Todos tenemos nuestros demonios internos. Son esos satanasillos que se paran en el hombro, nos hablan al oído y nos empujan a hacer cosas absurdas, insensatas o de plano estúpidas. A unos les da por beber como cosacos y luego arremeter contra su prójimo; a otros, por darle rienda suelta a pasiones que terminan en divorcio, cárcel, abandono o donde Serna; otros más le van al América y hay quienes, soberbios, insisten en negar la realidad y ver presidentes espurios por todos lados. La cuestión es que cada quién carga con sus niveles de autodestrucción y cada cuál trata de manejarlos; mal que bien; a veces, siempre o nunca. El cómo le va a cierta gente, la experiencia vital individual de buena parte de nosotros, tiene precisamente que ver con ese manejo.
Ahora bien, como buenos seres humanos, siempre tenemos un pretexto para explicar el por qué irrumpen esos demonios. Generalmente apelamos a alguna carencia, que en teoría es subsanada por nuestro erróneo comportamiento: “Es que estoy muy solo”; “Nadie me comprende”; “Con esta cara, ¿qué esperaban?”; “Perdí la cabeza y disparé”; “En abril llevaba diej puntoj de ventaja”. Hay tantas excusas como miserias humanas. Pero generalmente apelamos a que nos falta algo para disculpar o al menos argumentar el surgimiento de nuestros diablillos.
Pero, ¿cómo explicar la aparición de esos demonios en gente que al parecer lo tiene todo, a la que la vida le ha sonreído más que a gobernador coahuilense, que es envidiada por un buen porcentaje de los miembros de su misma especie? Algunos casos recientes nos ponen realmente a pensar.
Hace siete años, el equipo de los Halcones de Atlanta de la NFL hizo un cambalache con los Cargadores de San Diego para poder escoger más alto en el draft colegial. De esa manera, Atlanta pudo hacerse de los servicios de Michael Vick, un mariscal de campo de enormes habilidades físico-atléticas. Los Cargadores se llevaron a LaDaimian Tomlison, un corredor que si sigue como va, está llamado a ser uno de los cinco mejores de la historia (y de mí se acuerdan).
Vick firmó un contrato por diez años y 130 millones de dólares; más bonos por rendimiento, que le podrían añadir otros 37 millones de billetes color lechuga. Pero dejen eso, porque Vick tiene un rating mediocre y más pérdidas de balón que touchdowns. Simplemente con seguir siendo el mariscal de Atlanta, el muchacho se embolsaría 1,417 millones de pesos. Eche cuentas. 141 millones de pesos al año, 391 mil pesos diarios, por jugar 16 partidos (dado que Atlanta no llega a los playoffs ni yendo a bailar a Chalma). Además, por su carisma o lo que quieran, su camiseta era la más vendida en la nación. Y feo-feo, no está el tipo. Fama, dinero, adulación, contratos para aparecer en anuncios, chicas buenas y malas... Vick lo tenía todo.
Cabe decir que no resultó ser la solución a los problemas de los Halcones, básicamente porque ese equipo está salado y contra eso no hay remedio posible y también, porque en el futbol americano moderno el quarterback tiene que pasar bien la pelota y no andar pegando brincos por toda la cancha. Pero además, Atlanta va a tener que prescindir de sus servicios porque en breve ese prodigio atlético va a ir a dar con sus huesos en la cárcel. El día de mañana, en un juzgado federal, Vick se declarará culpable de conspiración para ejecutar una acción ilegal. La condena puede ir de doce a dieciocho meses de cárcel. Para efectos prácticos, la carrera de Vick está Kaput. Atlanta ya anda buscando cómo le hacen para que regrese el dinero del bono millonario que recibió por hacerles el favor de firmar la extensión de contrato.
¿Qué acción ilegal realizó Vick? Pues resulta que el angelito, junto a algunos amigos de la infancia de dudosos antecedentes, criaba pit-bulls y otros perros de pelea y organizaba certámenes en los que las bestezuelas (me refiero a los canes) se hacían literalmente pedazos. Aquellos animales que terminaban muy dañados o no habían rendido lo suficiente, eran exterminados. Los métodos variaban: a veces los ahogaban, otras los ahorcaban y en ocasiones los electrocutaban.
Tan bárbaro pasatiempo está legalmente prohibido en Estados Unidos. Pero dejen ustedes lo legal. Cualquier ser humano sensible siente repulsión por una actividad como ésa. Si el ser-humano-sensible además tiene por mascota a un perro (como es el caso de un servidor), deseará que los electrodos se los pongan ya saben en dónde a los organizadores y espectadores de esa salvajada. Y que activen el generador al tope.
Una investigación puso al descubierto todo el mugrero y los dizque amigos de Vick no tardaron en cantar como Pavarottis, echándolo de cabeza. La verdad, a Vick no le quedaba de otra, más que hacer lo que va a hacer mañana: ponerse en manos de un juez, y rogar que no lo echen a una perrera como castigo.
Un hombre con fama, fortuna, carrera y demás manda todo por el caño de la manera más absurda. ¿Por qué?
Algunos sociólogos de banqueta apuntan a los muy humildes orígenes de Vick: nunca pudo sacudirse la mentalidad del ghetto y siguió siendo el muchacho ávido de emociones fuertes. Muchos hablan de las malas compañías: sus compañeros de empresa canino-gladiatoria eran viejos conocidos, parásitos que ya habían andado en problemas con la ley. Vick sencillamente no supo cómo decirles que no y ahí terminó. También podría argüirse que, en una sociedad que idolatra a los famosos (por el simple hecho de serlo), existe la tentación de creer estar por encima de todo, incluso de la moral y la ley. Los famosos tienden a liberar más fácilmente a sus demonios creyendo que nadie les exigirá rendir cuentas, cual políticos mexicanos. Pero la terca realidad suele devolverles los pies a la tierra. Pregúntenle a Paris Hilton, a quien debieron encerrar a perpetuidad por Frivolidad y Vacuidad Premeditada en Primer Grado, con Alevosía y Ventaja.
Quizá no es que los famosos dejan sueltos sus demonios internos más seguido que el pópolo: simplemente sus desbarres resultan más notorios. Y resultan hasta aleccionantes: quien lo tenía todo, ahora no tiene nada y usted sí tiene algo. Y se queda asombrado y reconfortado al mismo tiempo, viendo cómo hay otros seres humanos capaces de cometer mayores tonterías que uno.
(Perdón por tocar tema deportivo por segundo domingo consecutivo; pero es que el deporte sirve de espejo de la vida… y en qué forma. Y por lo mismo, deja ilustrativas lecciones potencialmente aprovechables… como ésta).
Consejo no pedido para refrenar sus ansias de correr desnudo por la Morelos enarbolando una bandera del Santos: Lea “A sangre fría”, de Truman Capote, agudo estudio de los demonios internos de un pobre diablo y cómo se soltaron una noche en el Kansas rural. Provecho.
PD: Muy pronto un servidor les tendrá una gran sorpresa (o magnífica locura, ya ustedes dirán). ¡Estén pendientes!
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