Torreón, Coah.- En la inmensidad de las tinieblas, José Ángel Gutiérrez, coleccionista de documentos históricos, se dirige hacia el comedor, guiado por el aroma a café con canela y el recuerdo de las imágenes que aún guarda de cada rincón de su hogar, lo espera su paciente madre Doña Estelita, una anciana amorosa que cada día eleva sus oraciones al Señor pidiéndole la conserve llena de salud para seguir siendo el lazarillo del mayor de sus cuatro hijos.
Hace dos años, José Ángel perdió la vista a consecuencia de una fuerte impresión, ya que padece diabetes juvenil, enfermedad derivada de la falta de madurez del páncreas.
Ángel todavía se estremece cuando evoca aquel trágico momento que le cambió de golpe la vida...
“Nunca voy a olvidar el siete de febrero del 2001, mi hermana Blanca, mi mamá y mi hermano Luis, llevaron de urgencia a mi padre al hospital a causa de un infarto, yo me quedé en la casa, tratando de tranquilizarme, aunque era casi imposible permanecer sereno cuando sabía que el viejo podía morir”.
José Ángel sólo podía contemplar el reloj y ver con qué lentitud transcurrían las horas, hasta que dieron las 6:30 de la tarde, escuchó el motor del automóvil, por fin tendría noticias de su padre, ese hombre al que admiraba y respetaba desde niño.
Entraron todos a la casa, sus hermanos se despidieron... “Sólo nos quedamos mi mamá y yo con él, se veía lúcido pero no estable, se levantó de aquel sillón en donde acostumbraba saborear su café de olla y disfrutar de su libro preferido por las tardes. Entonces se dirigió al baño y me dijo -me siento mal-, le pidió a mi madre la mitad de un limón”. José Ángel dice que ese malestar muchas veces se confunde con un dolor estomacal, pero desgraciadamente no era algo tan sencillo como eso.
“Al cuarto para las siete él murió en mis brazos...”.
José Ángel no puede evitar que una amarga lágrima se deslice hasta sus labios, se seca el rostro y continúa... “Poco a poco empecé a perder la vista, es como si observaras todo a través de un tubo, cada vez más borroso, cada vez con mayor dificultad...”, hasta que todo se perdió en la oscuridad.
Pero esa no fue la primera vez que la diabetes hizo de las suyas en el cuerpo de José Ángel.
En 1998 sufrió una gangrena en el pie izquierdo, había que operarlo, un pariente cercano les habló muy bien del doctor Ignacio Coronel (quien murió hace algunos años), les dijo que era una eminencia, experto en rescatar a personas como José Ángel, pero que el único inconveniente era que tendrían que viajar al D.F.
La familia no dudó y lo trasladaron enseguida a la capital. Al llegar ahí les informaron que el paciente debía ser internado de inmediato y así fue, pero nunca imaginaron que transcurriría un año, un año de retos y sacrificios para los Gutiérrez.
Se vieron en la necesidad de vender su casa en Torreón, esa gran construcción de la colonia Los Ángeles, aquélla con amplios jardines y enormes ventanales por donde se asomaba el calientito sol en épocas de invierno, en la que él, Blanca, Araceli y Luis, vivieron su niñez y su adolescencia, hasta que cada uno emigró en la búsqueda de forjar su propio destino.
El dinero sólo les alcanzó para pagar las costosas medicinas y consultas y para costear sus alimentos, sobre todo los de Doña Estelita, porque José Ángel tenía que conformarse con la racionada comida de hospital.
Por el hospedaje ni se preocupaban, Estelita vivía ahí mismo por dos razones: una, no tenía para pagar un alquiler y la otra, prefería permanecer el mayor tiempo posible al lado de su hijo para apoyarlo y darle por lo menos ánimos de seguir luchando por su vida; así que no le importaba dormir algunas noches en el piso del frío hospital.
“Fue un tiempo muy difícil, le agradezco a Dios que mi familia siempre estuvo conmigo y que tengo un umbral de dolor muy alto, de no haber sido así no hubiera soportado ese primitivo tratamiento en el que diariamente me arrancaban la piel a pedazos y sin anestesia, nada más me quedaban los puros tendones, por lo menos yo lo soportaba, porque había otros pacientes a los que les hacían lo mismo pero que no cesaban de gritar. Una vez recuperado regresamos a Torreón, anduve en silla de ruedas, después en muletas, en bastón y ahora hasta bailo”, dice riéndose.
A pesar de todo José Ángel es un hombre bromista y muy optimista, en abril cumplió 50 años de edad pero en el fondo es un niño que divierte a todo aquel que se le acerca. Para entretener a los niños de su colonia tiene un personaje que él mismo ha creado, es un “Ratón Granjero” al que llama con cariño Teófilo, a ese ratón, dice José Ángel, le gusta vivir en la granja porque ahí el smog no lo alcanza.
Actualmente Doña Estelita y su hijo viven en la casa que Blanca les regaló. “Gracias a Dios y a mi hermana no tengo que pedir limosna para que podamos comer mi madre y yo”, detalla José Ángel.
Él afirma que su vida nunca ha sido vana, está aprendiendo el sistema Braille, el cual piensa transmitir a otros invidentes.
Es un apasionado de la vida y obra de Francisco Villa, Emiliano Zapata, Francisco I. Madero y Venustiano Carranza; y le narra estas historias a sus vecinos de cuarto, quinto y sexto grado de primaria que afanosamente lo visitan por las tardes, para que también les ayude con sus tareas.
Tiene el proyecto de realizar un programa de radio dirigido a invidentes, hecho por personas con esta misma discapacidad.
Además de la elaboración de un álbum para el público infantil, conformado por cinco paquetes: histórico, turístico, cultural, deportivo y social. Consiste en la recopilación de fotografías y estampas alusivas a la historia que se quiera narrar, acompañado de video y audiocasete. Esto requiere un productor y un patrocinador, para hacerlo masivo, después llevarlo a los distintos estados del país. Se está preparando también para ser pastor de la religión cristiana.
“No he perdido el ánimo de estar vivo y de seguir conociendo a tanta gente noble como la que me rodea, esto –la ceguera- es irreversible y tienes que sacar fuerzas de donde sea, yo en lo personal me apoyo en Jesucristo”, dice entusiasmado.
La oración es al espíritu de José Ángel como el alimento al organismo antes de comenzar un nuevo día. Y concluye: “El corazón humano no tiene la capacidad de dar el amor que tú necesitas para ser feliz, porque un carente busca a otro carente y un frágil se apoya en otro frágil con el deseo de que ambos se den aquello que no tienen. Por eso, si nadie te pudo dar el amor que tú esperabas, es porque nadie puede dar aquello que no tiene. En cambio Jesús siempre va a estar contigo”.