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La crema de sus elotes.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Cuando los tecnócratas y los empresarios se pusieron de acuerdo para sacar a los políticos del poder, quizás ignoraban que crearían un riesgo de inestabilidad pública. Por la naturaleza de su objetivo principal, el lucro, unos y otros se lucen al tomar decisiones administrativas con soslayo de los fenómenos ideológicos, políticos y humanos que son esencia en todas las sociedades.

Pero los políticos no estaban, entonces, muy acreditados. Tanto Echeverría como López Portillo habían mostrado características de superficialidad e irresponsabilidad en el ejercicio de las funciones públicas: creían que con la designación de la presidencia venían calidades de lucidez, conocimiento enciclopédico y sensatez para el Gobierno. Éstos y los gobernantes de la alianza tecnocrática-empresarial, tienen al país en severas condiciones de crisis.

El actual Gobierno mexicano devino mixtificado engendro de empresarios y “yupies” que ha fracasado para solucionar la crítica situación política, económica y social, otrora instalada en el país por obra y desgracia del neoliberalismo salinista y por la irreflexiva decisión ciudadana de elegir como presidente a un vendedor de agua fresca, a quien hoy se le señala como corresponsable del desgarriate nacional.

Un ejemplo de esta mezcla es el fracaso evidente en la Secretaría de Economía. Su actual titular, Fernando Canales Clariond, es un afortunado hombre de negocios, como hay tantos en la ciudad más industrializada del norte mexicano. Exitoso en las empresas pero apenas diletante de la política, fue electo gobernador de Nuevo León en la inercia del movimiento antipriista de hace seis años y al poco tiempo demostró su incompetencia, mas el presidente Fox no lo cesó, sólo lo invitó al gabinete económico en el esfuerzo inútil de salvar la siguiente elección estatal, recién ganada por el PRI y precisamente por el mismo candidato ­­José Natividad González Parás­­ a quien Canales había derrotado.

Error tras error, el nuevo Secretario de Economía muestra poca atingencia en sus juicios y poca puntería en sus alegatos internacionales de comercio. Sus declaraciones sobre la competencia comercial de China, hacen por poco que el Gobierno de ese país nos declare una guerra atómica. Apenas la semana pasada simplificó tanto sus conceptos sobre el desempleo que hoy sufrimos, que nos resultaría difícil encontrar un calificativo adecuado para el discurso de consolación que dirigió a más de un millón de obreros y empleados mexicanos despedidos de su trabajo durante la actual administración federal.

Sus aupadas palabras no fueron dirigidas al empresariado mexicano o a los inversionistas extranjeros y menos tenían por objeto invitar a los dueños del dinero a crear las plazas laborales que México requiere, luego de tantos años de encogimiento económico. Al contrario, resultaron una perorata compasiva, digna de San Francisco de Asís, por su entusiasmo, comprensión y solidaridad para derramar todo género de quita pesares sobre las humilladas espaldas de los trabajadores sin trabajo, a los cuales convocó a sacar el coraje y echarse “pa´lante” como los toreros sacudidos y arrastrados en la arena por los bureles. He aquí un párrafo de este nuevo Libro de las Consolaciones:

“Quedar desempleado no es motivo de pena ni para sentirse fracasado, sino (ocasión) de sacar el espíritu para buscar una nueva oportunidad (¿dónde señor Canales?) o abrir un negocio (¿con qué, señor secretario?) Que a nadie nos dé pena, como se dice coloquialmente, esto sucede en las mejores familias que después de 20 años de trabajo nuestro jefe nos notifique que nuestro puesto ya no se requiere y hay que presentar nuestra renuncia”.

No creemos que dentro de la estirpe ascendente, descendente o colateral del señor titular de la cartera de Economía se haya presentado el caso de un cese laboral para uno de sus miembros; mas si aconteció, podremos suponer que el cesante no habrá sufrido, lo que hoy sufre cualquier trabajador desempleado, para encontrar una nueva colocación. Dijo don Fernando que el desempleo pasa hasta en las mejores familias. La expresión “mejores familias” se aplica, seguramente, para designar a los clanes acomodados, aunque también existan en las abandonadas, pero muy dignas colonias proletarias.

“Que a nadie nos dé pena, como se dice coloquialmente”, dijo el señor Secretario Canales... ¿pero cómo no les va a dar pena a los empleados y obreros de las empresas llegar a su casa, ante su familia, para llevarles la noticia de que no tendrán ingresos quién sabe por cuánto tiempo? Y sí, se apenan, pero de vergüenza porque el Gobierno que eligieron no hace nada para protegerlos, cuando podría crear un programa emergente de obras públicas con parte de los más de 50 mil millones de dólares que hay en la reserva monetaria. Eso sí, piensan gastarlos para rescatar las deuda del IPAB, con cuatro bancos propiedad de extranjeros y nacionales; o para seguir pagando los altos costos económicos de la democracia y aún para sostener por tres años más a 200 inútiles diputados y 64 poltrones senadores designados por el sistema de representación proporcional. Y aún dice el señor Canales: “...que nuestro jefe nos notifique que nuestro puesto ya no se requiere y hay que presentar nuestra renuncia”. Eso significa que desconoce la legislación laboral mexicana. Cuando se despide a un trabajador se le indemniza conforme a su salario, posición y años de servicio; un peso tras otro; pero si el potencial despedido acepta, por ignorancia, presentar su renuncia, ésta se considera como retiro voluntario.

El ex gobernador de Nuevo León, casi en su estreno como secretario de Estado, aconsejó a los vendedores ambulantes de elotes que se unan al nuevo empresariado mexicano aguzando la imaginación. Por ejemplo podrían desgranar las mazorcas y agregarles crema para tener más éxito. Lo que hizo don Fernando Canales fue echarle mucha crema a sus tacos. Después de todo, “eso sucede hasta en las mejores familias”, es decir en la crema y nata de la sociedad.

Una cosa es manejar una fábrica o un complejo industrial y otra muy diferente conducir a un país tan lleno de problemas como el nuestro.

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