Heterogéneo paisaje de escrituras
Un breve repaso a la creación poética del país andino refleja las acentuadas diferencias entre las regiones del altiplano andino, las del llano y las de las ciudades próximas o inmersas en la selva.
Uno de los más elaborados registros del modernismo hispanoamericano de fines del siglo XIX y principios del XX perteneció a un poeta boliviano: Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933). Desde su escritura poética hasta sus reflexiones contenidas en Leyes de la Versificación Castellana (1912) y que tempranamente promoviera el versolibrismo, constituyeron una referencia clave en la época y lo empinaron dentro del selecto circuito continental de los modernistas. Con el paso del tiempo, su figura y su contexto -la producción poética en Bolivia- fueron opacados por las metrópolis y epicentros dominantes en la escena letrada latinoamericana.
Los textos poéticos de Jaimes Freyre nos introducen de inmediato en una impronta que recorre buena parte de la poesía moderna y contemporánea en Bolivia. Una de las características de su poesía es el modo de incorporar referencias míticas del mundo nórdico, ofreciendo una personalísima relectura poética de lo occidental. Esta exploración simbólica, que coincide con búsquedas posteriores -como la de Jorge Luis Borges-, lo encamina a través de rutas sin precedentes en el ámbito lírico de América Latina.
Dentro de esta tradición, es interesante la manera en que una variada gama de poetas bolivianos contemporáneos reconfigura el discurso lírico desde un campo cultural marcado por su heterogeneidad y por ineludibles tensiones históricas. Sin duda que la producción poética en la Bolivia del siglo XX plantea una desgarrada crítica a los poderes neocoloniales y criollos que largamente han marcado el país en el transcurso de su historia. Se debe considerar, en este contexto, que un hito modernizador para la sociedad boliviana recién se experimentaría con la Revolución Nacional de 1952, hecho de cierto impacto simbólico e histórico en la redefinición de la vida cultural y política del país.
Sin embargo, no hay en los discursos poéticos referencias directas a lo que, a primera vista, constituiría la realidad social e histórica; más bien se opta por la constitución de un cifrado mundo simbólico. Así se observa en algunas de las cúspides de lo que podría ser la modernidad poética en Bolivia, como el propio Jaimes Freyre, o los lenguajes de Franz Tamayo u Óscar Cerruto, o la producción menos divulgada pero igualmente elaborada de Gregorio Reynolds, hasta llegar a la extraordinaria figura y obra de Jaime Sáenz.
En un país donde tienen enorme peso las tradiciones orales indígenas y locales, varios de estos poetas complican o median críticamente la relación entre el sujeto que escribe y los escenarios de la modernidad. Así, Reynolds, escribe: ?La oficina, la jaula:/ el pasado, el presente, el porvenir.../ el golpeteo espeluznante/ de la máquina de escribir?. Pero no sólo la modernización del mundo letrado sino que también una cierta figuración del poder político y social parece, de un modo metafórico, ponerse en cuestión. Nada más elocuente al respecto que los versos de Cerruto: ?Me niego./ Me niego a entrar en el coro/ a corear/ al perpetrador con sombrero/ de probidad/ el abogado de la carcoma/ el que dicta las normas/ y sacude/ en la plaza/ el árbol del usufructo?. Otro registro mucho más tempranero en el tiempo es el de Adela Zamudio, que bien puede compararse con una Alfonsina Storni en Argentina o una Gabriela Mistral en Chile. Zamudio, tanto en sus escritos como en su actuar público, desafiaría abiertamente las convenciones de género de su época.
La poesía y la figura de Jaime Sáenz marcarán las letras bolivianas hacia las décadas finales del siglo XX. Su obra constituye una exploración constante en el equívoco e inestable cruce entre el decir (la escritura) y el no decir (el silencio). La noche, el cuerpo, el alcohol y la muerte recorren su siempre interrogativo y paradójico lenguaje. Siempre hay una atmósfera de cadáver en su hermético pero cotidiano universo poético: ?Con un olor vacío,/ con un olor seco y distante./ Con un olor antiguo, inconmensurable, y sin embargo muy próximo?. Sáenz fue editado en Argentina por primera vez en 1996 en una modesta y a estas alturas inhallable edición. Su obra es, sin duda, uno de los notables aportes al panorama poético sudamericano emergido con posterioridad a los 50 y los 60, uniéndose a ese grupo estelar de poetas que conforman Enrique Lihn en Chile, Jorge Eduardo Eielson en Perú y Alejandra Pizarnik en Argentina.
De los 60 en adelante se ha ampliado el ámbito de voces y registros que constituyen la contemporaneidad poética boliviana. Cabría destacar poetas como Pedro Shimose, Jesús Urzagasti, Matilde Casazola y Eduardo Mitre, junto a aportes más recientes como los de Humberto Quino, Jorge Campero o Blanca Wiethüchter. En Urzagasti y Wiethüchter se registra un lenguaje de alta densidad simbólica, entrecruzando afanes metafísicos y culturales en el despliegue de sus imaginarios. Shimose es, en este panorama, quien con más fuerza ha indagado lo político y lo social, en estrecho diálogo con el coloquialismo de la posvanguardia poética latinoamericana. A su vez, Mitre ha desarrollado un pulcro lirismo, incluyendo, en su producción más reciente, la experiencia citadina del sujeto que migra y las interrogantes de una diáspora boliviana que parece haberse masificado en la presente era global. Por otra parte, desde el propio espacio nacional, las hablas urbanas aparecen con ricas variaciones estilísticas entre los poetas contemporáneos. Es el caso de la poesía de Quino, cuya dicción poética abre paso a un discurso de factura híbrida y coloquial.
Asimismo, la complejidad geográfica, étnica y cultural de la sociedad boliviana aparece en varios poetas, de modo implícito o explícito, alegórico, metafórico o referencial. Por ejemplo, las hablas y la cultura ritual de las comunidades originarias de la selva boliviana resuenan poderosamente en la poesía de Jorge Campero: ?Lagartijas y hormigas/ Y estos juguetes de pequeño dios/ dentro de la tapera / retardamos tu viaje/ a nuestros ojos/ Yaguarasu creciendo/ tatuando en su cuerpo/ nuestra noche fría?.
Es evidente que existe una producción poética en Bolivia que vale la pena conocer en su singular diversidad. En Chile, la Antología de la Poesía Boliviana, editada por Mónica Velásquez, constituye un primer paso en su difusión. Los poetas bolivianos han producido sus obras en distintas zonas de un país cruzado por las acentuadas diferencias entre las regiones del altiplano andino, las del llano y las de las ciudades próximas o inmersas en la selva. Esto reviste una serie de efectos sobre el funcionamiento de su sistema literario, en términos sociológicos y simbólicos: la influencia no menor de sus regionalidades. En un notable esfuerzo colectivo, la crítica Alba Paz Soldán y la ya fallecida poeta Blanca Wiethüchter, junto a una serie de críticos bolivianos, han puesto en tela de juicio la noción de una ?literatura boliviana?, en tanto correlato de una narrativa homogénea de nación, proponiendo, en su contrapartida, acudir a la categoría más amplia de ?literatura en Bolivia?. De una u otra manera, los poetas confirman dicha perspectiva, invitándonos a recorrer el también heterogéneo paisaje de sus escrituras, así como sus variados modos de inscripción en los territorios reales e imaginarios de Bolivia.