Populares, otorgado por Conaculta en 1987. Además sus trabajos figuran en cinco libros de catálogo.
Carlomagno forma parte de una de las 560 familias de artesanos ceramistas de Zaapech o Coyotepec. Está integrada por padre, madre, siete hermanos y doce sobrinos ¡y todos son felizmente alfareros!