Muchas veces leí y vi fotografías de la Continental Mexican Rubber Company. Era una de las empresas más importantes que procesaba la planta del guayule en la región, un arbusto del que se obtenía hule y cuya explotación floreció en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, especialmente en la Comarca Lagunera. Sabía que había ocupado el espacio en el que actualmente se encuentra el Instituto Tecnológico Regional y terrenos anexos, pero desconocía que las oficinas de esta empresa no sólo se encontraban de pie, sino que desde ya varias décadas albergan uno de los proyectos educativos más importantes que impulsó el jesuita Carlos de la Torre en la región: el Bachillerato Técnico Industrial de La Laguna (Bateil) que durante muchos años fue el Instituto Tecnológico Industrial. La efigie del seguidor de San Ignacio se encuentra antes de entrar al recinto, bastante bien conservado debido a que no se abandonó. Por ahí han pasado más de 3 mil 500 jóvenes, herederos de las antiguas escuelas de artes y oficios.
Fui a visitar el bachillerato una mañana fresca, después de una de las escasas lluvias que bendicen nuestra región. Los alumnos y alumnas, todos con escoba en mano, limpiaban arduamente su escuela. Observé inmediatamente la limpieza, la diligencia de los muchachos, el respeto, el trabajo. Es una escuela para jóvenes que se interesan por la combustión interna, las máquinas y herramientas, la electricidad: todos esos oficios que se convirtieron en indispensables a partir de la revolución industrial. De hecho, el contexto en que surgió la escuela, hace 49 años, fue precisamente ése, el de la fuerte industrialización del país y el momento en que la Comarca Lagunera también se encontraba tomando rumbos distintos a los agrícolas, que si bien le dieron auge y crecimiento a principios del XX, ya en los años sesenta comenzaba su declive.
Es un proyecto, como muchos en la región, sostenido en base a la generosidad. Dicen los que conocieron al P. De la Torre, que conquistaba a hombres y mujeres por su carisma y galanura respectivamente y los convencía de ayudar en esta obra. Después de que el jesuita falleció, varios patronatos a lo largo de diversas décadas se han echado a cuestas la manutención del plantel. También se recurre a padrinos que becan a los jóvenes de más escasos recursos, que cuentan con subvenciones al 100% para que logren terminar sus estudios. No resulta sencillo para estos muchachos, de entre 15 y 18 años permanecer en la escuela: la deserción es un problema palpable durante cada año, pues el abandono está vinculado a la urgencia de llevar recursos a sus hogares. En ocasiones, con el aprendizaje obtenido durante los primeros meses o antes de concluir el bachillerato, consiguen empleos y dejan el bachillerato.
Es una escuela en la que se observa fácilmente que cada peso obtenido se invierte, reluce y que incluso, a pesar de sus precariedades, se da el lujo de ayudar a otros más necesitados. Desde hace 25 años reciben a indígenas de las sierras de Nayarit, Jalisco, Zacatecas y Durango que pertenecen a diversas etnias (coras, huicholes, tepehuanes y mexicaneros) a petición del franciscano Pascual Rosales, padre director del centro de educación comunitaria de la Mesa del Nayar. Muchos terminan sus estudios y regresan a su región de origen para ocupar puestos de servicio. El P. Rosales comenta en una misiva enviada al bachillerato que: “…estos jóvenes son actualmente el fuerte de esta misión en su lucha por la promoción humana y por el desarrollo de las mencionadas comunidades indígenas, que por siglos había vivido al margen de nuestra civilización mestiza”. En ésta hace una relación de 19 jóvenes (de 46 que han estudiado en el Bateil) y que se desempeñan en las montañas como representantes de bienes comunales o maestros de los indígenas; uno de ellos es el director del DIF Municipal del Nayar, otro es el secretario del gobernador tradicional de los coras. Los jóvenes indígenas nayaritas que vienen a estudiar reciben atención por parte de varios benefactores que sostienen la casa en la que habitan y donde intentan no perder tradiciones como su lengua.
El Bateil ha incorporado recientemente a mujeres. No es común que las jóvenes deseen explorar el mundo de los fierros: pero ahí se encuentran, en los talleres de motores muertos, de motores vivos y de la vida real, como los que tienen en el plantel. El día de hoy, sólo una mujer se graduará de Electricidad, junto a 22 compañeros; tres lo harán en Combustión Interna, de entre 64 y el mismo número se repite para la especialidad de Máquinas Herramientas de donde egresarán 30 jóvenes. Será una alumna quien por primera vez en 49 años, ofrezca el mensaje en la ceremonia anual por parte de los alumnos.
Aún cuando sabemos que el desempleo es un problema nacional, el director de la escuela, el profesor Arturo Siller (por cierto, ex alumno del instituto) comenta orgulloso que 84 de 117 tendrán trabajo en la empresa John Deere. ¿Qué hace a esta escuela con pocos recursos tan exitosa? Una de las claves quizá sea el que este proyecto se desprendió de la profunda espiritualidad de los iniciadores y de su afán por el mejoramiento de la comunidad. A pesar de que han pasado muchos años desde que comenzó la escuela, don Edelmiro Morales, el presidente del Consejo Directivo del Bateil, recuerda el gran entusiasmo con que comenzó este proyecto el P. De la Torre. Al parecer, los diversos patronatos se fueron contagiando de estos ideales. Otra clave, me parece, son los valores en los que sustentan: disciplina, responsabilidad y respeto. Y aquí se encuentran muy presentes: de algún modo los directivos y profesores han desarrollado estrategias para motivar a los alumnos en estos pilares.
Da gusto conocer obras que parecen modestas, pero que cuentan ya con una gran trayectoria. El próximo año será de fiesta, pues cumplirán su primer cincuentenario. ¡Felicidades a los egresados y enhorabuena para el Bateil!