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López Obrador: Quijote con mancha

Elmer Ancona

Los perredistas se envalentonan, no quieren nada a medias.

Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno del Distrito Federal, asegura que su lucha contra el desafuero es una cuestión de libertades, de dignidad, de patriotismo. Hoy se siente El Quijote de la Mancha y lanza una advertencia: vale la pena arriesgarlo todo por 2006, año de elecciones.

Y el nuevo “Quijote” se lanza contra los molinos de viento que pretenden detener su marcha hacia la Presidencia de la República, que quieren echar a la basura su ideario político y lo que él llama “proyecto de nación”. Pero la mancha que lleva encima es demasiado grande y sucia. Apesta. Harto trabajo le costará lavar su fama.

Y no es para menos. Tantos escándalos lo han vulnerado, lo han debilitado, lo han desacreditado ante la sociedad. Sus enemigos políticos se han encargado de eso y lo hicieron a la perfección.

Complot o no, la estrategia de guerra de sus adversarios ha funcionado. Hoy le tiemblan las piernas y la voz al famoso “Peje”.

Hoy no grita tan fuerte como antaño. Quizá Andrés Manuel sea un hombre honorable, intachable, recto y humano. A lo mejor es un excelente padre de familia. Puede que hasta sea un extraordinario ciudadano y pague sus impuestos puntualmente como cualquier hijo de vecino. Pero no basta.

Como político va hacia el fracaso. Sus propios amigos y correligionarios se han encargado de llevarlo al atolladero. El Partido de la Revolución Democrática (PRD), que lo colocó en la cima del poder y ahora pretende defenderlo a capa y espada, fue el responsable de debilitarlo. Y cómo no. Y además advierte que si no es “El Peje” no será nadie. Miedo.

Cuauhtémoc Cárdenas no hizo absolutamente nada por el Distrito Federal en los escasos dos años que estuvo al frente del Gobierno.

Prefirió lanzarse por la Presidencia de la República y no terminar su gestión como administrador de la complicadísima ciudad capital.

Lo mismo sucedió con Rosario Robles. Prefirió involucrarse en una relación amorosa y por demás desgarradora que le costó la salida del propio PRD. Tremenda mancha se puso en su vestimenta política al colmar de dádivas a quien la colmó de pasión. Su vida personal y sentimental nos interesa un verdadero comino, pero su vida como funcionaria pública hirió directamente a la ciudadanía.

Y qué decir de Gustavo Ponce Meléndez, el secretario de Finanzas de López Obrador, quien se gastó el dinero de la sociedad en juegos de azar. Se dio vida de rey en Las Vegas, incrementó su riqueza personal de manera enloquecida mientras miles de habitantes de la Ciudad de México no tienen ni en qué caerse muertos. Él mismo lo dijo tras las rejas: Andrés Manuel lo sabía todo.

René Bejarano y sus famosas ligas; Octavio Flores Millán y su colección de autos y motos de lujo; Carlos Imaz y sus colectas para las campañas proselitistas. Todos ellos, emanados del PRD, contribuyeron en una forma u otra a descomponer la imagen de su principal candidato a la Presidencia de la República. Le apestaron el camino y están a punto de frenarle su vida como funcionario público.

Que no se quejen

Hoy el político tabasqueño, quien pretende gobernar a los más de cien millones de mexicanos, convoca a todos a defender sus postulados políticos, a luchar por su candidatura presidencial, a marchar por calles y avenidas para detener la intentona política de desaforarlo.

Pero parece marchar sobre el lomo de un caballo flaco y débil, cansado de tantas andadas. Este nuevo “Rocinante” no es más que su partido, el PRD, que va demasiado lento en su caminar político, que apenas puede tomar aliento para dar el siguiente paso y conducir a su “Quijote” con su amada (pretensión), el sueño de toda su vida.

Tiene razón Andrés Manuel al decir que cuando se defiende la libertad y la dignidad se puede arriesgar cualquier cosa, y mucho más al expresar que este país no es de un solo hombre. Algo temerarias sus declaraciones, pero alejadas de toda realidad, principalmente cuando se refiere a aquello de la “dignidad”.

Por la dignidad y la voluntad del pueblo a las que se refiere era preciso, indispensable, saludable, meter a la cárcel a toda su banda de defraudadores, de arribistas, de ambiciosos amigos. Y no lo hizo. Los dejó escapar, los cobijó y hasta los defendió alegando que todo eso se trató de un complot. Fueron las autoridades federales las encargadas de pescarlos y llevarlos tras las rejas.

Un hombre que no se atreve a actuar con valentía y decoro y que prefiere proteger la ambición de sus amigos a los intereses de la sociedad, no se merece ocupar posiciones políticas. Y mucho menos llegar a la posición de poder más importante del país: Los Pinos. En ese espacio deben estar los mejores, los más honrados, los más capaces. Quien tenga un profundo amor por su país y por su gente.

Por eso no le queda a López Obrador parodiar a El Quijote de la Mancha, no le queda sacar sus frases libertarias para convocar a marchas y protestas en defensa de la dignidad. Que arriesgue lo que quiera, que engañe a quien se deje, pero que no abuse del sentimiento de este noble pueblo.

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