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‘Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí’

Adela celorio

El cuento más corto del mundo, escrito por Augusto Monterroso y que hoy da título a esta nota, me parece una magnífica metáfora para explicar la frustración que me provoca constatar que los mexicanos hemos llegado a aceptar la impunidad como un fenómeno natural inevitable, ante el cual, lo único que podemos hacer es resignarnos. Pasan los días y los meses, pronto empezará otro año, y el primero de enero volveremos a despertar con la noticia de que los impunes todavía estarán ahí.

Con frecuencia tengo la impresión de que soy la única obsesiva, la única que recuerda el asqueroso diálogo entre el Gober Precioso y el Mezclillero de Puebla, su asociado para la delincuencia.

A veces pienso que sólo yo tomo a ofensa personal la difusión de fotografías donde nuestro presidente (por quien voté evaluando sus antecedentes de honestidad, cabalidad y valentía) aparece junto a personajes cuya conducta delincuencial es por todos conocida. Mirar publicadas fotografías en las que turbios personajes aparecen sonrientes y en las que sin asomo de vergüenza parecen decirnos: “Miren quién me avala”, me trae a la memoria aquella anécdota que contaba mi abuelo sobre un compadre de don Adolfo Ruiz Cortines, un jarochote que al asumir don Adolfo la Presidencia del país; le dijo así: “No compadre, no quiero que me ofrezcas ningún ‘hueso’, lo único que te voy a pedir es que siempre que se pueda, me permitas fotografiarme contigo. En un pueblo de lamebotas como el nuestro, al mirarme junto a ti, la gente me otorga un poder que no tengo, pero con que ellos lo crean, me basta”.

Y bastó, porque aún después de varias generaciones, los descendientes del jarochote aquél, se cuentan todavía entre los más ricos y poderosos de Veracruz. A veces pienso que soy yo la única cuya fe y voluntad flaquean ante la ignominia de saber que empezaremos otro año y los impunes seguirán ahí, acumulándose, atorándonos, hundiéndonos en la desesperanza. A veces pienso que es sólo cosa mía la frustración y la rabia; por lo que me dio cierto consuelo leer la nota que, escrita por el analista político Silva Herzog Márquez; publicó el pasado lunes el diario “Reforma” de la Ciudad de México, y que palabras más, palabras menos, dice así: “La publicidad ha ganado terreno reduciéndose significativamente los refugios del secreto. El problema es que tras la revelación de un hecho delictivo cometido por los poderosos, sigue un gran escándalo, pero también la ausencia de consecuencias” (y con ello, la consagración del cinismo y la des-vergüenza) el paréntesis es anotación mía.

“Sabemos, conocemos el hecho delictivo, pero no pasa nada. Cuando los delincuentes cuentan con poder, saben que el escándalo sólo retiene la atención de los medios unos cuantos días, durante los cuales sólo es cosa de resistir con paciencia, hasta que un nuevo escándalo eche tierra sobre el anterior”. Después, todo acabará diluyéndose en el tiempo. Si de verdad nada puede hacer Felipe Calderón para poner a la pandilla basura donde corresponde, nos debe al menos el respeto de no mostrarse en público a menos de cincuenta metros de quienes la sociedad reconoce como delincuentes impunes, y que con su cercanía, empañan la imagen presidencial. Ignominias cotidianas no nos faltan, de mala o buena gana, tenemos que soportar una nueva crisis, parece que más larga y severa que las anteriores, la inflación nos tiene en la lona y conste que casi ni nos quejamos; ¡pero por favor! alguien tiene que hacer algo para que los mexicanos no tengamos que seguir despertando día tras día, año tras año, mirando que los impunes todavía estarán ahí, sonrientes, satisfechotes, al lado del presidente. [email protected]

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