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Manabí, la ciudad de los nombres raros y exóticos

EL UNIVERSAL

Chone es un pueblo de 20 mil habitantes de la provincia de Manabí, en el interior de Ecuador, cuyos habitantes tienen los nombres más increíbles del planeta.

En Chone nos presentan al juez Adolfo Hitler Flores de Valgas Alava, que nació el 12 de julio de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial. El mismo día, pero a miles de kilómetros de distancia, en Londres, De Gaulle y Churchill firmaban la primera Carta de las Naciones Unidas para evitarle al futuro agresiones a la paz mundial como la que en aquellos meses escenificaba el III Reich.

Pero al juez Adolfo Hitler Flores se le quedó el nombre, aunque en Chone nadie se atreve a llamarle Hitler, y se queda para sus vecinos en un más discreto Adolfo.

El que haya sido su padre quien decidiera ponerle el nombre completo del genocida lo libra del oprobio. Menos suerte han tenido Hitler Corral, el mecánico, y Hitler Mendoza, el de "allá abajo".

Chone se vanagloria de ser la cuna de "las mujeres bonitas y los hombres responsables". Así reza en las actas y así repiten sus habitantes cada vez que un extranjero pone un pie en su tierra, a unas siete horas en coche (por carreteras serpenteantes y algo alejadas de la mano de Dios) de la capital, Quito. Pero también presumen de ser ciudadanos de la capital mundial de los nombres raros.

Los habitantes de Chone y el más de un millón de la provincia de Manabí, bañada por el Pacífico, agazapadas entre agrestes montañas y caminos laberínticos, sus casitas de adobe y caña- lucen en sus credenciales otros nombres increíbles, como Unidad Nacional Centeno, Burger King Herrera, Alí Babá Cárdenas, Vick Vapo-rub Gíler, Conflicto Internacional Loor, Ciempies Pinares, Puro Aguardiente Zambrano...

Basta ojear los directorios telefónicos y los registros civiles de la provincia para verificar la realidad de esta fiebre que impele a los padres manabas a bautizar a sus hijos con copyrights de marca de ropa, coches, perfumes, jarabes, alimentos, equipos o hasta resultados de futbol, instituciones.

Los habitantes de Chone recurren también al uso abusivo de diminutivos (Giocondita o Simoncito), apelativos tergiversados (Yoni en vez de Johnny, Guasintong en lugar de Washington); no falta el recurso a los clásicos (Pericles, Homero, Platón, Trajano) y algunos, incluso, buscan el nombre de sus hijos al otro lado del Telón de acero (Stalin, Lenin).

Simón Bolívar, Napoleón o Cristóbal Colón Jaramillo pasean por las calles del pueblo, y encantados.

En el directorio también figuran Frank Sinatra o John Kennedy Suárez, este último es el dueño de una ferretería que nació el día del magnicidio en Dallas. El padre de JKS incluso envió una carta a la viuda Jacqueline contándole su ocurrencia. Y la futura señora Onassis le respondió agradecida.

"A campeonatos de nombres raros no nos gana nadie", se carcajea Wilson Warner Flores de Valgas, sobrino de Hitler. "Conocí a una tal Alka Seltzer. Le pusieron así porque esas pastillas fueron las únicas que aliviaron los dolores de su madre en el parto". Después, recita de corrido los nombres de los más egregios vecinos de Chone: Arcángel Gabriel Salvador, Blanca Nieves Vera, Land Rover García o Tranquilino Loor, conocido como don Tranco y dueño de una tienda de abarrotes. "¿Por qué no me llamaron Juan Carlos?", bromea.

El nombre viene de un antepasado, pero no siempre le hizo gracia. "No me querían nombrar gerente del Banco de la Vivienda; no creían que me llamara así".

Y es que lo que ocurre en Manabí no pasa en ningún otro sitio. Es la conclusión a la que ha llegado Enrique Zambrano, director del registro civil de Portoviejo, la capital de la región. Tiene 250 mil habitantes, 70 mil más que la otra gran ciudad de Manabí, Manta, el segundo puerto del país después de Guayaquil.

En el registro reposan las actas de Luz Divina, Ford Chevrolet, Selva Alegre, Oferta Bienleída, Sostenes, Semiencanto, Perfecta Heroína, Everguito Coito, Dumas, Sony, Poderoso Melchor o Juan Ob. (por obispo, porque así se leía en el santoral que inspiró a sus padres). No es fácil encontrar a muchas de estas personas porque ni siquiera nacieron en Portoviejo, sino que sus padres las inscribieron allí porque les quedaba de paso o ya les habían impedido hacer gala de su originalidad en otro registro.

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