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La estatura moral de Pedro Infante

Hora cero

Roberto Orozco Melo

Al principiar el decenio cincuenta del Siglo XX este columnista era reportero del vespertino dominical Claridades en la capital de la República; un semanario que como El Redondel, su competencia, se especializaba en cronicar el arte del toreo. El mérito de ambos periódicos era que se vocearan y vendieran a la hora en que los taurófilos salían de ver la corrida en la plaza. Los aficionados compraban ambos periódicos para comparar sus respectivas visiones y fotografías sobre el desempeño de los matadores o novilleros frente a los bureles.

Mi primer trabajo en Claridades fue colgarme del teléfono las tardes de domingo por tres o cuatro horas para mecanografiar la narración de las corridas de toros hechas al dictado por un conocedor que, paso a paso, desde el callejón del coso. Tocaba a quien lo recibía al otro lado de la línea armar el texto con las partes de la oración que fuera necesario agregar para hacerla inteligible. Luego don Octavio Alba, Jefe de Redacción, la adosaba con gracia andaluza y la enviaba a los linotipos. Todo era contrarreloj.

De esa talacha pasé a reportear sucesos y chismes en los teatros de revista. Tenía que estar a diario, menos los domingos, en el Margo, en el Follies, en el Lírico, en el Tívoli y en el Abreu, si era temporada de zarzuelas y operetas. En estas andanzas conocí y traté al popular Pedro Infante cuya muerte acaeció en Mérida, Yucatán, un día como el de mañana hace cincuenta años; con frecuencia conversábamos en su camerino del teatro (¿Lírico o Follies?) cuando cubrió una larga temporada, mano a mano con el otro grande de la canción: Jorge Negrete. Los empresarios, señores Zavala y Hernández, tuvieron la habilidad de reunir en el escenario a estos dos gigantes de la canción mexicana, acompañados por el extraordinario mariachi Vargas de Tecatitlán.

Por esos años Pedro Infante vino a cantar a Torreón. No recuerdo la fecha, pero evoco con nostalgia algunos detalles surgidos alrededor de su exitosa presentación en la Plaza de Toros. Una de tantas veces en que lo visité en su camerino me anunció: “Voy a tu tierra tal día, ¿Torreón está cerca de Parras?” Claro, le contesté: a hora y media por carretera. Yo estaré mañana en Parras. “¿Por qué no vas a mi presentación?” me retó. ¡Voy! –repuse— si encuentro boletos. Ya deben estar agotados, allá tienes mucha raza. Se rió, satisfecho, y me preguntó: “¿Dónde te localizan en Parras?” ¡Domicilio conocido! Le dije en broma. “Bueno, pues ái te localizará ‘El Gordo’. Y allá nos vemos”.

Al día siguiente viajé a Parras, siempre venía con cualquier pretexto. En la terminal de Transportes del Norte en Saltillo compré El Siglo de Torreón y leí la noticia: “Pedro Infante y Sarita Montiel en la plaza de Toros”. Me acordé de la invitación del cantante, pero rechacé la posibilidad. “Qué se va a acordar”, dije para mi dentro. Me dormí un rato y llegamos a Paila donde alguien me dio “raid” hasta el pueblo. Cuando llegué a la casa me recibió mi tía Concha con un envoltorio para mí. “Muchacho de porra, te ha estado buscando un señor Jaik, de Torreón y te mandó este sobre por autobús”. Eran dos pases para el espectáculo de Pedro Infante, al día siguiente.

Mira, dije. No se le olvidó.

Y al día siguiente abordé a las 7:00 horas el autobús Parras—Torreón. “El Gordo” era Abraham Jaik, hijo de don Jorge o de don Pedro, ambos amigos de mi padre. Era empresario de espectáculos y amigo de Pedro Infante, al que hospedó en dos hoteles: uno en el Centro, donde no se quedaría y otro en el Oriente de la ciudad, donde sí. En éste me había reservado una habitación. Pedro Infante y sus acompañantes llegaron en avión. Lo iban a conducir en una troca, pero cuando el cantante se enteró que había una multitud de personas haciendo valla en las vialidades que comunicaban al aeropuerto con el Centro de la ciudad, atentamente solicitó a un par de motorizados de Tránsito Municipal que le prestaran sus motocicletas para saludar más de cerca a la gente que lo esperaba: una para que la condujera él y la otra para el indio Velásquez, su ayudante. Ambos entraron a Torreón ante más gente de la que juntó Pancho Villa en 1913 y en 1916. Había miles de laguneros que le brindaron una carretada de aplausos, vítores, confeti y cariño; más tarde serían refrendados en la Plaza de Toros.

Mañana, domingo 15 de abril, se cumplen cincuenta años de su muerte. Circunstancial conocido de Pedro Infante Cruz no puedo alardear de haberlo conocido a fondo, salvo por una anécdota que refleja su grandeza de alma:

Un día se lamentaban los señores Zavala y Hernández que las entradas habían caído y ellos no recuperaban su inversión en la contratación de Pedro Infante y Jorge Negrete. Otro reportero propuso una idea a los empresarios: “¿Por qué no arreglan un disgusto entre los cantantes? Lo hacemos público y se le llena el teatro”. Aquellos señores lo pensaron y le dijeron al colega: “Trátalo tú con Pedro y Jorge: te llevas una ‘lana’; ‘O.K.’; más tarde les digo” y dirigiéndose a mí, advirtió muy seriamente: “Conste que la patente es mía, tú no llevas nada en esto”. NI quiero, le contesté...

Al día siguiente vi otra vez en el foyer al colega. ¿Qué pasó, cómo salió lo del pleito?.. “De la tiznada –dijo— Jorge Negrete respondió que como quisiera Pedro y Pedro Infante rechazó la idea: ni jugando era capaz de faltarle el respeto al señor Jorge Negrete. Que lo admiraba mucho como persona y como cantante, pero lo quería más como a un hermano”... De esa estatura moral era Pedro Infante...

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