Todo parece indicar que el próximo presidente de los Estados Unidos de América será el hoy candidato del Partido Demócrata, el senador por Illinois, Barack Obama.
Los sondeos de opinión le dan la victoria por un buen margen. Los “bookies” —los apostadores profesionales— han dejado de tomar apuestas contra Obama. Estados de tradición republicana lo apoyan. La campaña del Partido Republicano se deshebra en errores. Sarah Palin, la candidata republicana a la Vicepresidencia, inspira lástima antes de provocar terror. Esta persona, separada por un latido de corazón de la Presidencia, podría convertirse en jefe del Gobierno norteamericano. Traería con ella un caudal asombroso de ignorancia y contradicciones. La semana pasada, Palin abogó, al mismo tiempo, por la abolición de impuestos y el aumento del gasto militar pagado por los impuestos. Y sus credenciales internacionales se fincan, según ella misma, en que desde Alaska se puede ver la costa de Rusia.
Peor es el caso del candidato John McCain. Respetado por su independencia en el Senado, McCain ha sacrificado su prestigio para ganar el voto ultra-conservador, sacrificando el que asegura la victoria: el voto independiente. Ubicado en una incómoda postura que no es la suya, McCain ha debido renunciar a posiciones positivas (por ejemplo, la Ley Kennedy-McCain sobre el trabajo migratorio) a favor de posiciones extremistas que le han dado alas a los buitres racistas y a la ignorancia agresiva. En los mítines de McCain, se llama a Obama “socialista”, “árabe”, “musulmán”, al grado de que el propio McCain se ve obligado a defender a Obama, antes de enfrentarlo en la televisión con huecos ataques sobre supuestas —e infundadas— intimidades políticas del demócrata con predicadores delirantes y terroristas domesticados. Hueco discurso, banal ataque de un hombre, McCain, que ha acabado por demostrar su falta de serenidad, y su precipitación peligrosa, en todo tema, de la belicosidad militar a la selección de Sarah Palin a la satanización de un aliado, la España de Zapatero.
Obama, en los debates televisados, observa las agitaciones de McCain con una sonrisa benévola y le contesta con ironías sutiles. Es como ver en la misma mesa a una gelatina (McCain) y una manzana (Obama). Pero votar por la manzana provoca un miedo no dicho entre muchos electores que no son racistas, pero justifican un voto contra Obama porque es “muy joven” (más lo era Kennedy), “carece de experiencia” (menos tenía Lincoln) y porque es “elitista” (aunque haya renunciado a una carrera privilegiada de joven abogado egresado de Harvard para convertirse en trabajador social en Chicago).
Ahora bien, sea Obama, sea McCain, el próximo presidente norteamericano se enfrenta a una agenda muy difícil, la más difícil desde que Franklin Roosevelt asumió la Presidencia, en medio de la crisis económica, en 1932. La ideología de Bush —que el mercado se maneje solo, con la menor vigilancia del Estado— ha conducido a una catástrofe de tal dimensión que hoy, el Estado se ve obligado a asumir la rectoría de la economía y la propiedad de los bancos. La recapitalización bancaria ordenada por Bush asciende a doscientos cincuenta mil billones de dólares.
El próximo presidente habrá de incrementar el papel económico del Estado, aumentar impuestos, agrandar el gasto público y aplicar políticas redistributivas en gran escala. Crece el desempleo. Desciende el ingreso. Y se manifestará, dramáticamente, el abismo entre los que tienen y los que no tienen. La clase media derivará hacia una mayor pobreza. Crecerá el resentimiento entre quienes con dificultad pagan universidad y salud contra quienes cuentan, en el mundo financiero, con prebendas millonarias y “paracaídas dorados”. Y muchos universitarios dejarán las aulas para ingresar al desempleo. Muchos alumnos míos, que hace poco salían de la universidad para ir a Wall Street y los grandes salarios, hoy regresan al profesorado y las profesiones, si les va bien.
Yo no desestimo la capacidad de trabajo y recuperación de la sociedad norteamericana. Pero la inversión habrá de dirigirse, lejos de la especulación, a modernizar la ruinosa infraestructura del país. El visitante se asombra del deterioro de presas, ferrocarriles, urbanismo, escuelas... para no hablar de las limitaciones de la seguridad social y la protección a la salud, sobre todo en comparación con Europa.
Esbozo apenas la agenda urgente que aguarda al próximo presidente norteamericano. Toca al electorado decidir quién está más preparado para atenderla. McCain, que espera la salud desde arriba, u Obama, que prefiere construir desde abajo.
Se dice y repite que todos los ciudadanos del mundo debíamos tener derecho a votar en la elección del presidente de los Estados Unidos, pues, sea quien sea, sus decisiones afectarán nuestras vidas.
Pero acaso sólo un extranjero tiene el poder para afectar la elección. Se llama Osama bin Laden. Un acto terrorista de su parte podría cambiar el título de este artículo. Pues lo que menos quiere Osama es un Obama que lo prive de argumentos.