“La muerte siempre es temprana /
y no perdona a ninguno”.
Pedro Calderón de la Barca
No tengo el privilegio de ser realmente amigo de Juan Sánchez Navarro. Desde hace mucho tiempo, sin embargo, conozco y respeto su trayectoria intelectual, política y empresarial. Sólo he estado físicamente con él un par de veces. En una ocasión lo entrevisté y otra vez me invitó a uno de esos desayunos de discusión política y económica que organiza y que se han vuelto tan renombrados. Pero esos dos breves contactos, añadidos a lo que he sabido de él y a las entrevistas que él ha concedido a otros periodistas y que he podido leer, han sido suficientes para nutrir mi cariño hacia él.
Creo que a Juan Sánchez Navarro le ha hecho daño ese título que alguien le endilgó en algún momento de ser el “ideólogo de los empresarios” mexicanos. No me parece que don Juan sea ideólogo de nadie. Toda su actitud es exactamente opuesta a la que uno podría esperar de un ideólogo. Pero sí me queda claro que Sánchez Navarro ha sido un empresario que se ha interesado siempre en la vida pública de nuestro país y que asumió valientes posiciones críticas frente al gobierno en un momento en que otros empresarios preferían simplemente beneficiarse del juego de prebendas que les ofrecía el ogro filantrópico y cerrar los ojos a cualquier comportamiento cuestionable que éste pudiera tener.
Juan Sánchez Navarro ha sido un creador de instituciones que han buscado servir como foros de reflexión y de acción empresarial en contra de los abusos del gobierno. Así, fue fundador del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, un grupo que hasta la fecha reúne a los empresarios más ricos de nuestro país, y también, en 1975, ayudó a crear el Consejo Coordinador Empresarial, la asociación que hasta la fecha conjuga los esfuerzos de los principales organismos empresariales del país. No eran aquéllos tiempos fáciles para los empresarios, los cuales se enfrentaban a un gobierno que vigorosamente buscaba ampliar la acción e intervención del Estado en la economía. Algunos funcionarios del gobierno consideraron la creación del CCE como un gran reto en contra del Estado. Quizá fue entonces que Sánchez Navarro se ganó el mote del ideólogo de los empresarios.
Pero ¿cuáles han sido en realidad esas ideas de Juan Sánchez Navarro que tanto han inquietado a algunos y entusiasmado a otros? Ha habido en él siempre, por supuesto, una decidida defensa de la libertad de emprender. Esa libertad genera riqueza y, por lo tanto, cuando se aplican las políticas adecuadas, bienestar.
Las grandes luchas de Sánchez Navarro y de otros empresarios en contra de la intervención gratuita del Estado en la economía, y sobre todo de sus pretensiones de convertirse en un competidor monopólico o subsidiado de las empresas privadas, han surgido de la convicción de que la libertad a la larga genera mayor prosperidad para todos. Pero Sánchez Navarro nunca se ha quedado nada más en esa lucha por la libertad de empresa o la posibilidad de enriquecerse. Ha mantenido también el principio de que los empresarios tienen la obligación de mostrar una responsabilidad social. Ésta se manifiesta en el deber primordial de velar por el bienestar de sus trabajadores pero también en el de promover una mejoría en la situación de quienes menos tienen.
En estos últimos días he tenido a este hombre y empresario ejemplar mucho tiempo en la mente. No lo he visto, pero mi corazón ha estado constantemente con él. La semana pasada le ocurrió la peor e innatural tragedia que le pueda suceder a una persona: la muerte de un hijo, de Juan Sánchez Navarro Suárez. Es verdad que este hijo era ya una persona madura, pero ello no puede eliminar el sufrimiento enorme que surge de la violación del orden natural de las cosas: de la muerte de un hijo antes del fallecimiento del padre. El hecho de que el fallecimiento de Juan Sánchez Navarro Suárez haya ocurrido de manera violenta, en un homicidio cuyas circunstancias parecen una broma cruel y amarga, no hace más que agravar el pesar que debe sentir el padre.
Sé que don Juan Sánchez Navarro tiene la entereza para salir adelante de ésta y de cualquier otra tragedia. Pero quizá todos podamos ayudarle si le entregamos solidarios la calidez de nuestros mejores sentimientos.
Estancados
La economía mexicana apenas creció en 0.9 por ciento en el 2002: mucho menos que el 1.5 por ciento que se previó oficialmente en un principio. Quizá este hecho, dramático para quienes buscan empleo o quieren escapar a la pobreza, convenza finalmente a nuestros políticos de la necesidad de llevar a cabo las reformas estructurales en el sistema fiscal y en la electricidad que promoverían una mayor inversión y llevarían a una mayor expansión del país.