Mientras posaba para la foto oficial de captura Sandra Ávila Beltrán, sonreía, al igual que sus grandes ojos con comisura de almendra. (Archivo)
Marcan a cachanilla sobrenombres en su relación con capos del narco.
Su rostro no resultó familiar la noche del viernes 28 de septiembre cuando apareció ante las cámaras con su cabellera negra, larga y un tanto desaliñada, con sus ojos grandes y expresivos.
A sus 46 años resultaba atractiva, aún a través del lente de la cámara que la interrogaba, pero no se asemejaba a la joven morena, delgada, de cabello rizado y abundante, de grandes ojos notablemente delineados y medallita de oro al cuello, con jeans blancos ceñidos al cuerpo, que el 31 de julio de 2003 colocara la PGR entre su galería de “Los Más Buscados”.
Tampoco había un brazo protector sobre su cuello que la cobijara como antaño, como cuando fue descubierta al lado del finado Magdaleno Coronel, en esa imagen que retrataba una fiesta familiar en los 90.
Ese viernes que interrumpieron su “shopping” por San Jerónimo había mucho barullo alrededor suyo, pero no había corridos, ni brindis, ni motivos para festejar como ese día cuando departía con Madgaleno, su madre “Doña Chata” y el “El Mayo” Zambada. Sin embargo, mientras posaba para la foto oficial de captura y marcaba su estatura sobre el 1.70, ella sonreía y sus ojos de almendra también. El lugar de la medallita de oro lo ocupaba un amuleto.
Antes de ser “La Reina del Pacífico”, antes de amar al colombiano Juan Diego Espinoza, “El Tigre”, esos ojos grandes con comisuras de almendra y su origen bajacaliforniano le ganaron el mote de “La Venada”; así era para la familia, así era para “los grandes”, como ella llama a los capos con los que se codeó desde su infancia.
Hasta que “La Venada”, de Tijuana y “El Tigre”, de Bogotá unieron sus destinos, surgió el alias de “La Reina del Pacífico”. Él se convirtió en uno de los nuevos ricos en Guadalajara, ella se transformó a su lado en una audaz operadora financiera, con negocios propios e inversionista en el ramo inmobiliario. Ambos crearon un entorno de familia próspera y feliz, junto al único hijo de la cachanilla, Silvestre José Luis Fuentes Ávila, en Sendero de Los Pinos 61, en el exclusivo Fraccionamiento de Puerta de Hierro, en Guadalajara.
Estaba acostumbrada a subir y bajar de autos caros, como la Ford Bronco del año y el Grand Marquis blanco en los que se le vio en los 90. O el auto BMW negro y blindado que esperaba en las afueras de su residencia -obsequio de Ismael “El Mayo” Zambada” para su seguridad, tras el secuestro del hijo– y justo para dejar que el muchacho usara la Ford Lobo, también negra y blindada que tenían en la cochera. El mismo día de su captura traía una camioneta BMW con placas 918 ULR.
Quienes la investigaron atribuyen su limpio expediente al hecho de que ella nunca aceptó cargas de droga en pago; otros vendían, ella cobraba siempre en efectivo e invertía en propiedades y negocios lícitos como las estéticas Electric Beach, a cargo de las cuales dejó a mujeres de la familia de “El Tigre”.
Dicen que la sonrisa abre puertas y quizá por eso, a manera de contraseña, por el ingreso al fraccionamiento entregaba a los guardias una sonrisa y mirada amistosa. Ellos, según cuentan, solían cuchichear a su paso sobre lo agradable y chula que era.
Los investigadores que le seguían los pasos tras el decomiso de 9.5 toneladas de cocaína del buque “Macel” comentaban sobre las llamadas que recibía en su casa o celulares y los nombres, apellidos o apodos que en ellas surgían: “El Mayo”, “Coronel”, “Caro”, “Beltrán” y “El Chapo”. La Federación de Capos del Pacífico, todos con cuentas pendientes en este o el otro lado de la frontera.
Pero también comentaban de su agradable figura, de su trato amable, de su buen gusto en el vestir con ropa de diseñador, sus bolsas costosas y lo infaltable: sus gafas de buena marca, de preferencia grandes y oscuras y su sonrisa amigable.
El 28 de septiembre, al verla presa no decepcionó; había dejado de ser ficción y confirmaba a la mujer de movimientos tranquilos y seguros cuyos rasgos parecían más propios de una reina de belleza que de los que, en la imaginación, se pudiera haber tenido de una narcotraficante.
Reconstruyen su vida PGR y DEA
La historia de su vida fue reconstruida pieza a pieza, de entre las múltiples hojas de expedientes que la Procuraduría General de la República y la DEA han acumulado en años sobre Sandra Ávila y que incluyen referencias a padres, tíos, hermanos, parientes políticos y amistades.
Los peligros del negocio le son familiares: dos esposos ejecutados, ambos policías federales; su único hijo secuestrado; su hermano Alfonso “levantado”, ejecutado y abandonado en una terracería.
Se le han asegurado más de 234 propiedades en Hermosillo, Sonora, y en Guadalajara, Jalisco, así como autos de lujo.
Llevar en el equipaje de mano más de un millón de dólares por viaje era algo normal para ella, como consta en los archivos de la Policía Judicial de 1990, cuando sufrió un decomiso de millón y 224 mil 898 dólares.
Podía matar el tiempo en el Tucson Mall, haciendo compras sin prisas, mientras esperaba a que su tío Roberto Beltrán Félix, conocido narcotraficante, preparara las pacas de billetes y las envolviera en nylon azul.
Así consta en el expediente sobre narcóticos que cuenta un episodio de su vida. Así lo cuenta, tras su detención, su entonces novio, Fidel Morán Guevara, supervisor de grupo de la Policía Judicial Federal, quien tenía bajo su mando a 150 agentes dedicados, irónicamente, a la destrucción de plantíos de drogas en la región norte del país.
Sandra Ávila incluso dejó registro documental de su osadía al reclamar al Departamento del Tesoro la devolución de un millón de dólares incautado. Finalmente lo perdió por un tecnicismo: no haberlo declarado.
Pero “La Reina del Pacífico” tuvo miedo y mucho, cuando la tarde que un comando encapuchado secuestró a su hijo Silvestre José Luis Fuentes Ávila, de apenas 15 años. Eso lo llevó a denunciar el secuestro ante la Procuraduría de Justicia del Estado de Jalisco. Cuando recuperó al muchacho, lo mandó a estudiar al extranjero.
Aquejan a ‘La Reina’ chinches
Sandra Ávila Beltrán, “La Reina del Pacífico”, interpuso una queja ante la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) por fauna nociva en su celda y negativa de las autoridades del Centro Femenil de Readaptación Social Santa Martha Acatitla de permitirle ingresar alimentos del exterior.
Lo anterior lo dio a conocer el secretario ejecutivo de la CDHDF, Luis Javier Vaquero Ochoa, quien agregó que la misma mujer vinculada al narcotráfico llamó por teléfono a ese organismo para quejarse.
“Se ha quejado de que no le permiten ingresar alimento y también de que hay alguna fauna nociva en su estancia, como chinches”, dijo el funcionario.
En respeuesta el Gobierno del Distrito Federal (GDF) dio a conocer que ya fumigó la celda de Sandra Avila Beltrán y le proporcionó un desinfectante personal.
El subsecretario de Gobierno del Distrito Federal, Juan José García Ochoa, descartó que en el área donde permanece Ávila Beltrán haya fauna nociva; sin embargo, dijo que se fumigó el espacio, se le proporcionó un desinfectante y se notificó a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF).
En entrevista, García Ochoa precisó que Ávila Beltrán permanece en una zona especial del área de ingreso del Centro Femenil de Readaptación Social de Santa Martha Acatitla, vigilada las 24 horas del día con tres turnos y con ayuda de cámaras de vigilancia.
Detalló que la detenida es valorada técnicamente para después trasladarla al área de población bajo el régimen de aislamiento, debido a su perfil y tendrá que ganarse la confianza de las autoridades de la institución penitenciaria para permitirle el acceso a otras zonas.