No nos sorprendamos si pronto se nos dice que en realidad se suicidó la señora Ernestina Ascensio Rosario, una mujer indígena de 73 años, cuya familia la encontró moribunda en el campo donde pastoreaba sus ovejas, a tiempo de oírla denunciar que había sido atacada por militares, infame agresión que habría generado su muerte. En “la etapa final de la elaboración de la opinión integral sobre el caso”, la Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió ayer un comunicado en que sugiere que la víctima falleció de causas naturales, insinúa que no hubo violación y asegura que “no se observaron lesiones de origen traumático exterior”. En un episodio en que integrantes del Ejército podrían estar involucrados, es grave que antes que hacerlo saber a la opinión pública, la oficina del ombudsman nacional hiciera conocer esa información a los mandos castrenses, incluido el comandante supremo de las Fuerzas Armadas.
El tres de marzo la CNDH informó haber abierto una “queja de oficio” sobre el caso de la señora Ascensio Rosario “quien falleció a consecuencia de las lesiones que le fueron infligidas”. Es probable que tres semanas más tarde esa Comisión hallara que se equivocó en ese diagnóstico precoz, pero no ha expresado que hubiera error en su afirmación inicial, que consta así con todas sus letras: “Falleció a consecuencia de las lesiones que le fueron infligidas”.
Días más tarde, la CNDH detectó “diversas omisiones e inconsistencias en los estudios técnico periciales realizados por personal médico de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Veracruz”, por lo que solicitó exhumar el cadáver y la práctica de una nueva necropsia. Esos hechos se realizaron el viernes nueve de marzo. El lunes siguiente, antes que nadie —¿no se ha dicho que el presidente es el hombre mejor informado de México?—Felipe Calderón estaba al tanto del resultado de la necropsia. Sólo que oyó o leyó mal el informe que le fue ofrecido (él mismo sugirió que por la propia CNDH) y atribuyó el fallecimiento de la señora a “gastritis crónica no atendida”. Negó también que hubiera violación. Todo lo dijo sin mediar pregunta al respecto en una entrevista a La Jornada con motivos de los cien días de su Gobierno.
Al leer esa declaración, Julio Atenco, funcionario municipal en el ayuntamiento de Soledad Atzompa y fundador de la Coordinadora Regional de Organizaciones Indígenas de la sierra de Zongolica se comunicó con el licenciado Pedro Armendáriz Enríquez, visitador de la CNDH que solicitó la exhumación, quien le habría dicho “No sabemos de dónde sacó esa información el presidente. La exhumación fue apenas el viernes y es imposible que ya existan resultados; además, la información es confidencial”. (La Jornada, 15 de marzo) Sin embargo, de inmediato el mencionado visitador negó “categóricamente haber realizado tales aseveraciones... en ese sentido o en cualquier otro” y aclaró que “en ningún momento coordiné el grupo interdisciplinario de trabajo de la CNDH que realizó “esas actividades.
En tanto, la Comisión emitió un segundo comunicado el 14 de marzo en que, como ahora mismo, orientó su pesquisa al modo en que se realizó la autopsia y no tanto al caso de la señora Ascensio Rosario (a quien ya había cambiado el primer apellido y llamaba Ascensión). Dijo que el personal médico forense de la Procuraduría Estatal incurrió en omisiones que lo condujeron “a asegurar indebidamente que la anciana falleció por ‘traumatismo craneoencefálico, fractura y luxación de vértebras cervicales y anemia aguda”. Conforme a “la revisión del nueve de marzo”, dijo la CNDH, “no existe luxación o fractura de esas o de ninguna otra vértebra. Informó también la Comisión que “en la exhumación del cadáver no se corroboró perforación alguna en el recto ni los múltiples ‘desgarros’ que manifestaba la autopsia”. Las equimosis en el cuerpo de la víctima, supuso la comisión, no se produjeron por “maniobras de sujeción o sometimiento” sino quizá “fueron producidas al ser cargada y trasladada antes de fallecer”. Eso no obstante, la CNDH manifestó “que en tanto no se esclarezcan las causas de la muerte de Ernestina Ascensión Rosario se presume la violación de su derecho fundamental a la vida”.
En su comunicado de ayer, donde restituye a la víctima su apellido verdadero, la Comisión sugiere que falleció de muerte natural. No lo afirma, pero lo insinúa: “se cuenta con datos histopatológicos indicativos de anemia aguda por sangrado de tubo digestivo ordinario secundario a úlceras gástricas pépticas agudas en una persona que cursaba con una neplasia hepática maligna y un proceso neumónico en etapa de resolución. Adicionalmente a estas causas de origen médico, no se observaron lesiones de origen traumático al exterior”.
Conocedor de esta descripción en la víspera de que la CNDH la hiciera pública, el diputado panista, general retirado Justiniano González, presidente de la Comisión de Defensa Nacional en San Lázaro expresó en declaración periodística lo que la CNDH no se atrevió a afirmar: que la señora falleció “debido a una anemia aguda secundaria”. Y citó como fuente un “dictamen oficial”, la información de la CNDH a la que tuvo acceso privilegiado. (La Jornada, 29 de marzo)
Dejadas atrás de ese modo las imputaciones a militares –no obstante que un comunicado del Ejército mencionó la existencia de líquido seminal en el cuerpo de la señora Ernestina— ahora la pesquisa se dirige contra el Ministerio Público local y sus auxiliares.