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MILK, UN HOMBRE CONTRA EL SISTEMA

MAX RIVERA 2

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La minoría más detestada actualmente en los Estados Unidos no son los homosexuales, ni los negros, ni los mexicanos: son los ateos.

La mayoría de los norteamericanos no cree que posean principios morales, ni que deba permitírseles ejercer liderazgo de ningún tipo.

Pobres ateos. Están donde estaban los gays hace 40 años. Aunque libres de golpizas arbitrarias por parte de la Policía o los vándalos, lo que es buena ventaja.

El paralelismo tiene más aristas, pues del mismo modo que todos los niños nacen ateos, es muy probable que quienes son homosexuales lo sean desde que nacieron.

El Consejo para el Humanismo Secular (el nombre es un eufemismo para agrupar gente con diferentes grados de ateísmo) invita a los no creyentes a imitar las tácticas y estrategias empleadas por la comunidad gay en los setenta. Los llama a dejar el closet y combatir públicamente estigmas y prejuicios. A luchar por atención y espacios de poder. En pocas palabras, a hacer como Harvey Milk.

Milk fue el primer candidato manifiestamente homosexual en ganar un puesto público en los Estados Unidos. Supo montarse y dirigir la ola de indignación que surgió a raíz de abusos y políticas discriminatorias impulsadas desde la extrema derecha gringa.

Él, de ser un pequeño comerciante de artículos fotográficos, resultó un natural para la lucha política, impulsado por la misma fuerza que eleva a los revolucionarios importantes: la representatividad auténtica.

En Milk, el director Gus Van Sant se pone seriecito y restringe sus vuelos de cineasta experimental para ofrecernos una narrativa formalita y convencional, pero una buena causa: la biografía del activista gay es un proyecto personal largamente acariciado, que no podía arriesgar con excentricidades.

Para atraer al público más amplio posible, se enfoca en el drama de la violación a los derechos humanos y muestra sutilmente los enredos románticos y las manifestaciones físicas que podrían alejar a muchos espectadores. No es una marcha de orgullo gay, es un acto conmemorativo.

Y lo más importante: la extraordinaria cinta de Van Sant, además de ser una bella elegía para Harvey Milk y un testimonio del talento superlativo de Sean Penn, es un manual clarísimo de acción política, pacífica y organizada.

Sea cual sea su minoría maltratada, en la cinta aparecen inequívocos los pasos a seguir. El éxito es inevitable, siempre y cuando sus motivos sean sinceros y sus intenciones claras. Pero si la suya es una mayoría, entonces no tiene pretexto para continuar oprimido. Vergüenza debería de darle con Harvey Milk.

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