Con desparpajo próximo al cinismo Emilio Chuayffet, que dentro de diez días será diputado federal por segunda vez, se manifestó a favor de una nueva investigación de la matanza de Acteal. Adujo que la justicia no está satisfecha. Tiene razón al decirlo. Él es una muestra viva de la impunidad que abarcó a los autores intelectuales de la matanza y a quienes por acción y omisión generaron las causas del cruel atentado contra 45 vidas (digo, si todavía es cierto que el 22 de diciembre de 1997 hubo realmente ese número de muertos; no sea que se trate de una impostura que buenos abogados de buenas causas puedan valientemente desmontar).
Chuayffet es un sobreviviente de Acteal. Fue destituido el 3 de enero de 1998, antes de que se cumplieran dos semanas del feroz crimen colectivo. Años después de su despido pretendió alegar que no fue echado de su cargo por el presidente Zedillo, que estaba urgido de desembarazarse de las evidencias de su propia participación indirecta en el crimen. Chuayffet quiso que se creyera que él renunció por decisión propia. Ni siquiera al margen de Acteal nadie hubiera creído que voluntariamente abandonaba lo que sus amigos y él mismo suponían que era la antesala presidencial. Aun si no hubiera ocurrido la matanza es probable que el secretario de Gobernación hubiera sido reemplazado. Su despido formó parte de un reajuste del Gabinete, derivado del desastre electoral que el PRI y el Gobierno padecieron en julio de 1997. Óscar Espinosa Villarreal pasó a la secretaría de Turismo desde la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, cargo por primera puesto a decisión de los electores que lo habían confiado a la Oposición. Guillermo Ortiz renunció a la secretaría de Hacienda al ser elegido por primera vez gobernador del Banco de México, Lo sustituyó José Ángel Gurría que para ese efecto se marchó de la cancillería, a la que llegó en su reemplazo Rosario Green Macías.
Pero nadie se engañó. Chuayffet estaba desgastado y la Oposición había manifestado su decisión de no tenerlo como interlocutor. Sólo parecía exitosa su política en Chiapas, el patrocinio de la guerra de baja intensidad contra las comunidades afines al zapatismo o renuentes a combatirlo. Esa estrategia había generado legiones de desplazados, con cuya movilidad forzada se cumplía la táctica contrainsurgente de "privar al pez del agua en que se movía", es decir de eliminar el apoyo social a los zapatistas les darían las comunidades reticentes a convenir con el Gobierno. Pero la exitosa batida contra esas comunidades se trocó súbitamente en descomunal fracaso cuando las dimensiones del ataque a Acteal, calculado y promovido por autoridades locales y federales se agigantaron. La brutal desmesura de la matanza convirtió a Chuayffet en responsable político de batallas que terminaron en derrota para el Gobierno de Zedillo. Llegó entonces la hora de hacerle pagar ése y otros yerros.
Hasta mediados de 1997 la carrera del exgobernador del Estado de México parecía componerse de sólo victorias. Muy joven se había entrenado en el Gobierno municipal, tanto en la Ciudad de México como en Toluca, cuya alcaldía ocupó antes de entrar en la Administración estatal como secretario de Educación. De allí pasó al nivel federal, como procurador del consumidor y luego como director fundador del Instituto Federal Electoral, el organismo con que Salinas pretendió ganar el aval panista para su Gobierno, obtenido con malas artes. Tornó a su estado natal como candidato a gobernador (en contienda con Alejandro Encinas, que también estrenará curul a fines de este mes y con Luis Felipe Bravo Mena, que ahora despacha en Los Pinos, al lado de Felipe Calderón) en épocas en que el camino de los aspirantes priistas estaba pavimentado y conducía sin obstáculos ni sobresaltos al Gobierno. Antes de dos años dio el gran salto adelante: Esteban Moctezuma pagó el noviciado y tras apenas un semestre en Bucareli fue reemplazado por Chuayffet en la secretaría de Gobernación.
Ahí llegó a su nivel de Peter, nombre de una teoría de psicología de la Administración en boga entonces, que significa alcanzar un cargo para el que no se está calificado. La insuficiencia política de Chuayffet, contraria a la imagen que hasta entonces proyectaba se evidenció ante la colosal derrota priista en las elecciones de julio de 1997: por primera vez en juego el Gobierno capitalino, lo ganó el PRD mientras que el PRI, en insólito acontecimiento, perdió la mayoría en la Cámara de Diputados. Por una vez en la historia mexicana la Oposición obró con inteligencia y, unidos los partidos opositores, convinieron en gobernar San Lázaro. Chuayffet pretendió impedirlo. Se excedió en su propósito hasta el punto de intentar un golpe de mano que impidiera a la Oposición controlar un segmento del poder Legislativo. Al fallar en su pretensión, los opositores pactaron no dialogar jamás con él.
Despedido pocos meses después, Chuayffet sobrevivió a Acteal. Tras un receso largo, en que sin embargo era factor político en su estado natal, donde decidió que Arturo Montiel fuera el gobernador, tornó a la política federal en una posición modesta, la secretaría técnica del consejo político nacional del PRI en 2002. Al año siguiente fue diputado y, con fortuna labrada por la reyerta entre Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo, reemplazó a ésta en la jefatura de la bancada priista. En 2006 reaccionó con cólera pueril al rechazo a su pretensión de ser senador...