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Mi credo personal

Patricio de la Fuente

A mi familia entera. A todos los inolvidables amigos que siempre están a pesar de todo.

Dicen por ahí que el editorialista jamás debe ser autobiográfico pues se expone de mil maneras a ser atacado, a que lo malinterpreten, lo eleven a las alturas o permitan caiga estrepitosamente. No coincido con lo anterior; al escribir reflejamos quizá inevitablemente todo lo que somos y sentimos, dejamos ver la materia de la que estamos compuestos, en fin, todo nuestro ser se torna vulnerable, está al rojo vivo. ¿Pero qué importa finalmente? ¿Acaso escribir no es un símil de la vida misma; es decir, batallas constantes, cuestas hacia arriba, olas embravecidas, molinos de viento, seres extraordinarios, hienas por doquier? ¡Claro que sí!

Hoy he decidido confesarme para todos: hacia el que me conoce estas líneas para que me conozca mejor; hacia el que nada sabe de mí el deseo de que sepa un poquito más; para el que en su corazón guarda odio y rencor por alguna palabra expresada las ganas o súplica de ser perdonado; para quienes me admiran caigan en la cuenta de que no soy grandioso a mis veintisiete años pues la grandeza sólo se adquiere con el implacable paso de los años. Hago este ejercicio como esfuerzo catártico para purificarme, además creo que los lectores merecen honestidad.

Por ello digo que:

Creo en la familia por sobre todas las cosas, con sus defectos y virtudes. Hay que luchar por que permanezca sólida y fuerte a pesar de los vendavales. Al final del camino nuestra descendencia será la única huella de lo que algún día nosotros fuimos.

Creo en que un día sin hacer un amigo es un día perdido, por ello por la amistad doy todo y la he convertido en una religión, sin embargo los verdaderos compañeros de mil batallas se cuentan con los dedos de las manos. Debemos caer en la cuenta de que a lo largo del sendero muchos se irán. Dejémoslos volar.

Creo en Dios como ser lleno de luz y fuerza, como alguien que se ríe de nuestros pecados y toma con cierta gracia nuestros tropiezos. En las horas bajas acudo a él, le agradezco nunca haberme desamparado a pesar de haber podido ser una decepción en ciertos momentos.

Creo en el trabajo como inspiración. En el periodismo escrito encontré mi refugio, un entorno privilegiado del que nunca quisiera salir. La pluma debe ser utilizada para construir, para moldear conciencias, ante todo para defender lo indefendible y tenderle la mano a aquellos que por avatares incomprensibles carecen de voz para gritar.

Creo en la sencillez no como valor sino como ejercicio diario. A veces la pierdo pero siempre estaré en busca de ella. Cuando la gente muere se suelen rememorar muchas cosas. He enterrado ya a muchos y lo primero que salta a la vista, la frase que suele definir a quienes lograron algo, reza: “Ante todo fue un hombre sencillo”.

Creo en México hondamente pero me duele verlo tan disperso, poco unido, carente de esperanza y sediento de justicia. Nunca perderé la fe: los mexicanos somos capaces de salir adelante, de hacer milagros; únicamente falta la unión.

Creo en la sabiduría que emana de los adultos mayores. Platicar con ellos es, fue y será una delicia que siembra en este columnista una pequeña huella.

Creo en confrontarse y verse al espejo de cuerpo completo, estar en cuestionamiento todos los días y a todas horas. Quien piensa, sufre, pues le surgen más dudas pero también termina por salir el Sol y se descubren paraísos nunca vistos. Es responsabilidad personal nunca dejar de pensar.

Creo en mi generación. Tristemente nos falta algo de impulso. ¿Dónde quedaron las banderas y arquetipos a perseguir? Cualquier joven que afirme que nada se puede hacer por cambiar al mundo sencillamente vive en el error. Sólo se deja de ser joven cuando se pierden los ideales.

Creo en La Laguna como tierra mística donde cualquier esfuerzo, por más grande que sea, se puede hacer realidad. Creo en los laguneros a ciegas: son gente buena, amable, sencilla y cálida que tiene la virtud de llamarle al pan pan y al vino vino.

Creo en el que se cae y vuelve a levantarse.

Rechazo la injusticia, aborrezco la mentira y los excesos que a nada llevan.

Creo en el perdón hacia los demás y también hacia nosotros mismos. El juez más implacable suele estar dentro de uno: no seamos tan mezquinos al juzgarnos y tengamos un poco más de sentido del humor.

Creo en la risa como fuerza para salir avante.

Creo en la responsabilidad social, en el tener conciencia cívica. Siempre estamos mirando hacia arriba. ¿Y los de abajo dónde quedan? ¿Por qué no tenderles la mano, por qué no recordar que algún día alguien nos la tendió a nosotros?

Creo en la lealtad, el agradecimiento, en saber de dónde venimos y quién nos impulsó para llegar a conquistar nuestros sueños.

Creo en la riqueza. Si se acumula es importante compartirla, no ser mezquinos ni avaros pues nada más triste que ser el muerto más rico del panteón.

Creo que la vida vale vivirse hasta el final. Para mí es una comedia llena de actores que entran y salen de escena; nosotros tenemos el rol principal. No decepcionemos a la audiencia; que cuando caiga el telón y se apaguen las luces los espectadores, los que nos conocieron, se vayan tranquilos pensando que nuestra obra fue provechosa.

Creo en el bien y el mal como balanza. Creo que somos arquitectos de nuestro propio destino: no hay casualidades sino causalidades.

Creo en el feminismo, en el valor de una mujer como igual. Quien las denigra sólo demuestra su pobreza de criterio y cerrazón.

Creo que las cosas más fantásticas de la vida no cuestan. Un atardecer acompañado de buenos amigos, de un buen vino y una buena música son instantes que no se compran ni con todo el oro del mundo.

Creo en la soledad escogida. El hombre debe encontrar momentos para estar solo; él y su mundo, él y sus demonios, él y sus quimeras.

Creo en el infierno: está aquí en la tierra. También creo en la gloria: también está aquí, frente a nosotros.

Creo en dejar atrás complicaciones absurdas y mirar nuestro alrededor desde una óptica clara, todo en su justa proporción.

No creo en los que no creen: para mí son muertos en vida.

Que al fin y al cabo, como decía Tagore: ¿Qué sería de nosotros sin la esperanza?

Así soy, en eso creo. Puedo estar equivocado, vivir en el error, pero al final fui, soy y seguiré siendo un creyente hasta el final de mis días.

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