(AP).-Los sociólogos que han estudiado este fenómeno llamado suicidio declaran que se produce con una enorme frecuencia en Escandinavia y en el Japón. No siempre lo cometen personas atacadas por un mal incurable. Los suicidas son en su gran mayoría jóvenes que sufrieron un desengaño amoroso o que, por tenerlo todo, se cansaron de la vida. Y por ningún motivo imaginan los discípulos de Durkheim -estudioso número uno de este tema- que también los animales pueden atentar, en ocasiones, contra su vida.
Entre los animales que más incurren en el suicidio colectivo se encuentran las ballenas. No se sabe si lo hacen movidas por un oscuro mecanismo que se desconoce, o por temor a un enemigo desconocido, pero han sido numerosas las ocasiones en que estos cetáceos han puesto voluntariamente fin a su vida. El 14 de agosto de 1969, cientos de personas contemplaron desde el acantilado de Cayo Grassy, en Florida, el suicidio de unas sesenta ballenas que llegaron a estrellarse contra las rocas. Unos barcos guardacostas intentaron ahuyentarlas hacia alta mar, pero las ballenas regresaban al instante, movidas por un deseo más fuerte que el de vivir.
Cuatro meses más tarde sucedía lo mismo con cien ballenas, en la playa de la isla de Guyo, en Filipinas. En el mismo lugar se había producido cuarenta años antes el mismo inexplicable fenómeno. En las inmediaciones de Porto Alegre, Brasil, unos pescadores hallaron el 30 de noviembre de 1972, unos doscientos kilómetros mar adentro a treinta ballenas muertas, ninguna de las cuales tenía huellas de lesiones. Jamás logró averiguarse por qué razón se suicidaron estas ballenas y también otras.
En el verano de 1966, los asnos de Sharbish, población situada en la región occidental del delta del río Nilo, fueron a golpear la cabeza con fuerza contra un pesado muro. Murieron varios, con la cabeza destrozada.
De tal manera que los animales también "optan" por quitarse la vida.