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España: aborto y excomunión

MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA

La Iglesia Católica en España, que no se resigna a la modernidad que vino aparejada con la transición es aún más ruda que la mexicana en su oposición a la despenalización del aborto. Después de que el jueves pasado en el Congreso de los diputados fue vencido un nuevo intento de los partidos conservadores por demorar la discusión de un proyecto de ley gubernamental, el Episcopado deslizó una amenaza de excomunión a los legisladores que aprueben la iniciativa del Gobierno del PSOE para sacar del código penal el aborto decidido por la mujer hasta las catorce semanas del embarazo (dos más que la reforma de 2008 en el Distrito Federal).

La asamblea de la Conferencia Episcopal se reunió al día siguiente del lance parlamentario y envió a su vocero Juan Antonio Martínez Camino a presentar una posición que pretendió ocultar su dureza con un tono "positivo" y pretendidamente pedagógico. La Iglesia española, a través de sus obispos, afirmó, por un lado, que "los católicos estamos por el Sí a la vida de los seres humanos inocentes e indefensos que tienen derecho a nacer: por el Sí a una adecuada educación afectivo-sexual que capacite para el amor verdadero; por el Sí a la mujer gestante, que ha de ser eficazmente apoyada en su derecho a la maternidad; por el Sí a las leyes justas que favorezcan el bien común y no confundan a la injusticia con el derecho".

Enseguida, el portavoz episcopal mencionó la palabra terrible, un castigo cruel para los creyentes que comprenden el sentido de la comunión, de recibir realmente, no sólo simbólicamente el cuerpo de Cristo (que en eso consiste el credo respecto de la Eucaristía) como alimento espiritual. Si bien dijo que quien apoya el aborto "no está excomulgado sino en situación objetiva de pecado público", razonó que "quien está en pecado público no puede comulgar", lo que en buen romance consiste en estar al margen de ese sacramento, consiste en estar excomulgado. Y sustentó su dicho distribuyendo la carta que en junio de 2004 remitió el todavía cardenal Joseph Ratzinger (hoy Benedicto XVI), prefecto entonces de la sagrada congregación de la Fe (el antiguo Santo Oficio), que cita la encíclica de quien entonces era su jefe y del que hoy es sucesor, Juan Pablo II:

"La Iglesia enseña que el aborto y la eutanasia son pecado grave. La carta encíclica Evangelium vital respecto de decisiones judiciales o leyes civiles que autorizan o promueven el aborto y la eutanasia declara que existe 'una clara y grave obligación de oponerse por la objeción de conciencia. En el caso de una ley intrínsecamente injusta, como una ley que permita el aborto o la eutanasia, nunca es lícito por tanto obedecerla, o participar en una campaña de propaganda a favor de tal ley o votar por ella. Los cristianos tienen 'una grave obligación de conciencia de no cooperar formalmente en prácticas que, aun permitidas por la legislación civil, son contrarias a la ley de Dios. En efecto, desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente con el mal. Tal cooperación nunca puede ser justificada invocando el respeto a la libertad de otros..."

El presidente del Congreso de los diputados, el socialista José Bono, se puso el saco, o acusó directamente el golpe que los obispos no se atrevieron a dirigirle explícitamente. Él es un católico que al mismo tiempo es miembro del PSOE, el partido gobernante en España. Ocupa la tercera posición en la escala del poder público, pero pudo haber sido el primero. Estuvo hace años a punto de ser elegido dirigente de su partido, pero no contó con el apoyo de Felipe González, tal vez porque el dirigente histórico del socialismo español (que ahora hace negocios en México con el hombre más rico del mundo, Carlos Slim) prefirió empujar a José Luis Rodríguez Zapatero, quien al cabo de poco tiempo y merced a una circunstancia imprevista (el acto de terrorismo en Madrid en marzo de 2004) ganó la elección y con ella la presidencia del Gobierno.

El diputado Bono se dolió de la incongruencia de la Iglesia Católica. Si bien dijo a El País -que publicó su declaración el domingo pasado.. que no quiere "provocar un escándalo que perjudique a la Iglesia, y no quiero personalizar en mí este asunto", no puedo menos que, dijo, tener presentes "los muchos crímenes de Pinochet y a la vez recuerdo a este asesino tomando la comunión", extremo que documentó ese periódico con una foto vestido de civi y puesto de pie acompañado por su esposa Lucía Hiriart (ahora bajo la mirada terriblemente escrutadora del juez Baltasar Garzón), recibe la Sagrada Forma, como se decía antaño en las crónicas de sociales.

Ante la cadena radiofónica SER el diputado insistió: "A mí me califican de pecador público, pero yo no soy un asesino, pero a Pinochet, que era un asesino desalmado, se le dio la comunión de manera vergonzosa".

A su vez, Bono dijo a la agencia Efe: "He pasado parte de mi vida tendiendo puentes entre quienes militamos en el socialismo y quienes queremos acomodar nuestra conducta al Evangelio. A veces hemos conseguido pasar de una a la otra orilla; la mayoría de las veces hemos debido caminar por la mitad del río. Hoy no sólo no hay puente, sino que algunos quisieran echarme al río".

El Episcopado debería recordar que en abril pasado las comunidades de base de Madrid le dijeron que "el aborto no es un tema exclusivamente cristiano. Para regularlo debe primar la ética cívica, común a todos los ciudadanos, sobre la moral religiosa, específica de cada religión".

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