“López Obrador tiene todavía la gran oportunidad de encabezar un movimiento popular de izquierda que le haga la Oposición al Gobierno de Felipe Calderón”.
Carlos Fuentes, septiembre de 2006
Se trata realmente de un gran desperdicio. Andrés Manuel López Obrador es uno de los políticos más carismáticos que ha tenido nuestro país. El año pasado encabezó a la Coalición Por el Bien de Todos al mejor desempeño electoral de la izquierda en la historia. López Obrador pudo haber sido el líder de un movimiento que ayudara a impulsar desde la Oposición la transformación del país. Pudo prepararse para el momento que, hasta julio del año pasado, cuando empezó el plantón en Paseo de la Reforma, parecía inevitable: aquél en que ocuparía la Presidencia de la República.
En lugar de eso, López Obrador se ha convertido en una triste caricatura de sí mismo. Su rechazo a los resultados de la elección presidencial, que en un principio pareció cuando menos honesto, es hoy una parodia que trata en vano de tomarse en serio.
López Obrador debería tener la humildad de escuchar a un personaje como Cuauhtémoc Cárdenas, quien sufrió el fraude electoral de 1988 y ha afirmado que no vio fraude en la elección de 2006. O quizá debiera prestar atención a las posiciones de dirigentes de la izquierda moderna, como los socialistas españoles José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González, quienes lo han conminado a aceptar el resultado electoral. Los gobernantes de izquierda en el mundo –con excepción del venezolano Hugo Chávez— no han encontrado indicios de un fraude en la elección mexicana de 2006.
Carlos Fuentes, el reconocido escritor mexicano, señaló en septiembre de 2006 en la Casa de América Latina en París que “López Obrador tiene todavía la gran oportunidad de encabezar un movimiento popular de izquierda que le haga la Oposición al Gobierno de Felipe Calderón. Pero con seriedad, no con payasadas. Para payaso, tenemos bastante con Chávez en el hemisferio”.
No hay duda del poder de convocatoria de López Obrador. La ha demostrado una y otra vez. Ayer lo hizo nuevamente con su marcha en la Ciudad de México. El tabasqueño cuenta también con recursos cuantiosos, tanto de su partido como del Gobierno de la Ciudad de México. Éstos se desplegaron ayer y en días anteriores para financiar y promover la movilización. El problema es que ese poder de convocatoria y esos recursos están empeñados no en impulsar políticas de izquierda, de combate a la pobreza o a la desigualdad social, sino en comprobar el dogma de que hubo un fraude en la elección de 2006.
López Obrador muestra una enfermiza obsesión con el poder y con su propio papel en la política mexicana. Al contrario de los socialistas en España, que supieron trabajar con gobiernos de signo distinto y respetaron siempre los resultados electorales, ha lanzado una y otra vez el mensaje de que sólo él puede ser presidente de México. “El triunfo de la derecha –dijo el año pasado— es moralmente imposible”.
López Obrador y algunos miembros de su equipo de trabajo y de su partido han hecho propuestas de reforma que deben tomarse en cuenta. El 20 de noviembre pasado, por ejemplo, hizo un llamado a combatir los monopolios que hacen que los mexicanos paguemos precios más altos que los residentes de otros países en una enorme diversidad de productos y servicios. Sus propuestas de aumentar la inversión en infraestructura, fomentar el crecimiento del mercado interno y hacer una reforma fiscal realmente equitativa no pueden tampoco menospreciarse. Sus programas de apoyo social, como el que beneficia a personas de la tercera edad, han sido imitados en distintos lugares del país e incluso por el Gobierno Federal. La voz de los perredistas en la discusión sobre la reforma fiscal debería ser imprescindible.
Pero López Obrador está apostando hoy, como lo ha hecho a lo largo de su trayectoria política, a la confrontación antes que a la colaboración. En un momento en que los legisladores de su propio partido han asumido una posición de mayor tolerancia y han votado por iniciativas con otros partidos en el Congreso, él no está interesado en lograr reformas que puedan mejorar la situación de los mexicanos. Su obsesión es destruir. Se aferra a esa idea leninista de que las cosas deben empeorar para mejorar. Ya que la única mejoría posible vendría con su acceso al poder.
López Obrador ha decidido asumir un papel mesiánico en respuesta a su derrota en la elección presidencial de 2006. Quienes lo han visto actuar a lo largo del tiempo afirman que siempre ha sido así. El de hoy es el mismo López Obrador que encabezó los bloqueos de los pozos petroleros de Tabasco en 1995. Es también el político que, en lugar de combatir por medios legales la resolución del juez noveno de Distrito en materia administrativa del 14 de mayo de 2001 que ordenaba suspender los trabajos de apertura de dos vialidades en el predio de El Encino, prefirió desobedecer el mandato.
Es una lástima que un político que podría haber ayudado a construir un movimiento de izquierda en nuestro país haya optado por estas tácticas que al final sólo resultan destructivas.
AGRESIÓN A REPORTEROS
Los participantes en la marcha de ayer a favor de Andrés Manuel López Obrador agredieron una vez más a los reporteros que cubrían su marcha. Édgar Jiménez, de Formato 21, fue golpeado e insultado y sus pertenencias le fueron robadas. Y en estas condiciones los perredistas se quejan de un supuesto cerco informativo en su contra.