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La identidad docente, un valor en extinción

Rolando Cruz

Al reflexionar sobre la situación actual de la educación y la imperiosa necesidad de hacerla más eficiente y de mayor calidad, no podemos dejar de lado el tema del Maestro y su reconocimiento como uno de los principales agentes del cambio. Lo preocupante es que la identidad del profesorado se está perdiendo en la vorágine del trabajo cotidiano, en las prisas por cubrir el programa, en las presiones burocráticas para el llenado de formatos, en los exámenes y su laboriosa revisión, en la elaboración de materiales didácticos, etc.

Aunado a lo anterior nos encontramos con la irrupción, en el sistema educativo (especialmente de secundaria hasta educación superior), de un sinfín de profesionistas de las más diversas disciplinas dedicados a la docencia, sobre todo con la triste perspectiva de que “dan clases” porque no hay de otra o porque están a la espera de una mejor oportunidad laboral. Es por ello que me atrevo a asegurar que bajo estas consideraciones, se está perdiendo la identidad docente.

Los verdaderos avances en educación; en la calidad y la excelencia de los procesos educativos, no se generan como consecuencia de grandes cambios estructurales o funcionales, se generan más en lo esencial; en los cambios personales. La calidad educativa depende esencialmente de la “calidad del ser”; especialmente de quienes se comprometen con la educación. Los procesos de calidad los hacen personas de calidad.

Estos avances incluyen a los directivos y a las autoridades, a los padres de familia y desde luego también a los educandos, Sin embargo, el maestro es la piedra angular, es causa ejemplar y modelo, es el eje conductor, junto a los padres de familia, de guiar al más pleno desarrollo humano. Aunque, hay que reconocer que es el responsable de los resultados (buenos o malos) que se generan en dichos procesos formativos.

Ni las corrientes modernistas, han podido anular la importancia del maestro, pues el binomio educador-educando son condición sin la cual no puede generarse la acción educativa. Ni la tecnología, ni las metodologías, ni las ideologías educativas, pueden sustituir al maestro en su quehacer educativo. Me atrevo a aseverar que ninguna máquina, ninguna tecnología por avanzada que sea, podrá sustituirnos como profesores.

Su papel es y seguirá siendo relevante, especialmente en la formación de los alumnos, en el desarrollo de su inteligencia, sensibilidad, autonomía, solidaridad y en lo humano y no sólo en el manejo de la información, de los contenidos y de los temas escolares.

Si bien las tareas del maestro por los avances científicos, tecnológicos y sociales, se están transformando y deben innovarse, la misión del educador es esencial en el éxito de la tarea de “educar” en su sentido más amplio.

Ciertamente el alumno es el centro y el protagonista de la formación, es el propio alumno quien realiza la dinámica de apropiarse y hacer suyo el conocimiento, del hacer y de la virtud aprendida, pero es innegable, que sin la ayuda, cálida guía y compañía del maestro, la educación no puede consolidarse.

“Aún en los modelos educativos a distancia, virtuales, o abiertos; por mejores sistemas y métodos pedagógicos que se planteen, el uso y apoyo tecnológico falla, si los maestros que se implican en su manejo y uso, no actúan en coherencia con lo que como maestros se les exige y se les requiere”. (Leticia García de Pejenaute. UPAEP, 2001).

En estos sistemas el maestro debe estar mejor preparado, para que a través de su capacidad y competencia pueda hacerse presente, accesible y más cercano al alumno, de manera que pueda hacer efectiva la relación de autoridad-amistad, con su alumno.

Utilizamos el término “educando”, desde el momento en que es el propio individuo quien realiza la tarea de aprender, de esforzarse, de tener un autodominio y autodisciplina, que los lleva a generar procesos eficientes de aprendizaje. Es además una tarea continua que no termina, que no se resuelve con grados o títulos, que es permanente y que es un proceso que se da en distintos ámbitos y momentos de la vida, no sólo en las escuelas o instituciones educativas. Esto es fundamental para el educando, pero reconozcamos que la acción del maestro es insoslayable e insustituible.

Para rediseñar un perfil docente o responder a las necesidades del maestro de nuestro tiempo, en una visión prospectiva para el nuevo milenio, debemos partir de reconocerlo, pasar de lo que tradicionalmente se ha considerado del maestro, un simple ejecutor de un programa prediseñado sin su opinión, analizar las tendencias e innovaciones y los requerimientos de éste en la educación actual.

Existe un desconocimiento de lo que significa “Ser Maestro” y un deterioro de la comprensión de la trascendencia que tiene su misión cultural; ésta le hace incluso estar muy por encima de otras relevantes profesiones. Son los maestros los que ayudan a formar ciudadanos, padres de familia, científicos, políticos, artistas, técnicos, etc. Son, por lo tanto, un eje esencial en la vida familiar y social de un país.

Se le llama MAESTRO, a quien realiza algo del modo más perfecto. Es el más alto título que puede dársele a quien se dedica a la ardua tarea de educar. Sus funciones exigen de algo más elevado y sublime que lo que se puede comunicar simplemente con proporcionar el mero conocimiento.

Sólo es Maestro, quien logra establecer relaciones de identidad e intimidad fraterna entre su propia persona y la del alumno. Nos referimos a la entrega personal de ser y aprender con el otro, de acompañarle en su tarea de irse construyendo y perfeccionando.

Maestro es el que guía hacia la verdad, al bien, a la belleza y al conocimiento, que se refleja en las acciones bien hechas del alumno.

Sólo el que tiene algo importante y superior qué dar, puede educar, nadie da lo que no tiene, nadie enseña, lo que no sabe.

Sin embargo, hay muchos maestros de profesión (o dedicación), que no tienen este sentido explícito de su misión educadora, porque no tienen una identidad propia, una identidad docente que les permita trascender. Hay otros que la van perdiendo por muy diversas causas: por estar comisionados en labores administrativas o sindicales, por estar inmersos en asuntos de política (partidista o no), por tener otras “chambas” tal vez más importantes y muchos otros etcéteras.

El verdadero maestro actúa más en relación a su propio interior como persona y en el interior o más íntimo del educando, con ello logra una “impronta” (como un seguir al maestro, a su ejemplo) en la vida del alumno. Esto no puede hacerlo sino a través de contagiar y conquistar al educando, por su propio dinamismo interior, que lo invita a dejarse guiar, a imitarle y a seguir superándose.

Es así como se da la “libre adhesión del educando” hacia su maestro. Es el alumno quien le permite al maestro el privilegio de tener un acercamiento a su intimidad personal, lo cual se logra, haciendo posible una relación de autoridad-amistad, sólo al verdadero maestro le permitimos entrar a nuestra vida personal, para ir hacia la realización del bien, la verdad y la belleza.

Existe en esta relación, una base firme en la autoridad del maestro, pues se reconoce su saber y su prestigio, pero también su entrega y su afabilidad para con los educandos.

De esta manera nace una “amistad”, no basada sólo en la simpatía o en el afecto espontáneo, sino más bien en la colegiabilidad, estar unidos por el amor a la verdad, al conocimiento, a la ciencia y generar arte y cultura juntos.

Así pues, “Ser maestro” supera el simple liderazgo en cuanto a ejercer atractivo e influencia sobre los otros por una situación de poder o superioridad. También es más que el ejercicio del profesor experto, quien sabe transmitir conocimientos ordenados con métodos y técnicas avanzadas.

El Maestro ejerce su liderazgo, con un poder de autoridad real, basado en un prestigio tanto personal como profesional, posee autoridad porque demuestra su “saber, saber hacer, saber ser y saber ser con los otros”.

Su acción Magisterial sólo tiene sentido, si tiene sus cimientos o fundamento en el “amor pedagógico hacia el alumno y a su vocación”. Esto lo impulsa y le hace permanecer en el esfuerzo de educar y educarse. El buen maestro no educa sólo a los talentosos, ni a los alumnos “brillantes”, está más bien atento a educar a quienes desde sus limitaciones, y sus obstáculos, quieren o necesitan superar sus deficiencias.

Felicidades pues, a todos los maestros que se dedican a esta noble, trascendente y muy digna labor. Gracias a todos los maestros que han estado presentes y han dejado parte de su ser personal en nuestras vidas, por su esfuerzo, su dedicación, por no dejar de educarse, para poder educarnos y por no dejar de “ser educados”.

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