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No nos perturban tanto las cosas, sino la opinión que tenemos de ellas

Palabras de poder

Jacinto Faya Viesca

“Desgraciadamente, la opinión tiene más fuerza que la verdad”, escribió el griego Estobeo de Macedonia. La Opinión es el concepto o juicio que nos formamos de una cosa. Es tan poderosa la opinión que tenemos sobre algo, que el refrán popular dice: “Casarse uno con su opinión”.

Cuando nuestra opinión sobre algo está muy arraigada, se convierte en una creencia; puede nuestra opinión estar totalmente equivocada por no estar de acuerdo a la realidad, pero a nosotros nos parece la verdad más evidente, por lo que al defenderla sin ningún fundamento en la realidad, pasamos al dogmatismo, y a la más terca necedad.

Nuestras opiniones realistas son sanas y funcionales; en cambio, nuestras opiniones falsas son antifuncionales y dañinas, pues se trata de especulaciones y no de la verdad. Grandes psicólogos del siglo XX han tomado una reflexión del sabio griego Epicteto, como parte fundamental de su técnica terapéutica. Toda la corriente de la Terapia Racional Emotiva y Conductual de Albert Ellis y la Terapia Cognitiva (que es la de mayor crecimiento hoy en día en todo Occidente) del médico psiquiatra Aaron T. Beck, en gran parte se basa en las profundas observaciones de Epicteto que a continuación transcribimos:

“Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sino por las opiniones sobre las cosas. Como la muerte, que no es nada terrible –pues entonces también se lo habría parecido a Sócrates – sino que la opinión sobre la muerte, la de que es algo terrible, eso es lo terrible. Así que cuando suframos impedimentos o nos veamos perturbados o nos entristezcamos, no echemos nunca la culpa a otro, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras opiniones…”.

“Las apariencias engañan”, ya nos lo había dicho Séneca. Y el poeta Romano Juvenal nos advirtió: “No fiarse de las apariencias”. Lo que importa más, o al menos nos debe importar más, es lo que realmente es en la realidad y no lo que parece ser. Todo el chismorreo está mezclado de medias verdades y de lo que parece ser. Por ello, cuando alguna persona ya siente cosquillas en la lengua para dar rienda suelta a su chismorreo, por lo general así empieza: “a mí me parece…” y acto seguido, suelta una serie de disparates.

La gran mayoría de los trastornos emocionales provienen de nuestra alocada imaginación, que no tiene ningún sustento en la realidad, sino solamente en opiniones irracionales salidas de nuestro miedo, turbación y confusión mental.

Para Epicteto hay una serie de cosas que en sí mismas nada tienen de terrible, horrible, y espantoso, sino lo que sí es “terrible” es la opinión que tenemos sobre ellas. A Sócrates, cuando el Gobierno de Atenas le mandó injustamente que tomara el veneno de la cicuta para que muriera, Sócrates permaneció absolutamente tranquilo, mientras que sus amigos lloraban desconsolados dada su inminente muerte.

Para Sócrates, la muerte nada tenía de horrible, pues la consideraba algo natural; pero el que la considera horrible, la más mínima indisposición corporal lo puede poner a temblar. Para muchas personas, las enfermedades, los cambios de la fortuna, la pérdida de seres queridos, llegan a ser cuestiones muy dolorosas, pero jamás catastróficas ni el fin del mundo.

¿De cuántos millonarios norteamericanos no hemos sabido que se suicidaron por haber perdido en la Bolsa de Valores grandes cantidades de dólares, pero al quedarles sólo algunos cientos de millones se creyeron quebrados, y mejor prefirieron privarse de la vida? ¿Cuántas personas que padecen cáncer se han suicidado cuando pudieron haber vivido un buen número de años con buena calidad de vida? Pero no, su opinión sobre la palabra “cáncer” los devastó.

Seguramente, no hay ningún mejor camino a la salud emocional, nos dice Critilo, que seguir el consejo de Epicteto: cuando nos sintamos tristes, preocupados, acobardados, en vez de seguir dándole rienda suelta a nuestra alocada mente, preguntémonos: lo que me entristece, me preocupa, me espanta, ¿es realmente por los bienes que perdí, los que temo perder, o es por mí “opinión disparatada” que tengo sobre esos bienes? Critilo nos dice, que en la abrumadora mayoría de los casos, no son las cosas en sí lo que tanto daño nos acusa, sino la opinión exagerada y distorsionada que sobre ellas tenemos. De hecho, la inmensa mayoría de nuestros sufrimientos no tiene base en la realidad. Nuestros apanicamientos se parecen a lo que escribió un famoso novelista: “¡Cuántos sufrimientos he padecido durante toda mi vida, por tantas desgracias… que nunca me sucedieron!”.

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