Cuando llega la época navideña, siempre me lleno de recuerdos; los más de ellos muy gratos, porque como lo he dicho en otros momentos, era el tiempo del año que más disfrutaba con mis padres y hermanos.
Mi casa y mi barrio se llenaban de luces y alegría; y en cada casa había música navideña, ponche, cacahuates y sobre todo dulces, muchos dulces. El aire frío traía aromas de pinos y gobernadora; y el estado de ánimo cambiaba para bien.
Pero, como es lógico, no faltaban las anécdotas simpáticas sobre el acontecer de esos días, por eso hoy me propongo contar sólo un par de ellas, que cada vez que las recuerdo, me vuelvo a reír a carcajadas.
Como era natural, entre un año y otro, al rescatar las figuras para el Nacimiento, resultaba que faltaban algunas de ellas u otras ya estaban muy viejas y había necesidad de reponerlas.
Comprar esas figuras, en los puestos del Centro, era todo un rito. Íbamos en familia, pero mi padre seleccionaba las figuras, porque además, sólo él sabía cuánto podíamos gastar en eso. Que si el espejo con los patos; la cueva del ermitaño con el demonio sentado a la entrada tentando al santo; que si los pastores y borreguitos; en fin, todo lo que se acostumbra que vaya en el Nacimiento.
Una tarde, mi tía Lupe, hermana de mi padre, llegó a mi casa llevando de la mano al Güero, mi primo, y muy ufana le dijo a mi madre: "Concha, 'ai' te encargo a mi mamá. Voy al Centro a comprar un 'Misterio', porque el mío ya está muy viejito".
Cómo éramos vecinos, a mi madre ningún trabajo le costaba estar al pendiente si a mi abuela se le ofrecía algo, eso era lo usual. Pero se quedó con un cierto dejo de envidia, porque ella no pudo ir de compras.
Más tarde, regresó mi tía, con los mismos honores y el Güero, chille y chille, y sin ningún "Misterio", a lo que mi madre interrogó: "¿Pos' qué pasó, Guadalupe, no que ibas por un 'Misterio'?". "Pos' sí, Concha, si ya lo había comprado, pero este muchacho carajo se empeñó en cargarlo y mal lo tuvo en los brazos cuando se embrocó con él y lo quebró todo. Así que no me quedó más remedio que pagarle al peláo lo que costaba y regresarme por donde había venido".
Mi madre se sonrió para sus adentros y el Güero no dejaba de llorar, porque cada explicación de mi tía, iba acompañada de un sopapo.
A mi tía, no le quedó más remedio que desempolvar su viejo "Misterio" y ponerlo en su Nacimiento, porque no había para más.
Recuerdo también aquella Navidad, en que después de haber cenado en familia, Ricardo mi hermano, se fue a festejar con sus amigos y regresó a altas horas de la noche, más alegre de como se había despedido.
Para entonces, nosotros ya nos habíamos ido a dormir y a esa hora, los regalos ya estaban bien dispuestos en el Nacimiento para cuando despertáramos.
Sólo que al regresar Ricardo, en son de broma, les cambió las tarjetas a mis regalos y les puso otras en las que decía: "Para Ricardo".
Cuando yo me levanté, me encontré con la desagradable sorpresa de que no tenía regalos. Y mientras Chacha y Lourdes abrían alegremente los suyos, yo sólo miraba la escena con rabia y envidia.
No podía alegar en mi defensa que me había portado muy bien todo el año, pero tampoco era para que el Niño Dios se desquitara de esa manera conmigo. Fue tanto mi coraje, que sabedor de que debajo del templete en que se ponía el Nacimiento estaban las cajas de las esferas, fui y con una vela les prendí fuego.
Los gritos de mis hermanas alertaron a mi padre, que rápido apagó el fuego, al tiempo que me reprimía por esa acción, porque Chacha ya me había delatado sin misericordia.
Cuando mi padre me interrogó del porqué había hecho eso, yo le respondí: "Porque no me trajo nada el Niño Dios". "¿Cómo que no le trajo nada?". "Pos' sí, vea las tarjetas", le dije; y entonces cayó en cuenta que Ricardo las había cambiado todas, así que me convenció de que aquellos regalos eran para mí, pues era lo que yo había pedido y que no tenía nada qué reprocharle al Niño Dios.
Fue de las primeras supuesta o reales injusticias a las que me enfrenté en mi vida y estuve dispuesto a cobrar con fuego aquella afrenta, pero gracias a Dios no pasó a mayores.
Por lo demás, y en tanto llega Navidad: "Que Dios te guarde en la palma de Su mano".