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Las tentaciones

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Luis F. Salazar Woolfolk

El bautismo de Jesús de Nazaret marca el inicio de su vida pública y el evento tiene gran importancia, porque ahí el Verbo Encarnado ratifica su decisión de asumir nuestra condición humana, al hacer fila con quienes sabiéndose pecadores, acuden a la orilla del Jordán a recibir las aguas de manos de Juan el Bautista.

La narrativa del Evangelio relata que después de ser bautizado Jesús se retiró al desierto durante cuarenta días, al término de los cuales fue tentado por el espíritu del mal.

La primera de las tentaciones apunta a convertir las piedras en panes, como un anticipo de la interpelación que el mundo actual hace a la Iglesia según la cual, si pretende ser obra de Dios debe satisfacer las necesidades materiales de los pueblos, por milagro o por arte de magia, so pena de perder su sentido y espacio como fundamento de fe y esperanza. La respuesta de Jesús es tajante, “no sólo de pan vive el hombre…”, como en efecto lo prueba la existencia histórica y actual de sociedades económicamente opulentas y moralmente pobrísimas, incapaces de resolver temas fundamentales como la justicia, la paz o el vacío existencial.

La segunda de las tentaciones tiene que ver con el espectáculo como medio de convencimiento y a ello obedece que el maligno lleve al Señor a lo alto del Templo de Jerusalén, para que se lance al vacío a fin de que los ángeles vayan en su auxilio para evitar que su pie tropiece y de ahí generar el impacto en la opinión pública que posicione a Jesús como Mesías frente a las masas espectadoras, en términos muy similares a la función que el mundo contemporáneo atribuye a los medios de comunicación.

Como se ve, después de la tentación del pan sigue la del circo y frente a la arrogancia satánica o humana que pretende imponer a Dios su plan y condiciones, Jesús responde: “No tentarás al Señor tu Dios…”.

La tercera tentación es la del poder que pone a disposición de Jesús los principales reinos de la Tierra, a condición de que se someta a los criterios del demonio como príncipe de este mundo, cuya tentación persigue a los políticos de todos los tiempos bajo el principio, según el cual, el fin justifica los medios. En este caso la respuesta de Cristo es igualmente contundente: “Apártate de mí Satanás…”.

Jesús vence a las tentaciones y permanece fiel a su misión salvadora, que busca la transformación del hombre desde lo más íntimo de su ser. La tarea del Jesús histórico que asume sobre sus espaldas y por medio del sufrimiento los pecados de la humanidad, corresponde a la presencia de Dios que interactúa con el hombre y lo acompaña en el camino de la vida. La frase del Credo de Nicea según la cual Cristo descendió a los infiernos, explica que el Salvador asume los pecados de la humanidad como protagonista solidario y no como mero espectador a la manera de Dante en su Divina Comedia.

Cristo concibe a la comunidad de sus seguidores como una familia que proviene del mismo Padre, en la que todos somos hermanos e iguales en dignidad por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios. Este concepto que genera un “hombre nuevo”, sacude los cimientos del Imperio Romano y de todos los imperios hasta nuestros días. El cambio de mentalidad precede al cambio de estructuras o simplemente el cambio no es.

A su partida, Jesús extiende una invitación al universo de los seres humanos a integrarse a la familia de los hijos de Dios, en el mandato apostólico de predicar el Evangelio y ofrecer el bautismo a todas las naciones.

La Encarnación de Cristo en la historia, así como su Pasión, Muerte y Resurrección, siguen siendo un misterio apenas accesible a través de la revelación y la razón.

Por fortuna la ciencia humana ya superó la etapa del mecanicismo racionalista y en la era de la física cuántica reconoce la limitación esencial de la razón humana para llegar al conocimiento de la verdad absoluta. La humanidad empero tiene a su disposición la esperanza que viene de la presencia del Reino Dios entre nosotros y sólo requiere de humildad para reconocerlo y aceptarlo.

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