Washington, (EFE).- Las personas que "no se pueden quedar quietas" pueden tener en su mano la clave de la delgadez ya que, según un estudio de la revista "Science", los pequeños movimientos constantes pueden marcar la diferencia entre ser gordo o flaco.
Cualquier movimiento, al parecer, vale para quemar las calorías de más alojadas en el cuerpo: caminar a la parada de autobús, ponerse de pie a estirar los músculos y hasta saltar del sillón para cambiar de canal en vez de recurrir al control remoto.
Los constantes movimientos que realizan los delgados, por muy pequeños o efímeros que sean, les ayudan a quemar alrededor de 350 calorías adicionales al día, según el estudio divulgado.
Esto tiene un valor matemático de consideración porque, al cabo del año, el monto total de calorías gastadas podría equivaler a entre 4,5 y 13 kilos de peso.
Se trata del estudio más detallado hasta la fecha sobre el efecto que tienen en el cuerpo humano los movimientos más mundanos y que normalmente pasan desapercibidos.
Su conclusión puede servir de consuelo para quienes no pueden o no tienen la voluntad ni el tiempo para someterse a un riguroso régimen de ejercicios, como recomiendan los médicos.
Según los investigadores, los obesos son más propensos a la inactividad, ya que tienden a pasar al menos dos horas al días en completa quietud, en tanto que los delgados, como si les hubieran dada una cuerda interminable, "no puede estarse quietos".
Como parte de su investigación, Levine desarrolló un ingenioso sistema con sensores en prendas especiales que llevaban los participantes, diez hombres y diez mujeres, a fin de detectar los movimientos más mínimos.
Los participantes del estudio de la Clínica Mayo, divididos entre gordos y flacos, fueron sometidos a diario a un escrutinio riguroso sobre su dieta y actividad física, cuyos datos fueron analizados por los investigadores.
Levine descubrió que las personas aparentemente "nacen" propensas a ser inquietas o calmadas, lo que podría indicar que los gorditos necesitarían de mayores incentivos para abandonar una vida sedentaria.
Eso resulta difícil en una sociedad de consumo como la de Estados Unidos, en la que se venden o inventan artefactos para minimizar esfuerzos: con la ayuda de un control remoto, prácticamente se pueden programar todo tipo de tareas en la oficina y en el hogar.
Pero Levine asegura que no todo está perdido para quienes perder peso resulta descomunal, aun si existe un infortunio genético o composición especial de la química cerebral que predisponga a las personas a una vida sedentaria.
Es decir, "hay un rayo de esperanza... aunque se requerirá una estrategia de amplio alcance para alterar el ambiente en que vivimos, para retomar la actividad física y adelgazar", comentó Levine.
El estudio reafirma lo que por tanto tiempo han advertido otros investigadores sobre el origen de la epidemia de la obesidad en Estados Unidos: esos lujos y comodidades modernas desalientan la actividad física, en detrimento de la salud.
Como prueba, basta ver el estilo de vida de las familias en los suburbios donde, debido a las distancias, el uso del automóvil es obligatorio para casi todo.
Se calcula que más de dos terceras partes de los adultos estadounidenses padecen de obesidad o sobrepeso, una epidemia que, a parte de provocar una obsesiva cobertura mediática en EEUU, no augura nada bueno para la salud a largo plazo.
La obesidad ha sido vinculada a problemas del corazón, la diabetes y otras enfermedades crónicas, lo que redunda, además, en importantes pérdidas económicas.
Para contrarrestar ese desequilibrio matemático entre lo que se come y lo que se quema, sin exagerar, hay que mover el esqueleto.